Eliminemos estigmas en torno a la salud mental
Luchar contra tus demonios internos no es fácil. Enfrentar tus miedos, angustias y vacíos no siempre es sencillo. En ocasiones, hay algo que se desconecta y, sin esperarlo, mucho menos desearlo, de repente, te encuentras sumergido en una depresión o estás lleno de ansiedad. Caes en un abismo, sin darte cuenta te encuentras ante un trastorno mental del cual no sabes cómo salir, ni mucho menos te atreves a compartir con los tuyos por temor a ser señalado, criticado o incomprendido.
En medio de ese vacío, te enfrentas también a los que creen que te victimizas o quienes piensan que eres tonto por deprimirte; más aún, a los que te culpan por tener esas sensaciones y por no tener autocontrol de las emociones.
“Se deprimen los pen…”, lo he escuchado en la oficina, a algunos amigos y hasta a familiares. Hemos perdido la sensibilidad ante el que sufre y se enfrenta a situaciones como las antes descritas. Abonamos al estigma, sin damos cuenta que, con ello, sólo aumentamos el sufrimiento de la persona que tiene una enfermedad mental y hasta favorecemos la discriminación o exclusión social, al grado de que el afectado no busca ayuda por miedo a que se le etiquete o señale por asistir a terapia con un psicólogo o psiquiatra.
Es una realidad, que, por estereotipos, prejuicios y hasta por ignorancia, se atenta contra la dignidad y el derecho a la salud mental que tienen quienes padecen un trastorno; situación que como sociedad tenemos que eliminar.
Debemos frenar el estigma y los comportamientos discriminatorios, porque a los tantos desafíos que trajo consigo la pandemia de Covid-19, también agreguemos los problemas de salud mental que se han disparado, al grado de representar una “nueva pandemia”.
Especialistas consideran que el ritmo de vida, la sobrecarga de trabajo, el uso excesivo de las tecnologías y la predisposición genética, pueden detonar un trastorno mental, lo que afecta la estabilidad emocional, física, social, laboral, educativa y familiar.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que 300 millones de personas sufren depresión, lo que la convierte en la discapacidad más frecuente en el mundo. Además, estima que mil millones de personas tienen un problema de salud mental y lo más preocupante es que durante la pandemia aumentaron los suicidios.
En México, la última estadística del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), refiere que, entre enero 2020 y marzo 2021, se reportaron medio millón de suicidios, siendo el grupo de edad más afectado los de 25 a 34 años. Y, el Estado de México, se encuentra en primer lugar, seguido por Jalisco y Chihuahua.
Por tanto, hay mucho por hacer, se tiene que invertir en salud mental, lo cual no es tan sencillo; la propia OMS admite que hay un déficit, porque los países tienen otro tipo de prioridades y son pocos los gobiernos que diseñan una política o ponen en marcha planes de salud mental o de prevención al suicidio. Las naciones que cuentan con alguna estrategia no disponen de recursos humanos suficientes para emprenderlo con eficacia.
A ello, se suma la falta de especialistas en la materia. En 2020, había 13 trabajadores de salud mental por cada cien mil habitantes. Entonces, ¿qué hacer por quienes padecen un trastorno mental?
Tal vez, desde los gobiernos, no se diseñen a corto plazo estrategias, pero lo que sí está en nuestras manos es no señarlos, criticarlos, ni cuestionarlos; seamos empáticos, no abonemos a que su problema se complique. ¡Claro que podemos dar esperanza, no estigmatizándolos!