IMPULSO/ Alejandro Encinas
Cambio de época
El triunfo contundente que obtuvo Andrés Manuel López Obrador el primero de julio demolió desde sus cimientos los mitos y dogmas ideológicos que durante décadas fueron soporte del discurso de la guerra fría y de los gobiernos autoritarios emanados de la revolución institucionalizada en nuestro país.
Durante décadas, se afirmó que el gobierno de EE.UU. jamás permitiría un gobierno de izquierda al sur de su frontera y que el PRI no cedería el poder pacíficamente, como sostenía el emblemático líder charro Fidel Velázquez: “A balazos llegamos al poder y sólo a balazos nos van a sacar, no con votos”.
De la misma manera, se devastaron las estrategias para mantener un régimen político agotado, como el aliento de un sistema bipartidista de derechas, similar al existente en el vecino del norte, acuñado a partir de 1988 con el reconocimiento del PAN al gobierno de Salinas de Gortari y el inicio de las concertaciones.
Fueron derrotadas las alianzas electorales pragmáticas que llevaron al PAN a la mayor derrota electoral de las últimas décadas y al PRD a los linderos de la pérdida de su registro y su virtual disolución.
Como también sucedió con las políticas de cooptación y secuestro de la izquierda, que rindieron pírricos frutos, desde la llamada “apertura democrática” de Luis Echeverría hasta el Pacto por México, así como también la farsa alentada desde el Estado, la intelectualidad y la izquierda oficialista respecto a la necesidad de consolidar una “nueva izquierda”, moderna, funcional al régimen, para lo cual el Estado no tuvo reparo alguno, incluso para imponer al PRD la dirigencia nacional en 2008.
El resultado significó la derrota de la guerra sucia y de las posiciones más conservadoras del sector empresarial que, subestimando la capacidad de mexicanos para tomar decisiones, manifestaron su desprecio por la democracia y la libertad del sufragio, al igual que no prosperaron los amagos de fuga de capitales y devaluación de nuestra moneda.
La amplia afluencia a las urnas acabó con el mito de que las estructuras partidarias, las organizaciones clientelares, la compra de votos, el desvío ilegal de recursos y el dispendio se impondrían, al igual que, se aseguraba, los ‘millenial’ no votarían por el candidato de mayor edad.
Hace bien Andrés Manuel en asumir que este triunfo histórico resulta de la lucha de generaciones de la izquierda y de las fuerzas progresistas por la transformación democrática. Así como reivindicar a personalidades claves en este proceso: Valentín Campa, Demetrio Vallejo, Rubén Jaramillo, Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez, Porfirio Muñoz Ledo, entre otros, a los que sumaría a Arnoldo Martínez Verdugo. Un sueño y una aspiración que él ha logrado cristalizar.
El triunfo marca un cambio de época, la expectativa que ha levantado implica enormes retos, en particular el combate a la corrupción; la reversión de la desigualdad; el establecimiento de una estrategia de combate eficaz al crimen; en garantizar la estabilidad abatiendo la deuda, evitando el déficit e impulsando el mercado interno y el empleo; rescatando al campo y reindustrializando al país sin dejar de mirar al mundo. Volver la vista hacia el sur, cuando este triunfo representa un caso único en el mundo, ante el reflujo de los gobiernos de izquierda y el reposicionamiento de la derecha.
El cambio entraña retos para la democracia y la construcción de un nuevo régimen, que debe partir de la transformación radical de las instituciones, copadas por la burocracia y la corrupción, así como de la creación de un nuevo sistema de partidos y de las reglas en la competencia electoral, lo que implica hacer de Morena, hoy principal fuerza política, un verdadero partido que evite la crisis del éxito y la tentación del mayoriteo en el Congreso de la Unión y en los Congresos locales donde predomina, y, por el contrario, edifique una nueva mayoría democratizadora.
El viejo régimen ha quedado atrás; el nuevo está por construirse. La legitimidad del respaldo ciudadano y el bono democrático que representa son los cimientos de la profunda transformación que se avecina, y que el nuevo gobierno deberá forjar.