Noviembre 23, 2024
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Cuentos Para Presidentes

Hugo, Paco y Luis

IMPULSO/ Rodrigo Sandoval Almazán

Analista y columnista

Hugo, Paco y Luis son tres amigos de la infancia que no dejan de asombrarnos. Estudiaron en universidades extranjeras sus posgrados, son mexicanos exitosos y ahora piensan dedicarse a la política de tiempo completo. Les han ofrecido altas responsabilidades en el nuevo gobierno federal y para celebrarlo se han ido a pasar el fin de semana largo con el tío Ciro, un setentón cascarrabias que en su tiempo fue diplomático y senador; dirían ellos: “para abrevar experiencia de un viejo lobo de mar de la política antes de lanzarse a las fauces del poder”.

Llegaron a la cabaña del tío Ciro, enclavada en el fondo de un bosque frondoso. Era cerca del otoño del 2045, cuando se crearon las reservas de bosques protegidos por el fondo mundial de bosques y donde vivir era un lujo pero también una responsabilidad. Después de los saludos de rigor donde Hugo presentaba a sus amigos con el tío, él sugirió hacer una fogata esa noche.

Al cabo de unas horas ahí los tenemos animados y felices, como niños exploradores asando bombones y contando chistes bobos. El tío los miraba divertidos. Después de cenar y al calor de unas cuantas cervezas, Luis comenzó la plática.

– Ahora sí nos va a tocar tomas las decisiones más importantes, desde mi secretaría voy a impulsar una ley que nos dé poderes para controlar la delincuencia.

– Yo te voy ganar, dijo Hugo, cambiaré la policía cibernética en un sistema de policías virtuales que controlen los movimientos de las personas desde sus chips inteligentes.

– Nada de eso, tercio Paco, lo que vamos a hacer entre los tres, es crear un grupo nacional de soldados que puedan combatir el crimen, con toda la tecnología disponible bajo la protección de la ley.

En ese momento, el tío Ciro se puso de pie abruptamente, removió un poco el fuego con una vara para hacer más dramática la escena y se sentó frente a ellos, mirándolos fijamente.

“Muchachos, ustedes son jóvenes, tal vez no lo recuerden, por que han pasado varias décadas, pero déjenme contarles acerca de un caso que ocurrió en otro país, donde crearon un grupo parecido al que ustedes quieren hacer aquí.

Se le encargó al ejército el reclutamiento la planeación  y la formación de aquellos grupos de fuerza. Lo hicieron con éxito y precisión, pero no acabaron con el crimen. Fueron rebasados por las circunstancias, a ese gobierno se le olvidó que tenía otras prioridades. Vino la crisis del agua. En esos años de sequía, le siguieron violentas manifestaciones, multitudes que clamaban por el vital líquido. Ese grupo entrenado sirvió para controlarlos, reducirlos y confinarlos.

El asunto no quedó ahí vinieron otras crisis. Las inundaciones de las costas que mataron a miles dejando un caos de migración interna y problemas sociales;  en la época en que ustedes nacieron, llegó la crisis del aire y de los bosques. En todas ellas el poder que acumuló este grupo entrenado con la disciplina militar, pero ciego de poder, decidió tomar las riendas de aquel pueblo, con el fin de controlarlo en medio de la tragedia, convirtiéndose a la vez en salvador y verdugo; pero el asunto terminó mal. La gente, se rebeló, no querían perder sus libertades y organizarse de otra forma para hacer frente a las crisis ecológicas.

Esa escalada del poder militar descontrolado, le costó a esa nación miles de desaparecidos, muertos, campos de concentración, represión y tortura combatir la tentación autoritaria. Controlar el uso de la violencia que había sido otorgado por ley a aquellos hombres. Hubo que retomar el poder por otros medios, nosotros y otros países auxiliamos a aquél país en desgracia, para que retomara los cauces de la libertad y la democracia; presionamos para que los militares salieran del poder y lo logramos finalmente.

– Eso me recuerda lo que sucedió con la República de Chile tío, dijo Hugo entusiasmado por poder compartir algo.

– Cierto, respondió taciturno el ex embajador Ciro, pero esa fue una dictadura militar del siglo XX, querido sobrino; esto es otra cosa: un monstruo diferente. Disfrazado de buenas intenciones pero cuyo verdadero rostro es el poder.

– Perdone, don Ciro, pero entonces ¿Cuál es el camino para controlar el crimen y la delincuencia y mantener libres nuestras sociedades? – preguntaba Luis.

– Esa es la pregunta que se han hecho todos los gobiernos del mundo a lo largo de la historia. Ustedes lo deben saber mejor que yo, han estudiado mucho. La ley nos impone castigos, pero las ideas y los valores nos limitan internamente. Las escuelas, las universidades, son los centros por excelencia para que podamos hacer normales y dóciles a las sociedades.

– Cierto, tercio Paco, pero hoy en día con la cantidad de información digital que recibimos y las alternativas de educación que tenemos a la mano, ya no es posible tener sociedades homogéneas que piensen igual, que sean “controladas” con las mismas ideas.

– Es verdad, joven Paco, pero ese es el reto que tienen ahora ustedes, lograr ese equilibrio social entre las viejas ideas y las nuevas; imprimir los valores de libertad y justicia, de tolerancia y respeto para poder mantener a las sociedades y llevarlas por el camino de la prosperidad y paz. No impulsar la violencia, no legitimar el uso de la fuerza bajo ninguna excusa.

Los tres jóvenes se quedaron callados, pensando, ensimismados. El poder no era el juego que les habían contado de niños, el que habían visto en las series de televisión, ni en las novelas que leían de vez en cuando. La luna los miraba desde había un país que gobernar, un formidable reto les esperaba.