Por Guadalupe Rosas Suárez
Formar la inteligencia emocional
“Quien conquista a otros es fuerte, más quien se conquista a sí mismo es poderoso”, esa frase de Lao Tsé, nos remite a la enorme necesidad de formar la inteligencia emocional en edades tempranas para tener adultos no sólo más exitosos, sino felices.
La pobreza, exclusión social, disfuncionalidad familiar, carencias afectivas, así como la proliferación de estilos de vida nocivos y entornos no saludables, que ya existían en nuestro México antes de la pandemia, representan un desafío en materia de salud mental y se agudizaron con la presencia del virus del SARS-CoV-2. Ahora hay más violencia y otros rasgos negativos, que laceran la convivencia armónica tanto en el hogar como en la sociedad misma.
Para las autoridades sanitarias ha sido complejo medir cuánto se acrecentaron los trastornos de salud mental, pero es más que evidente su incremento afectando a diversos grupos de edad. Todos conocemos un amigo o familiar que enfrenta depresión, ansiedad o que tiene ideas suicidas. De hecho, representa una demanda de salud insatisfecha, pues hasta el personal especializado en la materia, como los psiquiatras, resulta insuficiente.
Entonces, ¿Qué alternativa tenemos como sociedad?, necesitamos formar la inteligencia emocional en los menores, fortalecerla en los adolescentes y hacerla una realidad en los adultos. Autores como Daniel Goleman la definen como: “la capacidad de tomar conciencia de nuestras emociones, comprender los sentimientos de los demás, tolerar las presiones y frustraciones, incrementar la empatía, las habilidades sociales y aumentar las posibilidades de desarrollo social”.
Apegados a esa necesidad de desarrollar en niños y jóvenes la resiliencia como la capacidad de sobreponerse a los problemas, en algunos planteles educativos se han puesto en marcha programas de inteligencia emocional o de habilidades para vivir; impulsan en los menores competencias y destrezas que los ayudan a enfrentarse con éxito a las exigencias y desafíos de la vida cotidiana.
Es común escuchar que un alumno de buenas calificaciones, no siempre es un adulto satisfecho y feliz, tal vez porque no desarrolló las competencias para desenvolverse con éxito en la vida. Podríamos culpar a los maestros, a las instituciones o los planes y programas de estudio; sin embargo, es en el hogar donde uno aprende el manejo de las emociones y el dominio de las pasiones.
La cuestión es que nadie da lo que no tiene y los padres de familia con inestabilidad emocional no siempre contribuyen a forjar en los hijos competencias para la vida, como la solución de conflictos, la cual les permite enfrentar constructivamente adversidades.
Un adulto cuyo mecanismo cotidiano es la agresión, los gritos y la violencia, cómo va a transmitir a sus hijos la habilidad para relacionarse positivamente con las personas, cómo les ayudará a tener relaciones amistosas que le favorezcan en su bienestar mental y social.
Necesitamos hogares más fuertes que formen la inteligencia emocional de sus hijos y los haga capaces de ejercer su poder de decisión y las consecuencias que pueden traer consigo ciertas actitudes o la realización de ciertas acciones, es decir, pueden optar por estilos de vida favorables para su salud y bienestar, con lo cual se redunda en beneficio de la propia sociedad. De igual forma, deben asumir las consecuencias de sus actos y ese es otro desafío actual, las nuevas generaciones se están formando sin límites, no se forma la conciencia y se vuelven insensibles al dolor ajeno.
Son tantas habilidades para la vida que hay que formar en nuestros niños y jóvenes, como el pensamiento creativo, la capacidad de analizar objetivamente la información y sus experiencias de vida, pero también debemos enseñarles a manejar las tensiones, lo cual implica reconocer las fuentes de estrés y sus efectos para aprender a controlarlos y no nos generen un problema de salud, mental y pública, por los efectos sociales en que deriva.