IMPULSO/ Agencia SUN
Ciudad de México
La semana pasada el Premio Nobel de Economía Paul Krugman visitó México. Entre los múltiples señalamientos que realizó expresó su confianza en que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte permanecerá sin cambios sustanciales y que nuestro país ha realizado la tarea. Desde su perspectiva “sólo” falta reducir la desigualdad que existe entre la población.
De una forma elegante Krugman señaló el enorme desafío que enfrenta la economía 15 del mundo: crecer poco más de 2% cada año no es suficiente para generar tanto la riqueza que requiere un país de 120 millones de personas y que al mismo tiempo debe reducir la diferencia entre los ingresos que reciben las personas por el trabajo que desempeñan en el sistema productivo nacional.
Sin lugar a dudas que no se puede repartir riqueza por decreto, pretender reducir la inequidad vía impuestos es un mecanismo que no funciona porque implica la presencia de un intermediario: el gobierno.
Lamentablemente la experiencia de los últimos 40 años no permite calificar positivamente a la administración pública en lo referente a la gestión de los recursos financieros con los que cuenta, y que son producto de la explotación del sector energético y de la tributación que realizamos todos los mexicanos.
La forma de alcanzar una distribución más equitativa de la riqueza requiere de mejorar las condiciones de operación para el sector privado nacional, se ha fallado en pensar que la solución se encuentra en el comercio exterior. Este último sólo es un complemento para una economía como la mexicana.
La evidencia es contundente. Se tiene una gran esperanza en la inversión extranjera directa (IED). Instituciones como la OCDE insisten en que México debe aplicar una política de mayor facilitación a dichos flujos de inversión.
Lo que no se dice es que a pesar de la apertura instrumentada desde 1986, México no ha captado una proporción significativamente mayor de IED respecto al total mundial.
De acuerdo a las cifras del Banco Mundial (BM) en 1975 México recibió 2% de la IED mundial. En 2015 sólo 1.5%. La captación de 1994 fue de 4.5% una cifra similar a la de 1980 cuando llegó a 4.1%.
En pocas palabras ¿Cuál fue el efecto de la apertura sobre los flujos de la IED que llegan a México respecto al total mundial?
Por otro lado se puede estar de acuerdo en que México es una de las principales 15 economías exportadoras del mundo, pero eso tiene un efecto acotado en el crecimiento económico porque la exportación que se realiza es de bajo valor agregado y no ha crecido en los últimos 25 años.
Las estadísticas del BM lo ponen en claro: en 1991 México aportaba 1.3% del valor agregado de la manufactura global, hoy después de todo el proceso de apertura instrumentado, solo genera 1.8%. En contraste, China pasó de 2.6% a 23.9%.
La diferencia: la aplicación de una verdadera política de desarrollo industrial que realmente aprovecha la apertura comercial.
¿Cuál es la diferencia? Los países que generan mayor valor agregado, no solo maquilan, pueden pagar mejor a su población. Por eso Corea del Sur, Taiwán, China, Singapur y ahora Vietnam han logrado incrementar los salarios reales. Son altamente productivos.
Krugman tiene razón al mencionar que se debe reducir la brecha de ingresos, sin embargo la tarea realizada no es suficiente. En el caso de México el mayor comercio internacional no genera el impacto productivo que si ha alcanzado en otras naciones.
Aplicar una estrategia de mayor apertura sin fortalecer las capacidades productivas internas tendrá un impacto marginal. Los resultados que hemos alcanzado lo muestran: México no tiene una mayor participación sustancial en las exportaciones, la IED o el valor agregado de las manufacturas a nivel mundial. Recibimos los efectos residuales positivos del crecimiento de otras naciones, fundamentalmente de Estados Unidos, y los efectos adversos de la competencia desleal de varios países asiáticos.