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Cada quien sus datos…

IMPULSO/ Gabriel Guerra Castellanos

El pasado domingo el presidente Andrés Manuel López Obrador presentó su primer o tercer Informe de Gobierno ante una selecta concurrencia en Palacio Nacional.

No fue un acto fastuoso, como los que se estilaban antaño: el primer mandatario prescindió de mucha de la parafernalia presidencial para dar un discurso que sorprendió a algunos por su relativa brevedad, ya que se creía que podía convertirse en uno largo, muy largo.
Lo que no sorprendió, no podía hacerlo, fue el contenido. Fue un recuento de logros, una narrativa del éxito con apenas unos segundos dedicados a la autocrítica o al reconocimiento de lo no logrado en el terreno de la seguridad. Salvo por eso fue un acto dedicado al autoelogio, cómo prácticamente todos los Informes desde que yo tengo uso de memoria (porque mi papá acostumbraba sentarnos a verlos en la TV cuando yo era niño, y no existía en ese entonces ante quien denunciar esos actos de maltrato infantil).
Bien pronto comenzaron los cuestionamientos a lo presentado por el presidente. Lo mismo políticos de oposición que ONGs serias y prestigiadas o tuiteros con causa (algunos de ellos no sólo con causa, sino con cau$a) desmenuzaron las cifras, las criticaron o de plano las desacreditaron. Los partidarios del gobierno hicieron lo propio, para dar paso a la ya acostumbrada guerra de los números, de los porcentajes, de las estadísticas.
Ah, las estadísticas, esa herramienta fantástica con la que puede uno demostrar prácticamente cualquier cosa, queridos lectores. En sus dos exitosos libros al respecto (Damned Lies and Statistics y More Damned Lies and Statistics) Joel Best nos hace un repaso por todos los trucos utilizados lo mismo por políticos, burócratas, economistas, sociólogos o periodistas para llevar agua a sus respectivos molinos con el uso inexacto o engañoso de las cifras.
Yo no me voy a meter al tramposo juego de (des)calificar las cifras, primero porque no soy economista ni actuario, y segundo porque creo que llevamos demasiado tiempo obsesionados con números que no necesariamente siempre reflejan lo que sucede en el país de verdad. Prefiero dejarles un par de reflexiones para masticar, ya ustedes sabrán si las digieren o las escupen.
En 2018 prácticamente la mitad de los mexicanos, el 48.8% (61.1 millones) tuvo ingresos inferiores a la línea de la pobreza. El 16.8% (21 millones) vive con ingresos por debajo de la línea de pobreza extrema. Hace 10 años, en 2008, los porcentajes eran virtualmente idénticos: 49% y 16.8%, respectivamente. Eso quiere decir que en cuatro años del sexenio de Felipe Calderón y seis de Enrique Peña la pobreza medida por ingresos NO SE MOVIÓ. Esos son datos del Coneval, no del presidente, así que calderonistas o peñistas pueden ir a reclamar a esa ventanilla.
¿Usted cree, apreciado lector, que a esa mitad del país le preocupa o le ilusiona la idea de un cambio de modelo? ¿Les alarmará mucho la cifra de crecimiento de 0.0% del PIB cuando todos los crecimientos anteriores los dejaron igual de pobres? ¿Será que para esa mitad de los mexicanos que vieron el despilfarro del gasto público puedan existir otros datos?
Nuestro país tiene enormes problemas y desafíos. La seguridad, el Estado de Derecho, el combate a la pobreza y la desigualdad son algunos de los más apremiantes. Yo en lo personal no creo que el presidente López Obrador tenga todavía mucho que presumir al respecto, ni creo tampoco que en 9 meses se puedan resolver problemas que requieren ser enfrentados con políticas de Estado y no de partidos o personas. Pero tanto las cifras como la experiencia empírica demuestran que los gobiernos que antecedieron al de AMLO entregaron muy malas cuentas en esos rubros, y los manejaron de manera igualmente sectaria.
Tal vez sería hora de que asumiéramos que hay algunas cosas en las que México exige, al gobierno y a la oposición, seriedad y espíritu de colaboración. Y entonces, tal vez, podríamos avanzar un poco, que vaya que si nos urge.
Twitter: @gabrielguerrac