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Cuentos para presidentes

El Atentado
Rodrigo Sandoval Almazán

Las decisiones más importantes del país se tomaban por lo regular en el desayuno, una mesa redonda con café, té y panecillos era el preludio para la conversación más polémica o las discusiones más agrias entre secretarios, directores y líderes del partido con el mismo presidente.

En esta ocasión, sólo se encontraban el presidente, uno de sus consejeros más cercanos y el líder del partido, quien comenzó la plática, de la que escuchamos sólo algunos fragmentos pues nuestra mosca espía tiene baja batería.

Lo que está diciendo frente a los medios es imperdonable, señor presidente, hable con él controle sus impulsos.

Entiendo sus comentarios, mi amigo -había comenzado diciendo el presidente-, pero usted sabe que esto es política. Él “sabe en lo que se mete”, de antemano, conoce los riesgos de su rebeldía y de enfrentar al Gobierno Federal, yo creo que se calmará en unos días. No debemos darle importancia, sino tomar otras medidas que lo tranquilicen.

Pero, señor presidente, con el debido respeto. Esto puede exponer todo el juego político; conoce a fondo el sistema y cada uno de sus disparadores económicos y sociales, nos puede hacer mucho daño en esta época.

El presidente miró entonces a su asesor y le pregunto: “¿Tú qué opinas?”. El hombre, se lamió el bigote, después de darle un sorbo al café negro y dijo resignado: “Yo creo que hay que apretar otras tuercas, unas más fuertes. Las de su familia, de sus colaboradores, hay que alertar a la ciudadanía y desprestigiarlo antes de cometer cualquier acción, creo que eso es lo más importante.

No lo sé, dijo de nuevo el presidente, tomando jugo de naranja frente a él. Creo que hemos tomado ya ese camino y no tenemos resultados, al contrario, parece que su fama ha crecido en las últimas semanas. Parece imbatible a las presiones políticas.

Por eso le digo, señor presidente, es un riesgo creciente que puede generar más inestabilidad política en el corto plazo y ello nos puede sacar de la presidencia. Hasta se puede levantar en armas.
Eso no lo creo, usted exagera mi amigo, de verdad, creo que se le pasó la mano.

Pero el asesor le miró fijamente como si supiera algo y no quisiera revelarlo por temor a implicar al presidente. De pronto, dijo tajante: “Hay que terminar con él. Es un riesgo para la estabilidad del sistema político, nos puede descubrir toda la estrategia que hemos venido trabajando”

Ve lo que lo estoy diciendo señor presidente. No hay opción de que entre en razón. Ya ni los cañonazos de cincuenta mil sirven. Ni tampoco una banda criminal que lo ha amenazado funciona.
El presidente miro hacia el jardín y con un tono casi silencioso y triste a la vez, dijo a sus interlocutores: “Entonces hay que hacerlo… Manténganme informado cuando ocurra el resultado”.

Horas después, el asesor tomaría el teléfono para llamar a un hombre desconocido y citarlo en un céntrico parque al medio día. De nuevo, durante el encuentro, no alcanzamos a escuchar toda la conversación, pero registramos lo necesario que reproducimos aquí.

“Debe parecer que lo emboscaron; que sea en una ciudad de su estado, ya sabes que es del norte del país, ¿no? Bueno, pues allí abundan los criminales y debe parecer que se trata de un ajuste de cuentas, incluso decapitado, para que se vea la saña y la crueldad. Que no quede testigo vivo y todo calladito, con hombres de plena confianza… ¿Esta claro?”

El otro hombre asintió rápidamente y preguntó: “¿Qué hay del pago? ¿Necesito efectivo ahora para moverme con mi gente?”

No se preocupe por eso, y le extendió un sobre marrón bastante abultado, esto cubrirá sus gastos iniciales y los de sus hombres. El resto lo recibirá en dólares, como siempre, pero ahora por la premura, será el doble de su precio.

El hombre cogió el sobre y se lo guardó en la chaqueta rápidamente, al escuchar “doble de su precio” se limitó a sonreír.

Ambos caballeros se despidieron con un apretón de manos y tomaron direcciones opuestas. Alcanzamos a ver, al asesor que horas antes desayunara con el presidente, pero no logramos identificar al otro personaje, quien vestía de traje sastre oscuro, sin corbata, pelo entrecano, de complexión robusta pero no gordo, más bien parecía de corte militar perfectamente entrenado, por que se cubría muy bien de cualquier cámara con una gorra deportiva azul que ostentaba el logotipo NY y cubría gran parte de su rostro.

Tres días después los encabezados de los periódicos daban la nota: “Atentado” y comenzaban a revelar algunos detalles: fue una emboscada cuando se dirigía a una reunión familiar, sin escoltas; los autos quedaron llenos de agujeros de bala por todos lados; usaron ametralladoras de alto calibre; todos los ocupantes fueron decapitados y con tiro de gracia; se presume que fueron varios hombres armados pero no se ha logrado identificar a ninguno de ellos. El país está conmocionado por tan brutal y grotesca masacre y el presidente consternado ha pedido luto nacional y promete dar con los asesinos.

Mientras tanto, en una sala de palacio nacional que ostenta la fotografía presidencial detrás del escritorio de madera de caoba, un teléfono repiquetea insistente hasta que una mano lo alcanza y se lleva el auricular a la oreja, sólo se escucha decir: “El objetivo ha sido eliminado”.

Quien toma la llamada pregunta: ¿Javier Corral Jurado? Del otro lado de la línea un pesado silencio y una voz ronca responde: “No señor, un tal Doroteo Arango. Alias Pancho Villa”…. Entonces corría el mes de Julio de 1923 en otro México, en uno, donde el Gobierno todavía arreglaba las cosas con balas.

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