Noviembre 15, 2024
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Cuentos para presidentes

Estampas electorales
Rodrigo Sandoval Almazán

Don Jacinto tiene una camioneta para transportar sus verduras desde su lejano pueblo en el sur del Estado, pero hoy ha decidido llevarla a verificar. Después de varios sustos que ha pasado cuando lo quieren “parar” porque no trae la calcomanía adecuada, ha ahorrado unos pesos para hacer el trámite y pagar este “impuesto ecológico”.

Como todos, se forma en la cola para dejar su vehículo, entrega papeles y paga la tarifa establecida en uno de los carteles de la entrada; sólo hay que sentarse a esperar.

Llega por fin el momento anhelado de recibir la autorización de pase, su calcomanía y, por fin, largarse de aquel lugar para hacer cosas más productivas, pero don Jacinto observa con tristeza que pasan y pasan personas y no le llega su turno; incluso algunos que llegaron después de él ya se han ido.

Un poco angustiado y tímido en la sala de espera, comienza a preguntar a los demás qué hizo mal para que no le den la “calcomanía”. Uno de los allí presentes, que omitimos su nombre para no causarle problemas, con cara de buena gente, muchacho de casi treinta años, se anima a decirle la verdad al pobre Jacinto: “Es que tiene que dar una cooperación con el pago” –Pero si ya la di -replica Jacinto desesperado-, “No, tiene que dar 100 pesos más de lo que dice el cartel para que su carro pase y, si quiere que pase rápido, pues un poco más”.

A Jacinto le hierve la sangre por dentro, no trae más y encima de todo piensa que es un despojo, un robo disfrazado que beneficia a unos cuantos, tanto a los dueños de los establecimientos como a los corruptos que piden esta sonada cooperación. “¿Por qué hemos dejado que crezca la corrupción en México?”, se pregunta Jacinto, quien toma sus llaves y emprende el rumbo a su pueblo; ya será en otra ocasión que acuda al corrupto verificentro.

La señora Cande es una viejecita regordeta y bien portada que ronda los ochenta, ha construido una vida vendiendo tamales y haciendo aseo en las casas durante varias décadas.

Ahora le ha tocado “jubilarse” forzosamente, por su edad, ya no puede trabajar tanto, tiene que tomar medicinas y descansar su columna y sus piernas que llevan años de recorrido, por eso, le ha tocado ir a pagar el predial de la familia: su casa y de sus dos hijos.

Papeles en mano, doña Cande le regala una sonrisa a la vida cuando ve una larga fila de personas delante de ella, y eso que ha llegado temprano; cuenta unos veinte más o menos para que le toque llegar a la ventanilla, sólo hay una abierta, a pesar de haber cuatro, el resto están cerradas porque los empleados municipales se encuentran desayunando.

La fila avanza peor que una tortuga, atrás de ella, una joven mujer le hace la plática, se queja del mal Gobierno, del maltrato que le dan a los que vienen a pagar sus impuestos a tiempo, sobre todo de que subieron las tarifas y no puedan hacer nada para quejarse.

Cande lleva dos horas de pie, caminando un par de centímetros cada diez minutos, las otras ventanillas han abierto, pero no reciben el pago, son para preguntas o “aclaraciones”.

Al comienzo de la tercera hora, con las piernas casi a punto de flaquear, le faltan dos personas para llegar a la ventanilla, presentar los papeles, esperar el precio y sacar los billetes y monedas que lleva apretados bajo el mandil.

La joven que la sigue está furiosa: “¿Por qué no hay una fila para la tercera edad?, ¿por qué maltratar a los ancianos que le han dado todo al país?, ¿quiénes se creen para despreciar a la gente que viene a pagar sus impuestos?”, decía la muchacha.

Una persona le resta a Cande para llegar, la persona de la ventanilla la cierra con cuidado, todos se sorprenden cuando sale a decir: “No hay sistema, vayan a la otra oficina para que les cobren”. Sólo le queda dar la media vuelta, regalarle un kilo de paciencia al Gobierno que ya conoce de décadas por incompetente y regresar a su casa.

Mientras, su joven amiga está reportando por su celular el incidente, reclamando a propios y extraños lo nefasto que es el Gobierno municipal en el pago de impuestos y lo mal que trata a los ancianos, ella dice que nunca, nunca votará por ellos y hará lo que pueda para que pierdan, esto no puede seguir así.

Gasolinera 0535 a las seis treinta de una fría mañana toluqueña. El despachador se acerca fresco, despeinado y con dos cafés con piquete encima. “¿Cuánto le ponemos mi joven?”, dice.

El chofer le pide impaciente un tanque lleno, mientras el pasajero le grita desesperado desde el fondo de aquella camioneta blanca de lujo que tiene que llegar a su desayuno en la Ciudad de México, temprano, muy temprano.

La bomba de gasolina se detiene con el chasquido tradicional, el despachador se acerca a retirarla mientras el chofer baja la ventanilla para escuchar el monto, porque sigue distraído en el celular. “Son 2,850, mi jefe, ¿efectivo o tarjeta?”, dice despreocupado el hombrecillo alegre y despeinado.

El pasajero misterioso se transforma, baja la ventanilla para gritar: “¿Cómo 2,850 pesos?, pues si no es de oro, ¿qué les pasa?, es un robo lo que hacen en esta gasolinera, nunca había pagado tanto por llenar el tanque, llámele a su gerente”.

El despachador, asustado, se queda en una pieza igual que el chofer, sólo para decir: “La gasolina sube todos los días y el nivel de vida baja, patrón, así estamos en México”. “Ni modo, si no le parece, dígale a sus jefes”, dijo mentalmente el chofer, al fin y al cabo, él no la paga, a este político le pagamos la gasolina con nuestros impuestos.