Julio 16, 2024
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CAJA DE PANDORA

Por Guadalupe Rosas Suárez

Disciplina con amor

Los hijos nacen en la familia, pero son para la sociedad. Desde luego que no nos convienen los padres autoritarios que sólo reproducen patrones de violencia, pues no ayudan en lo más mínimo a la crianza positiva ni a conseguir una convivencia armónica. Tampoco necesitamos padres “colegas” que se consideran amigos de sus hijos, se vuelven permisivos, no establecen límites y el resultado se observa en que no respetan normas ni autoridad alguna.

La disciplina con amor cada vez es más escasa, muchos creen que cubrir a los hijos es lo más adecuado, cuando podemos quererlos mucho, pero jamás debemos convertirnos en sus cómplices, porque, con ello, no ayudamos a restituir este tejido social que está tan deteriorado.

Independientemente del modelo de familia que se trate, nadie tiene la fórmula secreta para educar a los hijos; nadie nos enseña a ser buenos padres y uno aprende en la práctica; pero qué complicado se ha vuelto tratar con hijos de papás, tutores o abuelos sobreprotectores; con aquellos que son alarmistas, miedosos y protegen tanto a los menores que no los dejan ser ni tampoco les enseñan a respetar al otro.

La educación en los valores universales comienza en casa y se prolonga a lo largo de todas las actividades y etapas de nuestra vida, como la escolar. Es ahí, donde se están reflejando serios problemas por la falta de límites, pues hay una constante justificación a la irresponsabilidad, al incumplimiento y hasta la violencia. Nos enoja la impunidad, nos duele y exigimos que a nivel social no existan injusticias; pero en ocasiones, desde el hogar favorecemos condiciones que justifican lo que no es correcto, justo y honesto.

La familia es el ambiente idóneo para preparar a los hijos para la vida, porque es en ese espacio donde se les enseña a ser libres, responsables y autónomos. Lamentablemente, cada vez tenemos menos jóvenes y adultos autónomos, que sean capaces de asumir su propia libertad y se hagan responsables de forjar su propio destino.

Cuando educamos en la libertad y en los valores lo que estamos haciendo es educarlos para vivir y existir como personas. Les estamos enseñando a desarrollarse para que sean capaces de dar razones inteligentes y no viscerales; de explicar el porqué, cómo y dónde eligen o deciden lo que quieren y asumir las consecuencias de sus decisiones.

Esa falta de actitud para asumir las consecuencias de sus actos ha provocado que tengamos jóvenes y adultos irreflexivos, menos comprometidos con causas o ideales, sobre todo, que tengamos ciudadanos que no son firmes en sus valores, que no tienen la convicción de construir una patria mejor, para que no perjudiquen al otro, no pisoteen al más débil y no tengan por costumbre pasar por encima de los demás.

Es fundamental que tengamos claro la importancia que tiene fomentar las virtudes y valores en cada etapa evolutiva, mismas que les dirigirán a tomar decisiones, ya que les hará crecer como personas responsables, íntegras.

Es importante que se formen a los valores hacia la verdad y el bien y que también les demos herramientas necesarias para invitarles a pensar, a usar su inteligencia.

A cierta edad, es necesario que les dejemos pensar y decidir por ellos; que los enseñemos a ser libres, sin caer en el libertinaje, que sean empáticos y respeten a todos sin importar color, raza, credo religioso o preferencia, pero lo más importante que los dejemos listos para entender que todos gozamos de la misma dignidad como seres humanos.

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