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CAJA DE PANDORA

Por Guadalupe Rosas Suárez

Corrupción muestra de una sociedad enferma

Como si fuese una consigna, entre los nuestros versa el dicho: “el que no tranza no avanza”, sin embargo, en México, se tranza y no se avanza. El problema es que este lastre social frena anhelos de vida, el crecimiento económico, impacta en el Índice de Desarrollo Humano y hasta produce daños ambientales por el incumplimiento en la normatividad o la permisibilidad de ésta.

Lo más delicado es que afecta a los que menos tienen y menos saben. Existen organismos de transparencia y fiscalización que luchan contra las corruptelas, pero ¿cuántas ocasiones se sanciona en realidad un acto corrupto en el servicio público, en una institución social o en la iniciativa privada?

Pareciera que el “pan nuestro de cada día” está marcado por la simulación, los sobornos, fraudes o el abuso de confianza, ya que la corrupción no sólo está presente en la esfera de lo público, ha permeado los sectores privado y social. Como si el mexicano la trajera en las venas, cuando no debe ni tiene que ser así.

La Asamblea Nacional de la Organización de las Naciones Unidas admite que estamos en una de las épocas de mayor corrupción de la historia. El 9 de diciembre se estableció como el “Día Internacional contra la Corrupción” y constantemente escuchamos discursos en torno al tema, aunque poco es lo que se consigue permear en la conciencia y en el actuar conforme al deber ser.

No es fácil formar la conciencia según una verdadera escala de valores. Esto se debe a una formación moral deficiente, que, lamentablemente, inició en casa y no se fortaleció en las instituciones educativas. Las malas amistades, los medios de comunicación mal orientados y el propio contexto hace que muchos se desvíen en el camino recto. No podemos negar que en nuestro ambiente predomina el egoísmo, la agresividad, la envidia, la codicia y el mínimo esfuerzo. Percibimos con frecuencia resentimientos, falta de solidaridad, robos, simulación y actos deshonestos. El resultado son una serie de antivalores que normalizan la violencia, la injusticia y hasta la corrupción.

No obstante, la conciencia bien formada contribuye a la toma de decisiones y al apego a una conducta moral, en la que la deshonestidad, por mínima que sea, no tiene cabida. Es ahí donde debemos comenzar para terminar con la corrupción. La moral “no puede ser un árbol que da moras”. Nuestros niños y jóvenes deben aprender a obrar en conciencia, para vencer a esta enfermedad social que daña de manera desproporcionada a las personas más vulnerables, que nos niega la posibilidad de conseguir la inclusión y lograr la justicia.