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Chilapa, entre la guerra de 2 cárteles

IMPULSO/ Agencia SUN
Guerrero
Era 2014 y en Chilapa un grupo criminal dominaba todo: Los Rojos. Nada ni nadie impedía que operaran como quisieran: en el día se podían ver caravanas de seis o siete carros pasar por el centro de la ciudad repletos de hombres que dejaban ver sus fusiles por las ventanas. Por las noches el olor a marihuana impregnaba el zócalo: los armados instalaban retenes justo a las afueras de la majestuosa catedral dedica a la santa patrona del pueblo, la Virgen de la Asunción.
El líder de Los Rojos, Zenén Nava Sánchez, “El Chaparro”, ocupó un lugar predominante en el municipio. Todos lo conocían, muchos se decían amigos de él. Incluso era sabido que patrocinaba corridas de toros para celebrar al santo patrono de uno de los barrios tradicionales. Los Rojos arreglaban asuntos de dinero entre vecinos o riñas de borrachos. Casi nada estaba fuera del control de “El Chaparro”.
Inicia la disputa. La madrugada del 7 de julio todo dio un giro. La hegemonía se acabó y comenzó la lucha. Ese día fue la primera incursión de Los Ardillos a Chilapa. Las cifras oficiales reportaron seis muertos en distintos puntos de la ciudad. Dos días después, el 9, se desató la disputa. En pleno centro un grupo delictivo se enfrentó a tiros con policías estatales. Unos 40 minutos duró el intercambio. Por todos lados se escucharon las armas largas y los bazucazos. Otra vez el reporte oficial dijo que murieron siete personas, seis sicarios y un agente.
Esta versión contrasta con los testimonios de los vecinos. Unos dicen que la calle Insurgentes, donde se dio el enfrentamiento, se convirtió en una carnicería: decenas de cuerpos quedaron tirados acompañados de una gran mancha de sangre. Otros cuentan que los sicarios arrastraron a sus heridos en medio de la huida.
Desde entonces, las balaceras, los asesinatos, las desapariciones no se han detenido, al contrario, cada vez son más cruentas, más salvajes, más despiadadas y, peor aún: no se ve el final. En los últimos años en Chilapa se han implementado cuatro operativos, uno con 3 mil 500 soldados y nada cambia.
El sábado 9 de mayo de 2015 llegaron a la cabecera municipal unos 300 hombres armados a bordo de camionetas. Tomaron la comandancia de la Policía Municipal, les quitaron las patrullas y las armas y se hicieron de la seguridad: instalaron retenes, catearon domicilios y negocios e hicieron detenciones. Todo a la vista de militares y policías estatales.
Los armados se dijeron policías comunitarios y dejaron claro su objetivo: cazar al líder de Los Rojos. Estuvieron cinco días y no pudieron lograr su objetivo. Salieron, pero consigo se llevaron a por lo menos 16 jóvenes que hasta ahora no regresan. Aquí comenzó el largo caminar de los familiares de los desaparecidos. El colectivo Siempre Vivos tiene documentadas 140 desapariciones en los últimos tres años.
Los Rojos tampoco pudieron regresar o por lo menos ya no como antes: ahora hacen apariciones furtivas. Desde entonces se les ubica en los límites de Apango y Zitlala. Todo ese tiempo, Los Ardillos lo han ocupado para eliminar todo lo que tenga que ver con Los Rojos y su líder. Por ahora, es un peligro llevar los apellidos Nava o Sánchez.
Crecimiento. Los Ardillos hace un año lanzaron una lista con los nombres de sus posibles víctimas y muchos de estos han ido apareciendo en los reportes policiacos cuando se informa de algún asesinato. De 2014 a la fecha los asesinatos son más de 300, en un pueblo que apenas llega a los 25 mil habitantes.
De los dos grupos, Los Ardillos son los que han ido incrementando su poderío en Chilapa y en toda esa región. Alguien que ha seguido su crecimiento y sus operaciones es el vocero de colectivo Siempre Vivos, José Díaz Navarro, quien ha registrado la presencia de Los Ardillos en 12 municipios: Chilapa, Zitlala, Tixtla, Chilpancingo, Quechultenango, Mochitlán, Atlixtac, José Joaquín Herrera, Ahuacuotzingo, Mártir de Cuilapan, Acatepec y Zapotitlán Tablas.
