IMPULSO/ Cecilia Lavalle*
Cabina de mando
Si usted necesita a una persona que pilotee un avión, ¿qué busca? “¡Que sepa volar un avión!”, me dirá. ¡Pues se equivoca! En principio tenderá a buscar a un hombre que sepa volar un avión. Pero ya hay muchas mujeres preparadas y están a las puertas de la cabina de mando del avión. ¿Qué hacemos?
En los próximos meses el Senado deberá elegir a siete personas, entre la lista de personas previamente aprobadas por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, para ocupar las magistraturas del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF).
Por ello, distintas organizaciones encabezadas por la Red Mujeres en Plural estamos exigiendo paridad en la conformación de ese órgano judicial. No sólo porque nos parece que no hay ninguna razón para argumentar lo contrario, sino por un elemental sentido de la congruencia.
Resulta que precisamente el TEPJF deberá garantizar, entre otras cosas, que los partidos políticos cumplan con la paridad en todas sus postulaciones en el proceso electoral federal del 2018, y resolver todas las impugnaciones que en última instancia recibirán respecto a la paridad en procesos electorales estatales. Entonces, ¿cómo no exigir paridad en el órgano que debe garantizarla?
Pero esta demanda suele tener grandes resistencias. Y una de ellas, invariablemente, sale disfrazada de neutralidad: “Más que cuotas, deben llegar las personas más capaces”.
Y a mí no deja de sorprenderme cómo el tema de la “capacidad” no sale a flote cuando se habla de cuotas partidistas o de cuotas con los distintos sectores o grupos al interior de un partido. Cuando los señores se reparten el poder, el tema “capacidad” queda en segundo término.
Así, se asume que los señores son capaces, a menos que demuestren lo contrario; y las mujeres son incapaces a menos que demuestren –con creces– lo contrario.
Pero el asunto de la capacidad –que, por cierto, salía a relucir especialmente cuando exigíamos derecho al voto– ya no es un argumento sostenible.
Es cierto que las mujeres entramos a las universidades a fines del siglo XIX, varios siglos después que los hombres. Y ganas no nos faltaban, claro, pero la entrada estaba vedada para las mujeres, por el único hecho de haber nacido mujeres.
Sin embargo, a la vuelta de siglo y medio, los datos señalan que las mujeres representan la mitad de la matrícula de casi todas las universidades en casi todas las carreras y, en comparación con los hombres: desertan menos, terminan en tiempo en forma sus estudios y obtienen mejores calificaciones.
¿Y luego? Luego se topan con el techo de cristal que, no por intangible, es menos real. Es decir, llegan hasta ciertos espacios de toma de decisiones. Dicho de otro modo, en cuanto se encuentran frente a la cabina de mando de un avión, a duras penas se le puede aceptar como copilota, pero difícilmente se le acepta como capitana del avión.
¿Cómo funcionaría la exigencia de paridad en este caso?
Es un absurdo monumental suponer que la exigencia sólo implica que se reserve la mitad de los espacios a cualquiera que sea mujer.
Porque, evidentemente, se pretende que sepa pilotear un avión y tenga todas las acreditaciones necesarias y las horas de vuelo requeridas.
De modo que lo que se exigiría es que se reserven la mitad de los espacios para todas las mujeres que cumplan con esos requisitos.
El problema es que el sexo sí importa. El problema es que, como decía una futbolista, antes de que empiece el partido si eres mujer parece que vas perdiendo dos a cero. El problema es que sólo nacer mujer implica recibir todas las suspicacias respecto a la capacidad, preparación y talento.
Es decir, el sexo es la variable invariable para negar, limitar, excluir, discriminar y cuestionar el acceso y presencia de las mujeres en espacios de poder.
Por eso exigimos paridad. Porque, como señala la filósofa española Amelia Valcárcel: No se trata de que nos den la silla por ser mujeres. Se trata de que por ser mujeres no nos excluyan de la silla.
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*Periodista de Quintana Roo, feminista e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.