IMPULSO/Octavio Rodríguez Araujo
Por no sé qué razones dos de los candidatos creyeron que el debate del domingo pasado era el día de la elección y que los del público que estaban ahí eran los electores. Tal vez también pensaron que los abusivos e impresentables “moderadores” (que no eran tales) fungían en calidad de tribunal electoral.
El más torpe, y prepotente a la vez, fue Ricardo Anaya, pero José Antonio Meade también cayó en su propia trampa asesorado por Carlos Alazraki, publicista que tiene entre sus lemas “estar orgulloso de sus acciones” sin preocuparse de si éstas corresponden o no a la ética y a la verdad (la acusación contra Nestora Salgado, totalmente exonerada, sería un ejemplo).
Anaya, obviamente no necesita a Alasraki, pues está en su naturaleza mentir con una congelada sonrisa como si fuera chistoso, o más bien irónico: la inconfundible sonrisa del típico “ya te chingué”.
Una de las mentiras mayúsculas de Anaya en el segundo debate, y de la que da cuenta con pelos y señales Carlos Fernández-Vega en su columna del martes en La Jornada, fue asociar a López Obrador con la venta de Banamex y de Bancomer a capitales estadunidense y español, respectivamente, durante su gobierno del Distrito Federal.
Omitió el panista un “pequeño detalle”: que el acuerdo de esa transacción dependía del gobierno Federal y no del gobierno local de la capital de la República.
Los impuestos no pagados por esas ventas (especialmente por la de Banamex a Citigroup) tampoco tuvieron relación con AMLO por la sencilla razón de que no tenía injerencia en las decisiones sobre el sistema financiero de México ni, mucho menos, sobre los impuestos que se tenían que pagar por la transacción y que fueron condonados por la Secretaría de Hacienda del gobierno federal. Zedillo y Fox sí tuvieron mucho que ver con estas ventas de bancos al extranjero, pero no se dijo.
Era claro que ninguno de los acarreados y seleccionados del público, ni los “moderadores”, iban a cotejar esa mentira (si acaso sospecharon de ella) y, como vimos, nadie protestó. Peor, quizá se la tragaron al igual que otras que largo sería mencionar, pero que han sido publicadas en diversos medios críticos desde el lunes (para quien quiera enterarse).
Vamos a suponer que no simpatizo por ninguno de los candidatos y que soy parte de los indecisos electorales, ¿por qué votaría por cualquiera de los dos mentirosos y efectistas para desinformados como son Anaya y Meade? ¿Si así mienten en campaña cómo gobernarán?
Si El Bronco fuera más listo (que no es igual a inteligente aunque sean sinónimos) hubiera pedido en el debate, muy en su lógica, que les cortaran la lengua a los mentirosos, así como propuso que les cortaran la mano a los ladrones. Si lo hubiera hecho se habría llevado la noche y sería noticia mundial (aunque ello lo llevara a ganar más desprestigio). Tal vez hasta el Partido Verde, que quiere reactualizar la pena de muerte en México, lo hubiera aplaudido. Yo no, que quede claro.
Dije al principio que los “moderadores” (así, entre comillas), fueron abusivos o, si se prefiere, inmoderados. Hablaron el tiempo que quisieron y no con los límites que tenían los candidatos, echaron rollos de su propia cosecha y, además, interrumpieron cuantas veces les dio la gana a los protagonistas del debate y, por si no fuera suficiente, les controlaron las preguntas a los escogidos del público, por lo menos a la jovencita que habló al final (quien quiso saber cuál pregunta y la “moderadora” le indicó que era la 2).
Una vergüenza de debate. Y, a propósito, ¿con qué criterios se escogieron a los moderadores y quién los recomendó? Ambos quisieron lucirse como si estuvieran en un concurso, tal vez pensando que por ahí andaba un caza talentos y les ofrecería mejores chambas de las que tienen.
Pero si ya de por sí el debate era una farsa, con ellos terminó siendo una pérdida de tiempo, para los candidatos y para el público que por masoquismo vimos el programa completo (en mi caso por curiosidad profesional). ¿No habrá en el INE gente inteligente que pueda organizar un debate con formato atractivo para todo público y donde en realidad se debata?
En un artículo anterior (26 de abril) elogié a Carmen Aristegui y René Delgado por el programa que organizaron después del primer debate con los representantes de los candidatos. Puede sonar parcial de mi parte, pero en esta ocasión también vi (entre otros) el posdebate que condujeron, y confirmo lo mismo que dije del primero: los participantes, sin límites prefijados de tiempo, debatieron e hicieron con sus intervenciones una emisión verdaderamente interesante y dinámica.
¿Para qué inventar el agua tibia si se puede organizar un debate igual pero con candidatos en lugar de sus representantes? Si además se escogen moderadores bien informados e inteligentes que cuestionen y puntualicen las afirmaciones sin fundamentos de los candidatos, éstos se cuidarán de decir mentiras y de hacer acusaciones recomendadas por asesores sin principios ni ética. Y así todos saldríamos ganando.