José Ramón Cossío Díaz
La primera y más evidente manifestación de una pandemia es biológica. Como
consecuencia de la acción de unos agentes, se producen contagios, el número de
personas infectadas crece y las muertes suceden. En esta dimensión, las
pandemias podrían ser entendidas como fenómenos puramente naturales. Como
aconteceres más allá de la previsión y la acción humanas. Sin embargo, en tanto
las pandemias ocurran con y en los seres humanos, inmediatamente adquieren
dimensión social. Frente al proceso virológico, se actualizan cuestiones
sanitarias, médicas, religiosas, económicas, jurídicas y políticas. El conjunto
de las acciones que se tomen habrán de definir, en primer lugar, lo que la
pandemia sea; luego, y con base en esas determinaciones, el modo de
enfrentarla.
Si en un momento de la historia una pandemia se entendió como castigo divino,
las sociedades afectadas realizaron los ritos que sus prácticas religiosas
preveían para enfrentar catástrofes. Si en otro momento, como de hecho
aconteció, la pandemia fue atribuida a los miembros de una comunidad por
razones raciales o religiosas, las soluciones que se tomaron, más allá de si
hoy nos parecen razonables, fueron raciales o religiosas.
En los tiempos que vivimos no es claro cómo se está concibiendo la pandemia en
el mundo. Tampoco en México. Obviado su carácter biológico primario, ¿cuál es
el origen de lo vivido? ¿Mera irresponsabilidad de los chinos? ¿Un acto más de
dominación capitalista? ¿Una acción deliberada para contrariar los designios de
la autodenominada cuarta transformación? La cuestión no es trivial. Si en el
imaginario colectivo se asienta la idea de que efectivamente se trata de una
acción deliberada para descarrilar el proceso en marcha, las respuestas que desde
el gobierno y algunos sectores de la sociedad se articularán serán de
antagonismo o desatención. Se pensará que no tiene ningún sentido luchar en
contra de un mal artificialmente creado y que lo conducente es ignorarlo.
Inclusive, se pensará que resulta más correcto enfrentar a quienes lo han
promovido, más como cruzada moral que como esfuerzo sanitario.
Lo acabado de señalar puede parecer exagerado. Comprendido en la dinámica de la
pandemia y la crisis social que sobrevendrá, puede ser importante. Si el
gobierno, como se evidencia cada día más, asume que la pandemia producida por
el Covid-19 es una mala jugada del destino o la acción aviesa de ciertos
personeros, entenderá que lo suyo, por equivocados mecanismos psicológicos y
malas razones morales, debe ser ignorar el fenómeno y mantener los objetivos
que, se asume, la población definió el 1 de julio del 2018. Dicho de otra
manera, si el fenómeno pandémico es construido como algo ajeno o disruptivo, no
se entenderá como algo propio ni, en consecuencia, como algo necesariamente
combatible.
Nuestro gobierno y sus más fieles seguidores han perdido un tiempo muy valioso
en discutir lo que para ellos es o debiera ser la pandemia. Han querido
representársela como ajena, poco relevante o pasajera. Como algo que por no
caber en el proyecto o, al menos, por no hacerlo de un cierto modo, puede ser
pospuesta o minimizada. En los próximos días se definirá, por la sociedad y el
gobierno en disputas cada vez más álgidas, lo que la pandemia sea. ¿Mera y
pasajera circunstancia, castigo divino, conspiración global, atentado al líder?
En este proceso importa mucho participar para construir una idea básica que nos
permita contar con una representación adecuada del fenómeno frente al cual
estamos. Solo si se logra este objetivo, será posible enfrentarlo seria,
científica y racionalmente. De otra manera y mientras muchas personas mueren,
seguiremos viendo di slates, retrasos, contradicciones y tonterías de las
autoridades. También, defensas airadas, bots, descalificaciones y negaciones de
las incapacidades que estarán generando esas muertes. Si bien no todo, sí mucho
de lo que hagamos en la pandemia y seamos después de ella, pasa por construir
su correcta representación.