Noviembre 5, 2024
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Cambio democrático de estructuras o revolución populista

IMPULSO/Luis Felipe Bravo Mena

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¿Qué se fragua verdaderamente en este proceso electoral? Las respuestas pueden ser distintas y con diversos niveles de complejidad y profundidad.

La primera contestación, simple y llana, proviene de la cultura del presidencialismo providencialista, cultivada por decenios en nuestra sociedad. Pone el acento en el cambio de la persona que será el titular del Poder Ejecutivo federal. No ve más allá. Deja de lado la renovación del Congreso federal, las elecciones locales concurrentes, los proyectos de los partidos y menos aún toma tiempo para analizarlos.

El segundo nivel de contestación es más complejo y comprensivo, se hace cargo del volumen de poder político que está en juego, se interesa, sobre todo, por los equilibrios y contrapesos que los ciudadanos configuraremos con nuestros votos; lo mismo en el orden federal como es los regímenes estatales y gobiernos municipales. Ve y sopesa lo que todo esto significa en el mapa de la pluralidad ideológica del país y en la definición de la ruta que tomará la nación, de acuerdo a las propuestas de los contendientes y a las plataformas de las fuerzas políticas que los respaldan.

La tercera cota de respuesta incluye los elementos de la anterior, pero los enmarca en un contexto histórico más amplio, tanto nacional como internacional, conjugando la lucha política en México con la crisis del sistema político internacional y la recomposición geopolítica mundial.

Ricardo Anaya y López Obrador se han colocado expresamente en este tercer nivel.

López Obrador lo refleja en el nombre mismo con el que bautizó su coalición “Juntos haremos historia”; una y otra vez repite en discursos, debates y entrevistas que él acaudilla la cuarta revolución para México, después de la independentista (1810-1821); la reforma (1854-1867); la revolución mexicana (1910-1939). Todo el corpus de su discurso está montado sobre esta concepción histórico–estratégica.

Guste o no, estén de acuerdo o no los ciudadanos que lo piensan votar, en este análisis, lo que importa es la auto-imagen del líder de Morena y de su círculo de ideólogos, así lo creen, así se ven, así actúan en campaña y, si llegan al Gobierno, ejercerán el poder con ese designio revolucionario.

Por su parte, Ricardo Anaya revela en sus pronunciamientos una clara visión de lo que están por decidir los ciudadanos: además de la identidad del Gobierno del próximo sexenio, sostiene que está en suerte el futuro de dos generaciones.

La plataforma de la coalición de fuerzas agrupadas en Por México al Frente, asume la elección como coyuntura propicia para introducir una disrupción ordenada, moderna e inteligente en el statu quo mediante la corrección de fondo a las contrahechuras de la transición; la solución a las disparidades e irregularidades del modelo económico, el restablecimiento del Estado de Derecho, y la creación de nueva política social.

Así, Anaya y el Frente PAN-PRD-MC no postulan una revolución, plantean el Cambio Democrático de Estructuras, concepto elaborado hace décadas en Acción Nacional por Efraín González Morfín y Adolfo Christlieb Ibarrola. Es vigente y fresco para el momento actual.

Este planteamiento rechaza la vía revolucionaria violenta y su complemento; el caudillismo autoritario. Se pronuncia, sí, por cambios radicales en el país para corregir injusticias sin atentar contra las libertades, implementando la economía social de mercado y perfeccionar el sistema democrático con nuevas figuras, entre otras el gobierno de coalición.

El documento decía: “Porque rechazamos la violencia, pensamos en cambios revolucionarios”.