Cuarto de Guerra
Rodrigo Sandoval Almazán
Desde el cielo, Dios miraba hacia México, lo rodeaba su corte celestial y uno que otro político internacional que a veces quería dar su humilde opinión. En esta ocasión, Nelson Mandela, Gandhi, Winston Churchill y un muy perdido Porfirio Díaz estaban mirando hacia la tierra.
— ¿Qué haremos con México? -se preguntaba el Señor-, he escuchado las oraciones de millones de mexicanos que claman por su patria. He oído al Papa, a los obispos de todas religiones que buscan guía y luz para este país. ¿Qué haremos por México?
— Es que ya no queda nada bueno por ahí. Dijo alguien.
— Mire, señor, dijo el arcangel, sí hay políticos que están haciendo el bien.
El Señor fijó la mirada donde señalaba aquél ser alado y de toda bondad. En efecto, algunos alcaldes estaban preocupados por sus ciudadanos, tratando de meter orden en su municipio. Buscando hacer cumplir la ley a costa de su propia vida, luchando por cambiar las malas leyes publicadas por el Gobierno Federal, siendo tan creativos como fuera posible para ahorrar, para pedir recursos y brindar servicios públicos a sus ciudadanos, buscando conservar la paz y traer la alegría a sus pueblos. No se sorprendió, sabía que en México aún había esperanza.
Gandhi estaba complacido con la esperanza que habían encontrado. Pero aún veía oscuridad, demasiado desorden, demasiada gente recibiendo sobornos y violando la ley, aplastando al prójimo, separando familias, maltratando niños y mujeres inocentes, miraba a través de esos lentecillos y lo que veía no le gustaba, por eso se animó a hablar.
— Señor, necesitan una lección, dijo con cierto pesar, esperando recibir una mirada de aprobación, en cambio, obtuvo otra cosa.
Dios se levantó y lo miro con curiosidad, estaba buscando una respuesta, una señal de los humanos, pero no hubo nada, hasta que dijo: “Veo que ustedes han perdido la esperanza en los mexicanos. Yo no. Aún creo en ellos, en que puedan recobrar a su país y su destino. No necesitan más lecciones, sólo tienen que pasar esta, tienen que aprender a gobernarse, a imponerse límites y cumplirlos, a quererse, a amar y respetar la creación que les he regalado. Toda esa agua, esa naturaleza maravillosa de mares, ríos, bosques, plantas y animales que son suyos. “Ellos lo deben cuidar, ellos pueden salvar su propio mundo”, pensaba.
Todos se miraron y estuvieron de acuerdo con las palabras del Señor, pero aún así seguían preocupados por este pequeño país del continente americano.
— Señor, dijo Mandela, ¿por qué no les mandas un salvador?, alguien que les muestre el camino, que los guíe por el camino que todos esperamos para México.
— Ya les envié a ya sabes quién, pero no creo que sirva gran cosa para lo que necesitan, el problema es demasiado profundo.
— Necesitan un milagro, dijo Churchill, frunciendo la frente.
— Ellos son el milagro, replicó Dios, han resistido al PRI casi noventa años, han sobrevivido crisis económicas, terremotos, corrupción, tráfico de drogas, desapariciones de hombres y mujeres. De milagro siguen vivos. Desde el cielo, se veía un México confundido, temeroso, borroso y, en ocasiones, podrido.
El Señor estaba preocupado. — ¿Qué haremos, Don Porfirio?
Tímidamente dijo: “Solo necesitan creérsela, señor”.
Dios, en toda su bondad, miró enternecido al oaxaqueño por su gran amor a México y sentenció: “Si, tienes razón, necesitan recuperar su autoestima. Creer que se merecen su país y que son capaces de cuidarlo, de sostenerlo y vigilar a sus gobiernos y sus políticos para que no acaben con él. Sólo eso, creer en ellos mismos, dijo suspirando y sin apartar la mirada de ese lugar mágico y maravilloso que alguna vez había creado con tanto amor, les enviaría alguna respuesta, pronto, muy pronto.