Arnoldo Kraus
Si el año tuviese quinientos días, cada uno estaría dedicado a resarcir culpas o exigir cambios, véase por ejemplo el Día Internacional del Refugiado, Día Internacional de la Paz, Día Mundial del Medio Ambiente, Día Mundial Contra el Abuso Infantil, Día Mundial de la Alimentación y así días y más días encaminados a denunciar problemas humanos causados por humanos y bretes ecológicos producidos por otros congéneres. Mientras escribo, recapitulo, si el año tuviese mil días, todos quedarían ocupados, sobran dolores, falta cordura.
El 8 de marzo, se conmemoró el Día Internacional de la Mujer. Celebrado por primera vez en 1911, las exigencias fundamentales fueron: derecho al trabajo, a la formación profesional, a la no discriminación laboral, derecho al voto y a la posibilidad de ocupar cargos públicos. Más de un siglo después, en 2018, el discurso y las razones de las mujeres han cambiado. El cambio implica derrota y desnuda la escasa utilidad de la conmemoración. A las viejas y no del todo resueltas querellas, se agregaron otras: violencia, feminicidios, acoso sexual y discriminación forman parte del listado contemporáneo de agravios. Agravios que deben leerse como parte de rancias denuncias: derechos, igualdad y justicia.
La profesora Mary Beard, estudiosa del mundo clásico, explica en un par de conferencias su visión del origen de la misoginia. En el clásico homérico, “La odisea”, Penélope abandona su habitación y se encuentra con una multitud de hombres, entre ellos, algunos pretendientes. Uno de ellos, mientras canta y evoca la tristeza de la guerra, es interrumpido por Penélope, quien le pide que cante pasajes alegres. Telémaco, su hijo, la manda callar: “Vete a tu habitación y dedícate al telar y a la rueca… La palabra es cosa de hombres, de todos, pero aquí, es sobre todo mía porque es mío el poder del palacio”. El mensaje, enfatiza Beard, es claro, “…la experiencia humana se identifica con la experiencia del hombre”.
En “De animales a dioses. Breve historia de la humanidad” (Debate, 2014), Yuval Noah Harari, historiador israelí, comparte tres hipótesis sobre la desigualdad de género. Sus ideas son debatibles, la primera, fuerza muscular. El hombre se ha ocupó de las tareas más duras, controló la producción y sometió a las mujeres por ser quien aportaba y debido a su fuerza física. La teoría no es concluyente: las mujeres son más longevas y resisten y afrontan mejor las enfermedades. Segunda, la evolución, la caza y el trabajo físico determinó que los hombres fuesen más violentos. Los hombres hacían las guerras y las contiendas se vinculaban con el patriarcado. Contrario a esta idea es que las guerras se ganan con estrategias y planeación. Tercera. Los genes juegan un papel en la desigualdad de género. Para Harari, los hombres que lograban reproducirse eran los más competitivos, lo cual les permitía dominar a las mujeres (recuérdese: siglos atrás el promedio de vida variaba entre treinta y cincuenta años). Las hipótesis de Harari son hipótesis. Merecen pensarse y repensarse.
Para ahondar más en saberes y dudas respecto a la influencia de los genes, cito a la psicóloga Carol Gilligan, experta en la ética del cuidado. Para ella hay dos formas de pensamiento moral: ética del cuidado, y ética de la justicia y los derechos. Aunque no son excluyentes, las mujeres predominan en la primera y los hombres en la segunda. Hasta ahora no se ha determinado si los genes participan en el desarrollo de ambas éticas. Pienso que en el futuro se descubrirán genes responsables de violencia, poder, justicia.
La clave para entender la falta de equidad de géneros es el poder masculino. Ese poder (Passolini gustaba escribir Poder), pecuniario, académico y de puestos administrativos merece otro texto. El poder y su ausencia deben rehacerse y reformularse atendiendo a las voces femeninas. Mientras no se distribuya, la situación de vulnerabilidad de las mujeres no se modificará y las insanas distancias económicas, académicas y laborales permanecerán.
La voz, las voces mundiales del paro en el día Internacional de las Mujeres efectuado hace unos días fue tajante. Silenciar a las mujeres debería ser tierra muerta. La utilidad de los Días Internacionales, auspiciados por grandes organizaciones, seguirá siendo efímera mientras no se modifiquen los orígenes de las enfermedades.