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Cuentos Para Presidentes

Impulso/Rodrigo Sandoval Almazán

México: la otra independencia

Después de escuchar el repicar de la campana en la Iglesia de Dolores supe que todo iba a cambiar. El cura Hidalgo no era el santo de mi devoción. Le conocía de antaño, cuando administraba la hacienda de su familia junto con sus hermanos, si bien había apoyado a los artesanos de la zona creando empleos para ellos y un lugar donde trabajar, yo conocía que tenía sus amoríos. No era perfecto, un ser humano después de todo.

También sabía que esta “revuelta” sería por causa del dinero. Como siempre, el maldito dinero. No era una cuestión de salvar al país o de apoyar a un rey, sino era un tema de dinero, que nadie me diga lo contrario por que estaría equivocado. El problema habían sido los excesivos impuestos que nos cobraba la corona, por ello nos lanzamos a la revuelta, para protestar contra el abuso.

Sí lo adivinaron, anduve a caballo con el buen cura y la turba. Salimos a reconquistar México. Recogimos piedras, palos, arcos y flechas, fusiles y cañones, fundimos metales para hacer balas y armar a nuestro pequeño ejército que crecía conforme avanzamos por montañas y valles. No nos preocupaba perder la vida por que, por fin, éramos libres, respirábamos la libertad de hacer lo que quisiéramos. Mientras los gachupines se preocupaban por ver crecer lo que no creían que fuera a pasar: los incultos arrasaban con todo a su paso.

En esas batallas vi como la turba hacia limpieza de todo y todos. Destrozaba casas de los peninsulares, saqueaba, ultrajaba mujeres, asesinaba impunemente. Esa no era la independencia de España que yo quería. Era lo que tenía. Decía el cura Hidalgo que era el “ejército” que teníamos a la mano, nos hubiera gustado tener un ejército profesional, como después hicimos con Vicente Guerrero o con Ignacio Allende, mientras tanto era una turba. Así comenzamos a construir México: con tropiezos. Todo improvisado.

Aún recuerdo la batalla del monte de las cruces – me salve por un pelito – la indecisión del cura por seguir a la capital, ahí hubiera terminado todo. Nos sentíamos cerca de la victoria, pero no. Después lo arrestaron, fusilaron y decapitaron como escarmiento; mientras huí a refugiarme con el otro cura: Don José María Morelos y Pavón. Ahí sí todo parecía tener sentido. Desde que leí “los sentimientos de la nación” supe que se le había extendido un acta de nacimiento a México, pero la lucha era cruenta, sangrienta y… todavía desorganizada.

Había varios frentes, múltiples caudillos y todos querían la independencia para sí mismos. La consigna era luchar y terminar con el poder económico de los peninsulares, no había destino definido, sino solo el camino de las armas.

A pesar de ello, el genio militar de Morelos nos llevaba por buen camino, detrás de nosotros una muchedumbre nos seguía a todos lados: tropa, mujeres y niños, así en ese orden. Llevamos la independencia a cuestas. Cargamos con la sociedad para todos lados, ya sea que perdiéramos la batalla o que ganáramos ellos se enteran en el acto mismo cuando no ven regresar a sus padres, a sus esposos, a sus amantes. Era una lucha social.

Cuando llegó el final de la lucha armada pensé que todo iba a cambiar. Pero no fue así. No ocurrió la magia. Llegó la política. Fue entonces cuando se comenzaron a redactar las constituciones – 1824, 1857 – que le dieron forma a una nación en ciernes. Tomamos las mejores ideas liberales, le apostamos al futuro, garantizamos la libertad, garantías humanas, dimos nuestro mejor esfuerzo para construir el país que queríamos, pero tal como sucedió con el ejército de Hidalgo, los diputados que teníamos era lo que había, algunos incultos otros genios, pero todos inexpertos, era la primera vez que se enfrentaban a la política parlamentaria.

La independencia de España fue el primer paso hacia la construcción de un país, pero habría que dar muchos más. La lucha armada es la última opción, la más cruenta, la más difícil de detener. Para construir un país las diferencias las resolvemos con la política. Buena o mala, pero ahí está el mejor camino para ponernos de acuerdo. Sí, yo lo entendí después de seguir a los caudillos, ver los muertos y curar a miles de heridos; la suerte me acompañó para poder contarles estas cosas y decirles que aún no somos del todo independientes.

Falta la mayor independencia. Llegar a la madurez, a la mayoría de edad como país para enfrentar los cambios y los retos que tenemos enfrente. Esa independencia incluye derechos y responsabilidades. Nosotros lo hicimos cuando tuvimos en nuestras manos el destino de la lucha: seguir adelante o detenerse y apagar la rebelión. Lo hicimos cuando firmamos la primera constitución, era imperfecta, tenía muchas debilidades pero decidimos que era momento de dar certeza: crear instituciones y abrirle la puerta a un nuevo México que partiera de los hombres y las leyes, más que continuar con la barbarie y la inseguridad de los caudillos.

Si hubieran conocido como yo a Hidalgo y Morelos. Si hubieran hablando con Allende y Guerrero, se darían cuenta de lo mucho que amaban a México, del sacrificio que hicieron por dejar un legado, una patria para las siguientes generaciones. Si hoy les miraran esos héroes ¿Qué les dirán? ¿Cuánto has dado por México? ¿Qué sacrificio has hecho por dejar un mejor país?