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Cuentos para Presidentes

El general en su laberinto

Rodrigo Sandoval Almazán

* * *

Me gustaría contar mi verdad antes de mi muerte. Ya que ha pasado más de una década de mi desgracia,   merezco ser recordado como el héroe y no cómo el corrupto. Si supieran lo que viví cuando estuve cerca del presidente, no me lo creerían. Quizás sea bueno comenzar por decir donde me encuentro hoy, sólo, acompañado de  la gente que me hace de comer y el chofer del ejército que  me envían a veces. Estoy retirado en un cabaña lejos del mundo de la política, puedo salir a correr y caminar. Pero no puedo ver a nadie. Una prisión invisible.

Me dejan leer, ver televisión, pero el contacto con el mundo – nada de teléfonos – está restringido sólo cuando me necesitan para algo se pueden comunicar conmigo familiares o amigos, algunos me pueden llamar pero yo no puedo hacer llamadas. Por eso tengo estos cuadernos en los que poner mis pensamientos, me los dan para no volverme loco. Después del tiempo que pasé en la prisión de Estados Unidos no duermo bien, sigo despertando por las noches temeroso de que me maten.

Uno piensa que esas cárceles son diferentes a las de México, más limpias y seguras, por que las ven en las películas. No es verdad. Ese miedo que te carcome por las noches no se me ha quitado nunca. Fué una sorpresa que me arrestaran en el aeropuerto; los gringos lo tienen todo bien pensado, yo no me lo esperaba y menos en la época de pandemia. Nadie me dió el pitazo, querían que me arrestaran.

De los interrogatorios no puedo hablar, por que si alguien encuentra estas notas se darán cuenta de todos los nombres que dí y aquellos que traicioné. Sabía muy bien que podía intercambiar información a cambio de mi libertad, pero más bien lo que hicimos, fue amenazar. Cuando me arrestaron, le dije a mi esposa al despedirme, llámale al Pipe y dile lo que me hicieron. Ella lo entendió, era el nombre clave para mi mejor amigo, mi soldado, mi hombre de confianza, toda la lealtad que se había quedado en la administración con el presidente. El sabría que botones oprimir, qué piezas mover, cuánto negociar y presionar, en ese entonces, los teníamos agarrados por todas partes.

Si atacaban a uno de nosotros el resto me iba a proteger. Es parte del código de honor, un asunto de lealtad. Sino lo hacían iban a comenzar a caer los otros, el resto de las piezas se iba a mover hasta que me dejaran en paz. Así que me senté a esperar en mi celda pensando que  era cuestión de tiempo, tiempo  del que no tenía mucho  por si me mataban ahí dentro de la cárcel mis viejos amigos ahora enemigos.

Muchos piensan que los traicioné, que vendí al país, cambie mi lealtad y me volví corrupto. Están equivocados. Todo fué parte de mi estrategia para infiltrarme, conocer sus movimientos y lograr atraparlos. Es como una hidra muy venenosa que si no sabes bien donde cortar o cómo cuidarte te mata en un descuido. Pero yo fui más listo y les hice creer que estaba con ellos, que los ayudaba, pero en realidad me metí a fondo en su organización y  los fui llevando ante la ley.

Eso los saben mis subalternos e incluso mi superior, era la única forma de combatirlos: por la espalda y a escondidas. Un ataque frontal traería muchas muertes e inestabilidad en el país, no queríamos eso, menos sangre, menos muertes y más control político y social. Pero después de mi arresto en los Angeles todo cambió. El mensaje que mandaron fue de corrupción, deslealtad a la patria, cuán equivocados estaban.

Lo demostraron las negociaciones para rescatarme de los gringos. Muy pocos lo saben, pero a mi me lo contaron mis leales soldados que fue una negociación del más alto nivel, no les puedo decir que tan alto, pero me dicen que una parte fue no reconocer al candidato triunfador de la elección presidencial de los vecinos. La otra parte fue un trueque. Mi libertad a cambio de un pez más gordo y jugoso que yo. Eso era fácil de decidir, el problema fue llevarlo a cabo, pero nosotros teníamos un as bajo la manga.

Sabíamos de los tratos con altos funcionarios del país vecino,  por supuesto, a poco creen que todos son unos santos. También del otro lado hay corrupción. Recién me detuvieron comenzaron a sonar los teléfonos,  llamadas y reuniones secretas para difundir aquellos nombres y apellidos, montos y lugares, que involucraban a todos los que no querían ser involucrados. Entonces las cosas funcionaron como relojería: me liberaron y guardamos silencio.

No les convenía que toda esa información aparezca justo en un momento electoral y nosotros lo sabíamos. Cayeron en la trampa y pude salir libre. Ya en México las cosas cambiaron y aquí me tienen años después corriendo el lápiz para que sepan mi verdad. Ahora otros demonios me atormentan, aquellas noches en prisión y los tratos con aquellos enemigos que todavía me persiguen, de seguro por que siguen con miedo a todo lo que sé de ellos y el daño que les puedo hacer a sus redes de contactos y de relaciones. Pero no tienen de qué preocuparse, muchos de sus contactos han muerto, sus redes se vuelven a armar y a la hidra le cortamos una cabeza pero le sale otra más, se recupera al instante.

Para esta guerra contra el crimen organizado del siglo XXI tendrán que pensar otra estrategia, armarse con tecnología, derrotarlos por el dinero, las personas y sus redes, díganmelo a mi, yo lo sé de sobra, sino no estaría contándolo como hasta ahora, al final ellos hacen lo que quieren y tienen el poder de controlar un país, un ejército, nosotros somos peones en su juego de la muerte.