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Cuentos para Presidentes

IMPULSO/ Rodrigo Sandoval Almazán
El día que votamos en silencio

Hace muchos años que doña Matilda no sentía esta emoción. “Me recuerda cuando voté por Cuauhtémoc Cárdenas en 1988” me habría dicho. En efecto, nos sentíamos como niños regañados por haber votado en contra del régimen, en contra del status quo, del orden establecido por el PRI.

Esta mañana Matilda era la primera en la fila de la casilla, con sus años a cuestas, pero de salud como roble se sentía plena de que sí iba a votar por lo que ella creía sería bueno para México. En la mesa de casilla la recibieron como una cliente cotidiana. “Cuantas elecciones no se ha echado a cuestas la Doña” dijo la presidenta mientras le entregaba las boletas.

Hoy cuando sale de la mampara y muestra orgullosa sus boletas por que las ha marcado por Morena; los representantes de los partidos se miran entre sí, se sonrojan, se ríen nerviosos, algunos fruncen el ceño. Ellos, los que pensaban que no sería capaz, que no lo haría por tantos apoyos, tantas despensas, se sienten traicionados, dolidos. Matilda en cambio se ufana orgullosa, nadie le puede quitar este momento, el momento cuando tiene el poder de la democracia.

A Pablo en cambio, le costó llegar a su casilla. Se perdió dos veces, seguro por lo emocionado que estaba. Era la primera vez en su vida que votaría. Era como jugar con juguete nuevo. Credencial en mano se acercó tembloroso a entregarla al presidente de casilla, no sabía si dejarla ahí o llevarla consigo.

“Se la entregamos al final, no se preocupe joven” dijo un escrutador, percibiendo un poco el miedo por perder de vista aquel objeto tan preciado, que hoy le otorgaba la posibilidad de decidir por su patria. Ya en la mampara, se confundió con tantas boletas. Nombres de personas que nunca escucho antes, pero también los que habían repetido incesantemente en las últimas semanas.

Al momento de cruzar el partido elegido su corazón palpita rápidamente, no sabía aún si su decisión era la correcta en los nombres que no recordaba; aquellos en los que estaba seguro no dudó ni un instante y rápido marco con una cruz al elegido. Ahora a doblar cuidadosamente cada una, como si fuera una carta de amor a México y depositar cada color en la urna adecuada.

Al final libre, toma su credencial y sale con el pecho descubierto, erguido, valeroso, alegre, emocionado, acaba de cumplir con su máximo compromiso, su mayor obligación. Contesta al encuestador de salida acerca de a quién le dio su voto y lo ve alejarse sorprendido, recordando esos brillantes, alegres como diciendo por ellos es que sigue existiendo un México valioso.

El señor me ha pedido que omita deliberadamente su nombre, ya verán ustedes por qué. Así que tengo que llamarlo a secas “Señor” para que no quepa duda que no utilicé ni su apodo o su nombre artístico. El es un viejo lobo de mar en estas lides electorales; de traje sastre, sin corbata y con dos guardaespaldas morenos de rostro enfurecido se lanza a la calle rumbo a la casilla más cercana de su casa.

Piensa que la gente lo recibirá con miradas de admiración y revuelo, pero no es así. Cuando llega, apenas alguien lo reconoce y le dice en secreto su nombre al amigo de junto, los demás lo desprecian en silencio. Las personas de la mesa de casilla lo reciben con indiferencia, como si fuera uno más, no hay sonrisas simuladas, ni gestos compartidos.

“Como se ve que hemos perdido el poder” me comenta después. Llega a la mampara y se le cae el marcador al suelo, nadie lo recoge. Todos lo miran. Los guardaespaldas esperan afuera ante la mirada altanera de los representantes de partidos políticos. Nadie se da cuenta que ha dejado el celular encima de las boletas para recoger el marcador, de seguro les va a tomar fotos a cada boleta para evidenciar por quien votó, pensamos los que presenciamos la escena.

Hay un pesado silencio que aguarda a que se marche. La gente formada esperando votar lo mira de reojo, algunos con desprecio, otros con tristeza, es como si vieran irse a una calamidad, como si despacharan el pasado para mirar hacia el futuro. Se aleja a grandes zancadas del lugar, sus dos hombres le siguen de cerca. Regresa el ánimo a la casilla, nadie, nadie comenta del sujeto.

Los robots telefónicos no duermen. Me despiertan a la una de la madrugada para decirme por quien votar. Increíble. Usan la propaganda de otro partido político para que los odie, pero yo, que estoy medio dormido, estoy seguro de que son ellos, no los del partido que utilizaron los que quieren que me enoje, que tenga miedo, que los rechace. Lástima, no puedo hacerlo. Me doy cuenta del engaño, de la farsa y al contrario, acaban de reforzar mi decisión de no votar por ellos, era un voto en silencio que tenía guardado pero ahora, gracias a esta llamada ha llegado la hora de sacarlo y ponerlo en la boleta.

El primero de julio del 2018 muchos votamos en silencio. Queriendo ocultar nuestro “pecado” para no herir a nadie en casa, para no causar revuelo en el trabajo, para no mentir al cónyuge, al amigo, al confidente. Un silencio cómplice por México, por que anhelamos un mejor país, un mejor gobierno, una esperanza que nos permita cambiar las cosas y dejar atrás las viejas practicas, la impunidad, la corrupción la indiferencia.

Es una pena que tengamos que votar en silencio, esperamos que en el futuro podamos vivir en la tolerancia, aceptar que pensamos diferente, que creemos cosas diferentes y que podamos cambiar nuestros puntos de vista. No hay mejor camino que la política para resolver las diferencias, para atender esas ideas, después de esta elección salgamos con la frente en alto, reconociendo la victoria y la derrota y comencemos a trabajar todos juntos, sin rencores, sin resentimientos por este país que tanto amamos.