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IMPULSO/ Rosalinda Hernández/CIMAC
Acoso callejero es violencia
La Campaña Contra el Acoso Callejero en Guatemala es una iniciativa que merece tener continuidad porque esa práctica es un hecho de violencia que ocurre cotidiana e impunemente. Las personas a quienes más afecta son las mujeres –de todas las edades y condiciones– porque las incomoda, no las hace sentir bien, afecta su seguridad y autonomía.

El Observatorio Contra el Acoso Callejero en Guatemala defiende varias consignas que pueden generar reflexiones encaminadas a buscar cambios de actitud a favor de una vida libre de violencia. Por ejemplo: “¡En la calle, nos queremos sentir seguras, no valientes!”, “¡No soy objeto, quiero caminar tranquila!”, “¡Las calles también son nuestras!”, “¡El acoso sexual callejero no es mi cultura!”.

Esta agrupación, de manera certera, busca descartar justificaciones machistas, tales como: los hombres lanzan “piropos” por el simple hecho de ser hombres o porque ellas los provocan, sólo se dicen a las “bonitas” y cuando ellas se quedan calladas es porque “les gusta”.

Otra de las mentiras reiteradas que se ha vuelto “verdad” en los imaginarios colectivos es ubicar a los albañiles y vendedores en vía pública como los principales acosadores, cuando en realidad no hay un perfil determinado.

El Observatorio Contra el Acoso Callejero en Uruguay explica que un acosador callejero “puede ser un adolescente con las hormonas en ebullición o un adulto mayor en el ocaso de su vida”. Estos hombres pueden estar bien o mal vestidos, actuar solos o acompañados, estar en su sano juicio o borrachos, ser feos o bien parecidos, tener o carecer de nivel académico, ser policía público o privado, tener trabajo o estar desempleado, vivir en áreas urbanas o rurales: lo cierto es que puede ser cualquiera.

Cabe resaltar que el acoso callejero es un comportamiento masculino aprendido en todas las partes del mundo, que identifica a las mujeres como seres subalternos, cuyos cuerpos son objetos a los que ellos tienen libre acceso, de tal manera que se abrogan la potestad de seducirlas en la calle. Pero si alguna mujer se atreve a expresar su indignación a los mal llamados “piropos”, el agresor transforma diametralmente su actitud y responde con palabras soeces, colocándose como alguien “superior”.

Al demandar el derecho a vivir libres de violencia, organizaciones de mujeres y feministas reivindican las relaciones de igualdad, sin dominio. Algunas aseguran que si los hombres aprenden a ser afectivos y dados a asumir tareas de cuidado como padres, hijos, compañeros, amigos cercanos, amantes, etcétera, es más probable que se alejen de las prácticas abusivas.

Hay que seguir apoyando las campañas contra las violencias machistas, entre ellas, efectivamente sobresale el rechazo al acoso callejero. Conocer las causas que han originado la desigualdad entre mujeres y hombres es importante para motivar el cambio de actitudes. Sólo así será posible suprimir las desigualdades de sexo que afectan a todas las personas, así como erradicar las falsas verdades sustentadas en supuestas tradiciones e ignorancia.