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CAJA DE PANDORA

Una vejez digna y bella, sin falacias

A Pitágoras se le atribuye la expresión: “una bella ancianidad es, ordinariamente, la recompensa de una bella vida”. ¿En cuántos ancianos de nuestro México será aplicable esa frase y podríamos decir que tienen una vejez digna? En realidad, muy pocos; en la mayoría de los casos, ser anciano es sinónimo de abandono y pobreza.

En México, como en el resto del mundo, la pirámide poblacional ha cambiado y ahora contamos con aproximadamente 10% de adultos mayores, quienes tienen ante sí el desafío de contar con una institución que atienda sus dificultades de salud, una pensión para resolver sus problemas económicos y también hacer frente a la llamada “cultura del descarte”. Aquella que se encarga de descartar todo sólo porque no genera una riqueza, causa problemas o implica mayor esfuerzo atenderlo.

Miles de ancianos, al igual que otros sectores económicamente vulnerables, se han quedado sin voz o son invisibles; son víctimas de una sociedad consumista y materialista, que da valor sólo al que es útil y productivo.

El Consejo Nacional de Población (Conapo) estima que para 2050, uno de cada cinco mexicanos será mayor de 60 años y aunque la esperanza de vida aumentó, persiste el rezago en la esperanza de vida saludable, ya que los últimos años de existencia están marcados por un deterioro, debido a enfermedades crónico-degenerativas.

En la actualidad, el Conapo señala que 9 de cada 100 mexicanos son ancianos, de los cuales 82% vive algún grado de pobreza, ya sea monetaria o alimentaria. En este desafío social también se hace presente la brecha de género, porque la mayoría de los ancianos en condiciones de marginación son mujeres. Únicamente, dos de cada 10 cuentan con una pensión.

El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social estima que sólo dos de cada diez ancianos pueden solventar sus gastos; los ocho restantes viven en situación de pobreza.

La situación no va a cambiar, porque un análisis del Banco Interamericano de Desarrollo indica que, debido a que la aportación al sistema de pensiones, en la vida laboral, fue menos de la mitad de tiempo, 70% de los trabajadores mexicanos cercanos a la jubilación no podrán contar con una pensión suficiente.

A este problema de autosuficiencia económica, hay que sumar la baja calidad de vida que enfrentan en sus propios hogares. El Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición, cuenta con un estudio que refiere que, antes de la pandemia, 16% de los ancianos mexicanos sufre algún grado de maltrato como: golpes, ataques psicológicos, insultos o robo de sus bienes. En tanto, el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores indica que tres de cada cinco ancianos sufren violencia dentro de la familia, cuando tendría que ser el lugar donde se les procure y de vele porque tengan una vejez digna.

Por tanto, a las dificultades económicas por la falta de una pensión; a sus problemas de movilidad y autosuficiencia por la carencia de una vida saludable o por la presencia de enfermedades crónicas; y, a sus miedos y vacíos por estar en la tercera edad; hay que sumar la miseria humana que prevalece en muchas familias que no valoran la bendición de tener un anciano en sus hogares, sino que lo ven como una carga o un estorbo.

Urge resolver de fondo los problemas que enfrentan los ancianos. Tal vez parezca una utopía pensar en que pueden acceder a una vejez digna y bella, pero se puede comenzar desde las familias. En cada hogar, hacer serios esfuerzos por brindarles atención, cuidado y, sobre todo, amor.