Díaz Navarro lo tiene claro: Los Ardillos han logrado tanto poder por una razón: por su capacidad para corromper autoridades y comunidades enteras.
El vocero de Siempre Vivos dice que Los Ardillos tienen en su nómina a policías municipales de Mochitlán y Quechultenango, donde está su bastión, pero también tienen a su servicio a policías comunitarias que operan en Chilpancingo, Chilapa y Zitlala, además del apoyo de la Policía Estatal.
¿Cómo lo han logrado? Díaz Navarro responde sin titubear: por la operación política de Bernardo, uno de los hermanos Ortega Jiménez, líderes de Los Ardillos. Bernardo en la Legislatura pasada fue el presidente del Congreso de Guerrero y ahora lucha por convertirse en el dirigente del PRD estatal. Cada vez que se le pregunta por sus hermanos dice que no sabe a qué se dedican, pese a que el grupo delictivo que encabezan lo fundó su padre: Celso Ortega Rosas, La Ardilla, de acuerdo con informes de las autoridades.
Desde el Congreso del estado, dice Díaz Navarro, Bernardo Ortega gestionó protección para sus hermanos Celso y Antonio, los herederos de Los Ardillos.
Díaz Navarro ha seguido de cerca a este grupo por una razón: los responsabiliza del asesinato de sus hermanos —Alejandrino y Hugo— ocurrido en noviembre de 2014.
A Alejandrino y a Hugo se los llevaron hombres armados de la comunidad El Jagüey, en Chilapa, hacia Quechultenango, según las investigaciones de Díaz Navarro. Durante tres días siguió a través del GPS la camioneta donde se los llevaron. El último momento que la tuvo localizable fue precisamente cuando se encontraba en la cabecera municipal de Quechultenango. Avisó a las autoridades, pero nadie se atrevió a incursionar al bastión de Los Ardillos. Tres días después, los cuerpos de los hermanos aparecieron cercenados en una camioneta incendiada estacionada en camino rural de Chilapa.
Los Ardillos es un grupo familiar que opera en Guerrero desde hace más de tres décadas. El fundador fue Celso Ortega Rosas, La Ardilla, asesinado el 26 de enero de 2011, y después de eso, el control del grupo recayó en sus hijos Celso y Antonio. Hasta antes de 2014, Los Ardillos eran conocidos como productores de amapola y otras drogas que después vendían a otros grupos. No había registro de que disputaran el control de otros territorios que no fuera el suyo.
Ahora, la Fiscalía General del Estado (FGE) los ubica en la región Centro, la Montaña, parte de la Sierra y Acapulco.
Pero su bastión, en la comunidad de Tlanicuilulco, en Quechultenango, es impenetrable. Es un territorio donde nada se dispone sin su voluntad, donde su presencia es casi omnipresente.
Los Ardillos en los dos últimos años es el grupo que más ha expandido su poderío, ha logrado casi de todo, pero aún mantiene una disputa con Los Rojos que ha horrorizado a toda una región.

Región estratégica para el trasiego de droga en Guerrero
La región de la Montaña baja —Chilapa, Ahuacuotzingo, José Joaquín Herrera, Zitlala y Atlixtac— es vasta en recursos naturales: cuenta con bosques, mantos acuíferos, minerales y una gran superficie de tierra fértil para maíz, calabaza, mora, piña, lechuga, rábano, jitomate, ajo y cebolla. Pero también para marihuana y amapola.
En esta región, la población indígena (nahuatl) prevalece. Muchos de ellos son campesinos que tienen como principal actividad la agricultura, que apenas les resuelve su alimentación. Tienen tierras, pero no las pueden hacer producir como quisieran. Lo que cosechan lo utilizan para el autoconsumo. El excedente lo venden a granel en las banquetas de las ciudades cercanas. Son comunidades pobres.
En las cabeceras municipales es donde la urbanización apenas comienza a aparecer de forma desordenada. La región de la Montaña baja es una espacio estratégico para la siembra y trasiego de droga.
Ahora Los Rojos y Los Ardillos se disputan un corredor de unos 55 kilómetros que comienza en Quechultenango, pasa por Chilapa y llega a Zitlala. Es un corredor donde se cultiva marihuana y amapola.

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