IMPULSO/David Martín del Campo
Toluca
Después de cuarenta años de tecleo, queda claro que nadie escribe para que no lo lean. Una frase contundente que inicia un capítulo del libro póstumo de Marco Aurelio Carballo, “Crónicas súbitas”, se dice fácil: “escribir para ser leído”, para ser escuchado, para compartir frases y experiencias.
La crónica es el género más vilipendiado de la prensa; en aquel tiempo, los buenos periodistas hacían reportajes trascendentes, como Manuel Mejido y Fernando Benítez, o entrevistas como las de Elena Poniatowska y Julio Scherer, pero ¿crónicas?, ése era el género que llamaban “de color”, un poco para las señoritas que cubrían sociales o las crónicas taurinas, o las de espectáculos. Marco Aurelio Carballo se dio el gusto de ejercer la crónica como un medio de ambigüedad literaria-periodística, al modo de Ernest Hemingway y Norman Mailer, que fueron sus maestros confesos.
Publicados en medios tan dispares como las revistas Época, Siempre! y diarios como Excélsior, La Prensa o El Diario del Sur (de Tapachula), los episodios de esta novela-de-vida fueron publicados bajo el título de “Turbo-crónicas”, de donde se desprendía ese ímpetu inicial por someterlo todo a la vorágine de una turbina de avión, un huracán o, simplemente, la licuadora Osterizer, donde se echa de todo.
Así, las crónicas de Carballo nos llevan lo mismo a una expedición literaria por tren, de México a Veracruz, donde siete narradores pagan su pasaje leyendo sus engendros en el carro-bar del convoy para deleite de los demás pasajeros, consumiendo las reservas del bar hasta su última gota, o a los odios de José Luis Cuevas y Carlos Fuentes en París, donde uno desdeñaba al otro y el otro ninguneaba a aquél, pero, a la hora del encuentro, volvían a ser buenas maneras de los whisquitos.
También nos llevaban al asalto infructuoso a la casa de alquiler de los esmóquins en el centro de Manhattan porque el gobernador quintanarroense –oh, desdeñado Mario Villanueva– ha citado en el Marriot de la Quinta Avenida a una cena de todo lujo. O las escritoras en el proscenio de Bellas Artes hablando de modas y literatura: María Luisa Mendoza, Elena Poniatowska, Margo Glantz, ¿por qué tus descripciones son sensuales?, ¿cómo te gustaría morir?, ¿quién te parece el escritor más elegante? Carlos Fuentes, Carlos Fuentes, Carlos Fuentes.
Patricia Zama, que se encargó de seleccionar las crónicas del volumen, escogió conscientemente las que mejor reflejan la personalidad del autor, su marido. En ese sentido, el libro puede leerse como un homenaje a la garra de Marco Aurelio por contar, escribir y contar.
En ese sentido, las 41 crónicas incluidas se presentan como testimonios de amistad a sus iguales en las salas de redacción y en las mesas de libación. Rafael Ramírez Heredia (el “Rayo” Macoy), lo mismo que Hugo Leonel del Río, Eraclio Zepeda, Miguel Reyes Razo, René Avilés Fabila, Joaquín (“Joaco”) Díez Canedo, Rafael Cardona, su paisano Víctor Manuel Camposeco o Elena Garro perdiendo la razón en los barrios “pijos” de Madrid.
Además, desde luego, de las referencias familiares no tan pudorosas en las que Patricia-Petunia, Mario y Bruno se pasean por los cafetines de París y Roma luchando por ser entendidos y que les lleven, please, per favore, “s’il vous plait”, un gelatto al limone.
Una de las características sobresalientes de este libro, ya se imaginarán, es precisamente la sabrosura. ¿Cómo escurre la escarcha de un tarro helado en las cantinas del Soconusco? ¿Qué es lo primero que hizo la escrupulosa Pilar del Río, esposa de José Saramago, apenas entraron a su habitación en el hotel de San Cristóbal de las Casas? La astucia del autor no perdona detalle.
Sus crónicas son verdaderos cuadros de época, documentales mínimos de viaje, radiografías de vanidades y pedanterías… ¿qué dijo Laura, la asistente del editor Sealtiel, que dijo que dijo Saramago que dijo el Sub que lo de la entrevista de prensa nanay?, qué, qué.
Estamos ante una escritura sin blanduras, estilo directo, sin florituras. Narrativa de hombres duros que no entienden a las mujeres (bueno, eso nadie) y que han decidido escribir en vez de marchar al frente o subir al ring. Su consigna fue siempre: “Los hombres duros no bailan”, así que duro, macho, como fierro viejo a la intemperie, resistiendo y escribiendo. Ésa fue la narrativa del buen Marco Aurelio.