Noviembre 24, 2024
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Cuentos para presidentes

IMPULSO/Rodrigo Sandoval Almazán

El negociador

Ottawa: Largas son las horas que tenemos que pasar conversando, buscando puntos de vista para tratar de convencer a nuestros colegas de Estados Unidos y Canadá. Por ejemplo, hoy llevamos cinco horas buscando soluciones a las problemáticas reglas de origen, y aunque sentimos que nos acercamos para lograr un acuerdo, todavía hay que superar muchas diferencias.

Sé que esto no es un capricho presidencial, se trata más bien de una postura económica que busca “beneficiar” a ciertos sectores empresariales y dar un golpe publicitario para sus electores y lograr así mantener el poder, pero ésta postura ha detenido meses lo que podríamos haber logrado hace tiempo y, seguramente en un par de años, será una regla obsoleta, así de rápido cambian las cosas.

Afuera sigue cayendo nieve, logró ver por las ventanas esa penumbra oscura de nubes negras que no dejan pasar el sol, extraño el sol. Después de diez de días de no verlo salir y estar encerrado en este cuarto con tapices y alfombras caras, asientos mullidos y café caliente, lo único que veo son las caras de mis colegas. Ya nos conocemos a la perfección: sabemos nuestros gestos, manías, nuestras presiones y hasta sabemos si tienen hijos, nietos, son viudos o casados; tanto tiempo juntos no impide que seamos humanos, aunque nuestra profesión de negociadores comerciales nos apasiona, no por ello dejamos de lado nuestras raíces, nuestra patria e intentamos negociar a favor de ella.

Washington, Estados Unidos: Cada vez que aterrizo en la capital norteamericana, trato de no sentirme intimidado por los edificios gigantescos, las baldosas lustrosas del aeropuerto o los guardias de migración malencarados y bien armados que sellan mi pasaporte diplomático. No saben que vine a negociar el tratado comercial entre su país y el mío. Apenas articulan la palabra “mexicano” (porque no me ha tocado un oficial hispano) y me regresan el pasaporte como si fuera un paria. No señor, soy quien trata de no dejar pasar los abusos para que tenga fruta fresca y gasolina todos los días. Claro, soy un pequeño alfil en el ajedrez internacional, pero sigo siendo una pieza importante en el juego.

Puedo decir que me gusta el sol en Washington, mucho más que en Canadá, pero nada se compara con el calor que siento al llegar a Mexico. Acá, la oficinas tienen toda la tecnología y personal a tu servicio, aunque siento que a veces nos espían con micrófonos ocultos como en las películas, pero podemos hablar con más soltura. Nuestros colegas norteamericanos saben algo de español y francés, lo hemos ido puliendo en los descansos, en las sesiones conjuntas, en los trayectos al comedor, en las conversaciones íntimas.

En el cuarto de junto, así le llamamos a esa sala de juntas donde se sientan algunos de nuestros asesores y muchos cabilderos o empresarios que quieren saber cómo va la negociación. Dudo en acercarme, dudo en abrir la puerta, dudo en conversar con alguien de allí. Lo tengo que hacer en algún momento porque debo consultar cifras para saber si una decisión, una sola palabra en el acuerdo comercial puede subir o bajar la inflación, aumentar las ventas o terminar un mercado, así de importante es mi responsabilidad, así de alta es la calidad de las discusiones que tenemos. En esta soledad, sólo Dios sabe si actuamos a favor de la patria o de algún grupo empresarial.

Ciudad de México: Cada vez entiendo más a los canadienses cuando pisan suelo mexicano. Cambian su ropa, se ponen alegres, se sueltan el pelo y hablan en un francés más comprensible. Repito, seguro es el clima. Los que se sienten más amenazados son el grupo de negociadores norteamericanos, creen que los van a matar en cuanto salgan de la sala de juntas; suponen que hay narcotraficantes esperando afuera con metralletas para atentar contra su vida. Las cintas de Hollywood han moldeado su vida. Para mí, es como estar en casa. Salir de la sala de juntas con aire acondicionado y respirar la contaminación del día. Abrir las cortinas de mi recámara y ver un maravilloso sol y poder respirar la libertad. Tomar el auto y recorrer cada mañana -olvidándome de los hoteles- la ruta hacia la sala de negociaciones, al cuarto de junto, a los papeles en inglés, francés y español que debo revisar. Si logramos este tratado de libre comercio, habremos dado solidez a inversiones y lograremos insertarnos aún más en la economía global. Hemos trabajado mucho para cambiar los defectos y debilidades del anterior acuerdo.

Sorteamos innumerables retos, si supieran, las declaraciones del político en turno que arruina en cuestión de segundos nuestras conversaciones de semanas, las presiones de empresarios que discuten en el cuarto de al lado, cabilderos que buscan lograr concesiones para tal o cual industria, rapaces medios de comunicación que buscan cualquier señal, palabra o sentencia que les regale un encabezado y que nos puede costar la confianza de nuestros colegas.

A pesar de todo, estamos logrando el tratado comercial de Norteamérica. Habrá a quien no le parezca porque no sabe cuánto tiempo hemos dedicado a precisar con sumo detalle cada palabra que no permita a una demanda internacional o una salida empresarial para declarar una guerra comercial o entorpecer el acuerdo. Habrá quien grite y se escandalice por lo logrado, pero no sabrá que sudamos y vivimos estos meses para tratar de darle una alternativa a su negocio, a nuestra economía, a nuestra moneda. Sigue siendo perfectible, habrá reglas que mejorar con el tiempo, pero, en este momento, con este contexto tan complejo en lo político y en lo internacional, es lo que logramos. Hicimos patria, no la vendimos, ¡negociamos por México!