Septiembre 18, 2024
Clima
18°c Máxima
18°c Mínima

Cuentos para Presidentes

El Maestro en línea

Rodrigo Sandoval Almazan

* * *

Extraño los rostros y las sonrisas pícaras que veía a diario. Extraño los gritos en el recreo, las patadas del fútbol, las peleas, las miradas de las niñas que critican el vestido de las compañeras, lápices rotos, libretas tiradas, mochilas vacías y… los celulares en mi escritorio cada semana, por que eran la mayor distracción de los pequeños.

No hay tareas que rayar, errores ortográficos que corregir, pero mucho menos ver las caritas de alegría cuando les salió la suma o la resta; cuando en su mente ocurrió el momento “Eureka” al entender la división o las fracciones. Eso se ha terminado por el momento. Lo he tenido que poner en pausa.

Ahora me contento con mirar pantallas azules; día tras día, hora tras hora. Lo que siempre critique  (¡no vean televisión que los hace tontos! ) ahora es mi mayor recurso pedagógico; mi puerta de entrada s sus mentes, el único camino posible para volver a verlos.

Ahora miro pequeños rostros en cuadrículas. En muchos se alcanza a ver la tristeza por abandonar las aulas, por estar solos en casa frente a la computadora – los más afortunados – y otros frente al teléfono móvil. Ellos se sienten privilegiados por que saben que muchos niños están viendo la televisión y tomando clases a través de la pantalla-idiota, que sólo les da información, juegos, noticias, deja tareas, les hace preguntas que no pueden responder al instante, muchas de estas difíciles y otras tontas obviedades que nada enseñan.

De alguna forma, al verme al otro lado de la pantalla, al compartir con sus compañeros micro-ventanas que también miran se sienten un poco más cerca, un poco más humanos, un poco más niños y menos robot. Todavía puedo escuchar las risas través de las bocinas, oír en el fondo esas pequeñas vocecitas que se cuentan lo último del día, como telegrama, por que el tiempo de conexión apremia y entender que han hecho o que aspiran a ser.

Intento ser mejor maestro en cada clase. La tecnología de comunicación tiene sus ventajas, pero es cierto que no estamos adaptados a ella;  aún nos falta entender cómo podemos enviar el conocimiento y que sea captado por estos chicos que están acostumbrados a la inmediatez. Para desintoxicarlos digitalmente, todos los días les invito a que se “desconecten” y regresen a los juegos, salgan a sus patios y tomen la pelota, las canicas, los viejos juegos de mesa, pero que no se queden el resto del día detrás de las pantallas, por que al final de cuentas dañaran su cerebro. Pero creo que no me escuchan.

Detrás de cámaras, escondida está la maestra o el maestro en casa. Las madres y padres que han tenido que jugar al doble rol: ser padres y mentores. Auxiliares educativos, profesores temporales en tiempos de pandemia. Han tenido que llevar la carga de explicar lo que no se entendió, buscar ejemplos, revolver en sus recuerdos del pasado y tratar de descifrar las letras de sus hijos, los cálculos, las fracciones, las lecciones perdidas de historia.

Son los héroes desconocidos de esta emergencia;  ellas y ellos combinan con sus trabajos del día la enseñanza de sus vástagos. Mantienen a su lado al pequeño con el celular tomando clase, han cambiado los datos del teléfono para que no tengan internet el fin de semana, pero sí todos los días para que sus hijos puedan tomar las clases. Han aprendido a usar su teléfono inteligente para enviar tareas, contestar correos, fotografiar libretas con calidad impresionante y tomar apuntes a mano y en linea. Descifrar el código de nosotros los maestros cuando hablamos con los niños y les explicamos conceptos difíciles..

Se han tenido que desprender – a la fuerza – de su expectativa de padre y madre para asumir el nuevo rol de maestro objetivo, imparcial, que le interesa más el conocimiento que la calidad de la letra o la tarea entregada sin errores. Muchos siguen “haciendo” el trabajo de sus hijos, otros han optado por dejarlos solos y llegar únicamente en momento de extrema necesidad. Los veo, los escucho, cuando se acercan a las pantallas para dar un consejo, cambiar el micrófono, aumentar el volumen del audio para escuchar mejor.

Los veo cuando la tarea no queda a la primera entrega y después de su intervención parece como si la inspiración hubiera llegado a los niños. Los entiendo, yo también daría todo por ellos, pero no sé hasta donde esta intromisión en la educación de los niños sea benéfica. ¿Acaso no deben aprender por si solos? ¿Es posible que ellos encuentren la respuesta a sus preguntas y sus problemas?

La generación COVID-19 será la primera que reciba educación en línea, la que alteró sus patrones de conducta, de comprensión, de enseñanza producto de la pandemia. ¿Qué será de ellos? ¿Seguirán aprendiendo igual? ¿Podremos regresar a las aulas y retomar el “viejo” modelo de aprendizaje sin errores? ¿Hasta donde llegará esta transformación educativa?

Son algunas de las dudas que les planteó a mis colegas desde la distancia. Nos preguntamos si nuestra actividad de docentes está condenada a la desaparición y serán los robots, las computadoras quienes asuman el rol del maestro, el transmisor de información y de conocimientos.

Por ello, cada hora de clase la disfruto como si fuera la última. Anhelo mi aula, extraño esa convivencia con el alumno, encontrarle a la vida otro sentido, observar como muchos de ellos se están formando, luchando por salir adelante a pesar de las ausencias, las carencias, el maltrato que viven en casa, cómo les brota la vida y quieren aprender un poco más del mundo. Espero que llegue el día en que ésta generación tenga su lugar en la historia y demuestre cómo la pandemia les cambió la vida.