IMPULSO/ Mauricio Meschoulam
El problema no es México, o Bolivia, o la polarización, o la guerra informativa y la posverdad, sino la mezcla de todo ese conjunto de factores a la vez. En efecto, fue impactante atestiguar el domingo pasado cómo fueron sucediendo las cosas, no en Bolivia, sino en México. Ebrard no había anunciado nada aún acerca del asilo político para Evo Morales, cuando las opiniones en nuestro país al respecto de lo que allá ocurría, estaban ya formadas. Impresionante era observar las discusiones, el flujo de notas, datos, textos de análisis y tuits compartidos para respaldar la opinión del usuario en cuestión, solo para inmediatamente recibir, cual balazos en represalia, otros textos, análisis o tuits que respaldaban la opinión contraria.
Esto —que quizás parecería normal en un entorno de deliberación democrática— necesita ser analizado dentro de un contexto mayor. Un primer factor que caracteriza el momento actual tiene que ver no solamente con el tamaño de la masa informativa a la que estamos sujetos, sino con la amplitud, intensidad y la velocidad a la que ésta viaja, especialmente las noticias falsas, de acuerdo a investigación de Harvard.
Segundo, vivimos entornos de alta desconfianza de las sociedades en las instituciones y en la democracia; 82% de los países presentan una brutal desconfianza hacia los medios de comunicación tradicionales (Edelman Barometer, 2019). Brahms (2019) indica que esa disminución de la confianza en las instituciones y en los “narradores de la verdad” está contribuyendo a un proceso de toma de decisiones menos influenciado por el análisis profesional basado en hechos, que por los “sentimientos, creencias, opiniones y mentiras”.
Tercero, estamos inmersos en contextos de polarización severa, no solo en México, sino en varias partes del mundo. El análisis de casos de diferentes países refleja que estos procesos parecen estar marcados no tanto por “diferencias de opinión”, sino por una división enraizada en identidades (Carothers y O’Donohue, 2019). Una especie de “No estoy en contra de ti por lo que piensas, sino por quién eres y por lo que soy”.
Esa combinación hace, entonces, que un asunto que ocurre en Bolivia, tenga un aterrizaje accidentado en México, hasta el punto en que se inserta dentro de la propia dinámica política que acá se vive. Antes y después de la decisión de otorgar asilo a Evo, el pensamiento categórico se impone por encima del pensamiento complejo. Estás con Evo o estás contra Evo, lo que frecuentemente parece traducirse en estar a favor o en contra de la 4T. Para unos, hubo un golpe de Estado clarísimo. Para otros, el hablar de golpe de Estado está fuera de discusión. Para unos, el asilo político a un “dictador” y “fraudulento” personaje no debería siquiera considerarse. Para otros, el asilo obedece a la tradición de política exterior mexicana y es puramente humanitario. No hay grises. No hay vectores entretejidos. No parece haber la posibilidad de que haya pedazos de verdad mezclados entre las distintas versiones de una historia que presenta un presidente con claroscuros o la posibilidad de que la digna tradición mexicana de asilar a prominentes figuras, se sume a la nada inocente agenda política interna y externa del actual gobierno.
Estas zonas crepusculares, de las que invariablemente está constituida la historia de la humanidad son difíciles de dilucidar en entornos polarizados como los que describo, y es justo ahí cuando la forma como desde acá leemos el relato boliviano termina por hablarnos menos de lo que allá ocurre, y mucho más acerca de nosotros mismos.
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