Febrero 2, 2025
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Cuentos para Presidentes El ganador es…

Aquella mañana estaba lluviosa. El cielo se encogía como las sabanas, nadie quería levantarse. La lluvia caía a cántaros por el pueblo, don Juanito no se mantenía en la cama nunca. El ya estaba despierto, había ido al corral, atendió a los animales y se disponía a salir al campo como hacía todos los días, pero hoy sería especial: había ganado el avión presidencial.

Su mujer le dió la noticia cuando regresó de su caminata diaria. Lo habían mencionado en el radio y ya tenia el periódico en la mano. Juan era el dueño de un avión. El que fuera el avión del presidente. Así comenzó su calvario.

Nada más se bajaron del metro y ya los esperaban reporteros y camarógrafos que querían tomar la instantánea y lo bombardeaban de preguntas: “¿Qué hará con el avión? ¿Lo venderá? ¿A donde lo llevará ahora? ¿Ya tiene comprador? ¿Ha hablado con el presidente?”

En la prensa internacional ha sido una bomba atómica: “Un campesino gana el avión presidencial en México” ya los populistas sudamericanos y europeos quisieran tanta publicidad y haber logrado tal impacto. Juan, apenas sabe leer y escribir, cursó hasta sexto de primaria y se dedicó a cuidar sus tierras; a su familia apenas le alcanzaba para vivir, hasta que el puso su negocio y desde ahí ha crecido cuatro hijos y diez nietos.

Su compadre, don Chuy, el alcalde del pueblo, lo convenció por votar por Morena hace un año, y desde entonces está comprometido con el actual gobierno. Por eso le compró el boleto sin dudarlo. Nunca se ha ganado nada en la vida, ahora tampoco sería la excepción, pero tenía que apoyar al presidente. Así que juntó sus pesos por la venta de un forraje que había almacenado y se fue a pagar el boleto, dió su nombre y apellido a la secretaria del municipio que se lo extendió y se fue contento a guardarlo en casa.

Por eso, cuando llegó a la capital, boleto en mano, no pensaba que armaría tanto revuelo. “Para que iba yo a querer un avión, si no tengo para una buena camioneta” les dijo a sus hijos que se reunieron en la mesa del comedor aquella tarde gloriosa para discutir el futuro de tamaña fortuna. El más pequeño de sus nietos opinó: “Antes de que lo vendas abue, nos damos una vuelta con el avión, ¿No?” Don Juan sólo sonrió, por dentro se moría de miedo, nunca se había subido a un avión en su vida.

La historia no fue diferente cuando lo periodistas le hicieron la misma pregunta, pero él nunca respondió, temía decir aquella afrenta en público (imagine usted) por eso cuando ocurrió la esperada reunión en Palacio Nacional para entregarle simbólicamente su premio, solo se limitó a decir: “Gracias, muchas gracias, señor presidente” tan nervioso se encontraba, la suerte le había sonreído por vez primera en su vida y estaba pleno, encantado, de ser homenajeado por todos. Al menos, el presidente si le había cumplido en algo: le había devuelto su dignidad.

El problema comenzó cuando le llevaron a ver el avión. Se le fueron sus ojos de las órbitas cuando miró el tamaño de aquel inmenso aparato. No va a caber en el rancho, se dijo para sus adentros, pero sus hijos lo animaron a verlo por dentro. Subieron por la escalinata, quitando reporteros y cámaras a diestra y siniestra, y cuando al fin estuvieron solos, les volvió la sonrisa al rostro, más cuando los nietos jugaban a correr entre los apretados pasillos de aquel premio gigantesco.

Fue entonces cuando a los hijos de don Juan los golpeó  la realidad: ¿Qué hacemos ahora? Fue la gran interrogante que se plantearon. Los buitres que rondaban de cerca – abogados, consultores, amigos y posibles compradores – les decían que sólo contaban con unos cuantos días de “gracia” para estacionar ahí el avión, después tendrían que pagar el “estacionamiento” además sólo contaba con medio tanque de gasolina, por lo cual, no podrían llegar muy lejos. Debían decidir a donde llevarlo y pronto.

Aquella noche, Juan no durmió. Todos pensaron que era por la gran emoción de recibir semejante premio, pero él no les dijo que ya había entendido el asunto, no era un premio, había ganado una carga, una nueva maldición; para él, que llevaba una vida sencilla y honesta en una milpa perdida en algún punto de la sierra de Oaxaca. ¿Por qué le había tocado a él? Se preguntaba llamando al altísimo ¿Por que a mí Señor? Y lloraba aquella noche por dentro para que nadie viera lo triste, angustiado y perdido que se hallaba en ese nuevo mundo que le había tocado vivir. Las aventuras de don Juan no se cuentan en esta pequeña nota, por que han sido materia de libros y películas que surgieron a partir de las decisiones que hizo más adelante, estas lineas registran apenas los primeros pasos de lo que fue la mayor experiencia o desgracia de su vida.