IMPULSO/ Rodrigo Sandoval Almazán
El sueño independiente
Todo empezó en la primaria, en un viejo salón de clases rodeado de pupitres de madera y pizarrones verdes con gises blancos, los alumnos escuchamos atentos a la maestra dando su clase de historia: “Niños, en este país, el único que puede resolver sus problemas es el Presidente. No hay persona más importante que el Presidente de México. Es quien decide todo sobre todos nosotros. Nos da educación, comida, libertad, seguridad, etc. El Presidente de la República es la persona más poderosa de nuestra nación”.
Ése fue el cuento que nos contaron desde niños y se nos quedó tan grabado que hasta el Gobernador en turno lo creímos Presidente cuando visitaba la escuela y daba sus discursos largos y aburridos. Luego fuimos creciendo y entendimos que el señor Presidente de la República era otro, uno que salía en las noticias de televisión, se robaba las primeras planas de los diarios y… en efecto, como había dicho la maestra, tomaba decisiones sobre todos nosotros que afectaban el empleo de papá, el gasto de mamá y el “domingo” de los niños. Precisamente por eso, en lo profundo de todos los mexicanos hay un presidente en potencia.
De niños, antes de que llegara la cultura del narco, se podía jugar al policía, al bombero y hasta a ser “presidente”, no diputado, no senador, mucho menos alcalde o gobernador, sino presidente de la república. El juego era sencillo, el “presidente” en turno le daba órdenes a todos. Tuvimos amigos que su aspiración máxima era “ser presidente” y por eso se metieron a la política, al crimen organizado o al sacerdocio, distintas formas de ser presidente en distintos ámbitos.
Pero seguía en lo profundo ese potencial del mexicano ser presidente. ¿Pero cómo llegar a ser presidente?, para eso tendríamos que pasar por los partidos políticos, por ese crisol de corrupción que cambia hombres y mujeres de quienes desconfiar en todo momento; esa escuela maldita del engaño, la trampa y la mentira por el poder. No, mejor no. Ya no queremos ser presidente. A menos que exista otra opción. Y entonces comenzamos a soñar con el candidato independiente.
¿Qué pasaría si hubiera un candidato sin partido político? ¿Un candidato realmente ciudadano que saliera de nuestras comunidades? Alguien honesto, honorable, que tuviera liderazgo, que nos convenciera por sus obras y sus dichos.
¿Qué pasaría si le entregaremos el poder a una persona que no hubiera pasado por la escuela de los partidos políticos? ¿Qué pasaría si hubiera alguien sin compromisos políticos previos, sin favores que pagar, sin componendas que hacer, sin sobornos recibidos, sin mentiras compradas?
Y seguimos soñando hasta el 2014 cuando se hizo la promesa: para el 2018, habría posibilidad de elegir un candidato independiente; la ley electoral permitiría esa opción. Por eso no nos sorprenda que tengamos registrados casi cincuenta mexicanos que quieren ser presidentes como candidatos independientes. Somos niños con juguete nuevo. ¿Cómo no aprovechar la nueva posibilidad que nos brinda la ley tantos años esperada?
La cantidad de “independientes” en potencia demuestra la obsolescencia de los partidos políticos mexicanos, su distanciamiento de la sociedad y su pérdida de legitimidad. Los mexicanos preferimos hacer política desde el lado independiente que mediante los partidos. Preferimos empeñar nuestro nombre y apellido a ser identificados con el partido; preferimos apostarle al despertar de la sociedad que a la estructura política oficial.
Sin embargo, tan grande es el sueño como la esperanza por ser candidato presidencial que las candidaturas independientes parecen haberse desvirtuado. Hoy ser independiente es comercializar la esperanza. Hemos quemado la marca antes de lanzarla al mercado.
No entendimos que un “candidato independiente” es producto de la madurez política que tenemos que alcanzar como sociedad. Los independientes sirven para construir equilibrios con los partidos políticos, impulsar nuevas fórmulas, apoyar políticas públicas que los partidos no harían, administrar un capital político propio, creado a partir de la lucha social, la experiencia personal y la probidad moral.
Hoy tenemos tantos independientes por su deseo ferviente casi religioso de querer cambiar a México.
Quisiéramos un Emmanuel Macron, pero sólo hemos podido crear un Kumamoto. Un candidato independiente es resultado de un movimiento social, como lo fue en Francia con La Marche que impulsó a su actual presidente. El terremoto social apenas está surgiendo de los escombros, recomponiéndose para crear más y mejores independientes con apoyo social, con estructura y visión propia. Aún falta mucho para tener un verdadero candidato independiente, lo seguiremos construyendo, lo seguiremos soñando. @horus72