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El Atlas de Género reportó que la violencia contra las mujeres en nuestro país va al alza

Josefina Hernández Téllez/SemMéxico

En el fin del siglo pasado, mi maestra Sara Lovera nos decía: el siglo XXI es el siglo de las mujeres. Entusiasmada y apasionada como es hasta hoy, nos argumentaba y reseñaba los avances y logros de la lucha feminista, de los espacios ganados, de las leyes logradas en materia de igualdad. Hoy, 18 años después, no podemos negar la contundencia de las transformaciones para bien, pero contrario a lo que imaginábamos, en la ganancia también hay pérdida y esta es alarmante porque hasta las cifras oficiales reconocen este fenómeno adverso.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), hace menos de un año, reportó en el Atlas de Género que la violencia contra las mujeres en nuestro país va al alza: 62.77 por ciento. El porcentaje quizá no dice mucho, o no asusta o nos deja indiferentes. Lo cierto es que el costo por ejercer derechos de ciudadanas, con prerrogativas de presencia y acción en el ámbito público, es alto y habla de esa “vuelta de tuerca” social que se niega a reconocernos humanas, iguales, pares. Desgraciadamente las muestras de botón hoy son varias y tristes: el feminicidio, la trata de mujeres, la esclavitud sexual, la inseguridad, la violencia doméstica, la triple jornada, entre muchas otras. El dato duro ya no conmueve, la sobreexposición a la nota roja, donde las mujeres son objeto de la noticia, con sesgos de prejuicio y machismo, han insensibilizado socialmente sobre el drama que representa en México ser mujer y ser joven, ser mujer y ser trabajadora, ser mujer y ser madre, ser mujer y ser novia, ser mujer y tener aspiraciones.
La información subrepticiamente destila que si nos pasa lo que nos pasa es por querer ser, por aspirar el espacio público, por andar en las calles. Y en estos juicios soterrados y camuflados nos parecemos mucho a esos grupos fundamentalistas que juzgamos y de los que ponemos distancia (aunque en mucho solo es discursiva): los talibanes, por ejemplo. La comparación viene a la mente si recuperamos la historia de la joven pakistaní Malala Yousafzai, quien desde los 10 años lucha por la educación de las niñas y fue objetivo del ataque armado de los talibanes por su insistencia de asistir a la escuela. ¡Por aspirar a estudiar! Un párrafo de su historia nos lleva a entender que palabras menos, pero hechos reales tienen el mismo sentido: las mujeres que se atreven a ser y estar deben ser castigadas.
En Pakistán, la condena y prohibición tuvo su auge en 2009, cuando, justamente en enero, se decretó que todas las escuelas de niñas debían ser cerradas so pena de castigo físico. Los guardianes de este mandato eran los hombres de cada familia y, de no mantener el control, también serían castigados.
La orden explícita de una mentalidad retrógrada e inhumana como la de los talibanes es eso, explícita, pero en nuestro país, un lugar que habla de igualdad, derechos de las mujeres y leyes que nos protegen, los hechos se contraponen a todo este discurso y nos colocan al nivel de los talibanes. La realidad se impone y lo confirma: Por lo menos en seis estados (Puebla, Nayarit, Michoacán, México, San Luis Potosí y Zacatecas), se dan los índices más altos de violencia física o sexual contra mujeres casadas o unidas; de acuerdo al Sistema Nacional de Información de Salud (SINAIS), 10 mil mujeres fueron asesinadas de 2012 a 2015, siete cada día y una de cada tres en el espacio público, le sigue el hogar; la mayor parte de las víctimas de homicidio en la vía pública eran solteras (42.6 por ciento) y una de cada cinco tenía entre 26 y 40 años, aunque, a escala nacional, el grupo específico más vulnerable son las solteras de 18 a 25 años; los homicidios ocurridos en la vía pública correspondieron a mujeres con estudios de bachillerato y superiores.
La interpretación de estas cifras sobre lo que vivimos la mitad de la población es que estamos siendo castigadas y vulneradas por quienes nos miran como transgresoras de un orden milenario que nos ubica sin igualdad y sin derechos. No hay otra explicación, ¿o cuál es la justificación?, si existe, que alguien nos ilustre.

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