IMPULSO/ Agencia SUN
España
Un solo cuerpo en movimiento envuelto en un trance que se hace acompañar por tablones de madera, ramas secas y humo; un performance corporal a cargo del intérprete y coreógrafo Daniel Abreu que al danzar fluía al ritmo de la música contemporánea, colombiana y del pop en inglés, fue la propuesta que la Compañía Daniel Abreu trajo desde España al Festival Internacional Cervantino y con la que logró conectar con el público.
La escena comenzó con pulsaciones de luz que parecían estar congelados con el parpadeo lumínico. Después, su expresión corporal fue tomando forma al proyectar sombras en el piso, de las que paulatinamente surgió música clásica, que parecía ser creación del sentir físico. El juego de luces blancas creaba una ilusión de sombras grisáceas, que generaban un espejismo entre el cuerpo del coreógrafo y la sombra del piso.
De pronto, todas las luces se encendieron, proyectando múltiples sombras tenues. La música se transformó de forma violenta y el cuerpo del intérprete también. El ruido estruendoso se evaporó y las luces blancas cambiaron paulatinamente a sepia, la calma había vuelto.
El cuerpo del intérprete ya no sufría, ahora se expresaba en silencio, lento y relajado. La luz evolucionó a un verde tenue, el cuerpo ahora meditaba sentado en el piso, se expresaba con una danza que cobraba vida en sus manos, dedos, muñecas y brazos. Suaves movimientos lo hicieron cambiar de posición, ahora se encontraba recostado. Las sombras del piso lo seguían como reflejos en el agua.
La luz se volvió aún más sutil. La escena cambió y el cuerpo se mimetizaba con un árbol seco abandonado en una de las esquinas del escenario. El crujir de las ramas generaba sonidos que acompañaban al silencio. De la nada surgió música alegre y su expresión corporal fluía en armonía con la melodía. El intérprete jugaba con sus sombras, les daba vida al danzar.
Una luz rosa mexicano inundó el escenario. La playera grisácea le estorbaba, paulatinamente y con cada movimiento se desprendió de su vestuario. El público estaba hipnotizado mientras un humo gris invadía la escena.
El intérprete resurgió de entre la neblina y danzaba con ella, que a su vez avanzó lentamente a los espectadores, diluyendo la frontera entre el escenario y las butacas. El cuerpo se desvaneció en una sombra entre destellos de luz. Poco a poco, la neblina se dispersaba al diluirse al compás de la tenue melodía.
En el escenario aparecieron dos tablones de madera flexibles, que se convirtieron en extensiones del cuerpo para expresarse en una oda al silencio. De la nada, la luz se evapora, la presentación de la Compañía Daniel Abreu ha terminado. El público aplaudió y ovacionó al intérprete pero no se mueven de sus asientos, continúan en trance, en conexión con la danza llegada desde España.