Diciembre 25, 2024
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IMPULSO/ Norma L. Vázquez Alanís
A propósito de la iluminación de fin de año/ La pérdida del cielo oscuro, altera la vida y la ciencia
El firmamento y los cuerpos celestes que lo pueblan, regidores de la vida de los habitantes del planeta a lo largo de la historia de la humanidad, ahora son sólo un recuerdo para aquellos que, en las zonas urbanas, hasta hace medio siglo aún pudieron ser partícipes del espectáculo que significaba contemplar un cielo estrellado.
La curiosidad por los astros que brillan en la bóveda celeste ha captado la atención, desde tiempo remotos, de todas las culturas del mundo, y esta relación entre el hombre, el cielo y su entorno, forma parte de todas las cosmovisiones desarrolladas.
De manera que, la destrucción del paisaje celeste por la contaminación lumínica, que impide noches oscuras, desencadena profundas consecuencias culturales y el empobrecimiento humano, pues la imposibilidad de observar el cielo desde las ciudades priva al individuo de un contacto directo con el Universo.
Y es que, para quienes pertenecen a la generación del milenio, el Universo es ya tan solo algo con lo que únicamente entran en contacto a través del cine o los videojuegos, y de lo que están y se sienten totalmente desvinculados; lo cual trae consigo la pérdida inevitable del sentido de su existencia, en relación con el cosmos.
La principal causa de la contaminación lumínica es la actividad humana y el alumbrado público de las urbes, donde el exceso de luz reduce la visibilidad de los objetos cósmicos y con ello el concepto ancestral, tradicional y científico, tanto de la noche, como del panorama del cielo oscuro.
Actualmente la contaminación lumínica, que ya opacó la Vía Láctea en el cielo, se ha incrementado por el éxodo rural y el crecimiento de las ciudades en todo el planeta, lo que afecta tanto los valores culturales y cosmogónicos de los pueblos indígenas y de las comunidades locales, como a la investigación científica de los astros y de los ecosistemas nocturnos.
La noche, con su correspondiente oscuridad, es algo que la sociedad global debe proteger, ya que la mayor parte de la actividad biológica salvaje del orbe se lleva a cabo durante este periodo, y la mayoría de los habitantes de la Tierra desconoce lo peligroso que puede llegar a ser esta situación.
La contaminación lumínica consiste en la emisión directa o indirecta hacia la atmósfera, de luz procedente de fuentes artificiales, en distintos rangos espectrales. El alumbrado público debería enviar su luz directamente hacia abajo, y la cantidad que emita no ser excesiva para que no se refleje en el piso y sea proyectada hacia el cielo. La luz incide en los gases y partículas del ambiente, lo cual ocasiona un resplandor en el cielo, producto de la reflexión natural de este elemento.
La dispersión hacia el cielo se origina por el hecho de que la luz interactúa con las partículas del aire y se desvía en todas direcciones; este proceso se hace más intenso si existen moléculas contaminantes en la atmósfera, como humos, partículas sólidas o humedad ambiental. La expresión más evidente de este fenómeno es el característico halo luminoso que recubre a las ciudades y que es visible a centenares de kilómetros.
El problema de la contaminación lumínica afecta no sólo la observación astronómica, sino también la salud de las personas y el medio ambiente; el cuerpo humano determina sus ciclos circadianos a través de la secuencia alternativa predecible de día y noche para formar patrones de sueño y vigilia, de manera que los cambios en estos ciclos pueden ser responsables de problemas que van desde el insomnio y aumento de peso, hasta algunos tipos de cáncer y trastornos psicológicos.
Esta contaminación también trae consecuencias funestas para muchos animales, pues desorganiza sus migraciones, reproducción y alimentación; se ha comprobado que la proyección de luz en el medio natural origina fenómenos de deslumbramiento y desorientación en las aves, así como una alteración de los ciclos de ascenso y descenso del plancton marino, lo cual afecta la alimentación de las especies que habitan en las cercanías de la costa. Además, incide sobre los ciclos reproductivos de los insectos porque las ‘barreras de luz’ de los núcleos urbanos sobreiluminados, les impiden aparearse.
La flora también se ve afectada por esta contaminación, ya que disminuyen los insectos que realizan la polinización de ciertas plantas y ello podría afectar a la productividad de determinados cultivos. Científicos han comprobado sus efectos nocivos sobre la biodiversidad de flora y fauna nocturnas, esta última es mucho más numerosa que la diurna y requiere de la oscuridad tanto para sobrevivir como para mantenerse en equilibrio.
El control de la contaminación lumínica debe ser un requisito básico en las políticas de conservación de la naturaleza, por el impacto que genera sobre muchas especies, hábitats, ecosistemas y paisajes, pero sobre todo porque amenaza con eliminar la noche, lo que alteraría el segundo ciclo cósmico fundamental y por ende la desaparición visible progresiva de los astros.
Algunos de éstos no tienen un brillo puntual como las estrellas, sino que son extensos y difusos como las nebulosas y las galaxias y, por esta razón, son los primeros en resultar afectados por esta contaminación, pues su visión depende del contraste existente entre su tenue luminosidad y la oscuridad del fondo del cielo, que, al dispersarse la luz, se torna gris y estos objetos desaparecen. El ejemplo más notable de esta especie de “asesinato celeste”, lo constituye la desaparición total de la visión urbana del plano de la Vía Láctea, nuestra galaxia.
Con la contaminación lumínica, desaparece a pasos agigantados el conocimiento de las constelaciones, con todas las historias vinculadas a ellas: su posición en el cielo en relación con la época del año; su relación con las tareas agrícolas; la nomenclatura popular con la que se designaba a las estrellas y otros astros; las expresiones del lenguaje ordinario que incluían referencias astronómicas; la posibilidad de observar fenómenos celestes como lluvias de estrellas o cometas, y todo un tesoro de leyendas construido alrededor de la contemplación del firmamento.
Afortunadamente, la International Dark-Sky Association, primera organización dedicada a la defensa del cielo nocturno y a combatir la contaminación lumínica -fundada por el astrofísico estadounidense David Crawford- ha asumido el reto de combatir este fenómeno a través de leyes que regulen la luminosidad de las grandes ciudades -más intensa aún en esta época de fin de año- y conserven cielos oscuros para los observatorios astronómicos y que permitan el progreso de la astrofísica.