IMPULSO/ Jesús Reyes Heroles G.G.
Andrés Manuel López Obrador concluye el décimo mes como presidente con una alta aprobación general, y un segmento numeroso de la opinión pública satisfecha con él y su gestión. Reconocer esto aclara lo que viene.
Treinta millones de ciudadanos votaron por él debido a su hartazgo con la corrupción e incompetencia anteriores, en especial durante el sexenio de EPN. Muchos de esos ciudadanos pertenecen a las clases populares de México, a quienes estuvieron dirigidos sus mensajes durante 18 años de campaña, y lo siguen estando. AMLO les dice lo que quieren oír y les habla de manera que lo entienden y les cautiva. Sus políticas y programas están dirigidos a cumplir sus promesas a esas clases populares.
No podría ser de otra manera. Un presidente populista, por definición, atiende las demandas de los grupos más numerosos y necesitados, pues su aprobación se relaciona con éstas directamente. Exigen apoyos económicos directos e inmediatos, una ampliación de políticas asistenciales: pagos directos a adultos mayores, “becas” en función de los niños en primaria y secundaria; pensión para personas con discapacidad; apoyos para hijos de madres trabajadoras y transferencias para la población rural campesina. Eso es lo que quieren, y eso es lo que están recibiendo.
A diferencia, las clases medias demandan empleos formales, bienes importados, mejores servicios, mejores condiciones de vida (Estado de derecho, estabilidad económica, seguridad, aspiran a la educación privada, etc.); sin embargo, en términos relativos, reciben menos del gobierno que los grupos populares.
Las clases medias están mejor informadas de lo que acontece, y tienen una mejor comprensión del impacto de las acciones de gobierno hoy; tienen horizontes de preocupación temporal y social más amplios, en comparación con segmentos populares; también, están más involucradas en actividades de la sociedad civil y sus organizaciones. Esto implica que, ante una presidencia populista, les surgen preocupaciones por su situación dentro de 10 años y, sobre todo, por sus hijos. La conciencia sobre los efectos intergeneracionales del populismo es mucho mayor.
Las clases más favorecidas, y sus hijos, están relativamente “blindadas” en lo económico. Tienen activos productivos o propiedades, inversiones financieras, en México y fuera del país. Si bien sus expectativas económicas se deterioran en el populismo, tienen para aguantar. En lo político, pueden cobrar distancia respecto del gobierno.
La última encuesta GEA-ISA señala que la aprobación global del presidente, en septiembre, permanece alta: 61%, pero no sin precedente. Al cuarto trimestre de su primer año de gobierno, la aprobación del presidente Calderón fue 60%.
El estrujamiento de las clases medias no se inició con el presidente López Obrador, viene desde cuando el país dejó de crecer a tasas que permitieran una mejora sustancial del ingreso per cápita. Durante el periodo 2001-2018, el ingreso per cápita real aumentó sólo 1.0% anual. Ritmo que no permitió una mejora significativa de las condiciones de vida de las mayorías. Eso abonó al hartazgo y a que clases populares, y parte de las medias, votaran por AMLO. Ahora podría suceder lo mismo; y desgraciadamente se anticipa que, a falta de crecimiento, dicho estrujamiento continuará.
Segmentos de las clases medias se dan cuenta ya de sus perspectivas; la tasa de desaprobación de AMLO creció de 21% en diciembre a 30% en septiembre; la intención de voto por Morena para diputados federales disminuyó, de 44% en diciembre, a 29% en septiembre.
Además, los partidos de oposición se recuperan lentamente; la identificación partidista con Morena cayó, de 39% en diciembre, a 26% en septiembre. La renovación de la Cámara de Diputados en 2021 se aproxima, y los partidos de oposición cada vez coinciden más en la oportunidad que eso representa para eliminar la sobrerrepresentación de Morena y su coalición en el Congreso.