Diciembre 25, 2024
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La disyuntiva electoral

IMPULSO/Octavio Rodríguez Araujo

El lunes pasado Mauricio Merino, un buen amigo, publicó un sugerente artículo en El Universal: “El plebiscito de López Obrador”.

En un resumen muy apretado, con el que no hago justicia al artículo, dijo que el primero de julio estaremos emplazados a un plebiscito: a favor o en contra de AMLO, y que el problema para sus opositores es que están divididos y difícilmente se volverán uno solo. Escribió también que, les guste o no a sus contrincantes, es claro para todo mundo que quien ha dictado la agenda de debates en los últimos meses ha sido el candidato de Morena, igual se trate del aeropuerto que de las reformas energética o educativa, en tanto que sus oponentes no han provocado debate alguno de importancia. Dicho en mis propios términos, los adversarios de AMLO lo han dado por ganador (aunque haya sido inconscientemente) desde las precampañas, son reactivos a él y no proponen nada que merezca la atención del pueblo de México, mucho menos un debate. Lo que quieren, es obvio, ha sido impedirle el paso al tabasqueño, y Merino nos recuerda que precisamente así nació el frente del PAN con el PRD y MC: en contra del líder morenista, además —añado— de la impalpable propuesta del gobierno de coalición que a nadie le importa salvo a los teóricos de la “gobernanza” (expresión de alcance distinto al que tenía antes de que fuera popularizada por el Banco Mundial y adoptada por los politólogos neoliberales con un significado más amplio que el original).
El No a AMLO tiene, al parecer, muchos simpatizantes pero el Sí a Meade o al joven Anaya, por sus propios méritos, no sólo es menor sino titubeante o indeciso pues estos candidatos no ofrecen nada nuevo ni cambio alguno. Ni el panista ni el priista han entendido que la mayoría de la gente quiere un cambio o, en términos negativos, que no quiere más de lo mismo. Y el único de los candidatos que ofrece un cambio, aunque a veces no sea muy preciso en todos los detalles, es López Obrador. La prueba de esto es que, repito, él ha marcado la agenda política y económica de este proceso electoral. En tanto que el No (sin propuestas positivas) está dividido si no pulverizado. La más reciente encuesta, publicada el lunes pasado en El Universal, confirma que el morenista sigue a la cabeza de las intenciones de voto y que el priista-panista Meade no levanta pese a los recursos con los que cuenta.
El caso de Anaya es más complejo, tanto que el tema de sus bienes inmobiliarios parece haber pasado al olvido. Si no se ha mencionado más este delicado asunto tal vez se deba, como escribiera Julio Hernández López en La Jornada del 9 de abril, a un posible “arreglo para que el gobierno federal olvide el expediente de la nave industrial queretana y otros negocios inmobiliarios del panista”. La razón de este “olvido” puede ser que en Los Pinos se ha resuelto dejar a Meade a su suerte y darle oxígeno a Anaya para que dispute con AMLO el primer lugar. Finalmente el panista, junto con los perredistas que lo apoyan, es tan neoliberal como el mismo Meade y esto conviene a quienes tienen el supremo poder económico del país, los principales beneficiarios del sistema actual. Peña y sus asesores principales metieron la pata al pensar que escogiendo a un “no militante” de su partido podrían convencer a los ciudadanos, pero obviamente se equivocaron. Al percatarse de ello improvisaron un plan B, es decir Anaya. Y dije “improvisaron” porque al principio no lo habían pensado así, como lo demostraría el muy cuestionable registro de la “expanista” Margarita Zavala. Este registro, de muy dudosa legalidad, lo obtuvo Zavala para restarle votos a Anaya, y ahora no saben cómo hacerle para que ya no le quite votos al candidato del improvisado plan B. Tal vez por esto le dieron registro a El Bronco, más forzado que el de Zavala pero que sirve para dividir los votos de quienes se han tragado la farsa de los “independientes”.
Como los contrincantes de AMLO no tienen propuestas creíbles de cambio, mucho menos novedosas, se han dedicado a atacarlo por “populista”. La paradoja es que cada vez que lo hacen crecen las simpatías por el morenista pues ser populista, para la mayoría de los mexicanos, especialmente para los pobres, no tiene una connotación negativa, sino más bien lo contrario. A los ideólogos del neoliberalismo se les ha olvidado que Vicente Fox fue también populista cuando era candidato del PAN y quería sacar al PRI de Los Pinos. Ese populismo, aunque haya sido de derecha, le gustó a millones de mexicanos; y si además era antipriista mejor. Por eso ganó aunque ya en el gobierno decepcionara a todos. Los ciudadanos, deberá recordarse, no son analistas políticos, sino simples votantes receptivos a los mensajes francos o que entienden y les hacen mella. Cualquier buen político lo sabe y por eso los intelectuales tenemos poco eco de nuestras disquisiciones y polémicas. Son los políticos los que aclaran, cuando nos leen, nuestros a veces complicados análisis y los convierten en partes de su discurso. Y esto es lo que hace López Obrador al resumir sus propios estudios y las reflexiones de otros cuando las hace suyas: los compendia para que sean entendidos por todos y para llegarle a la gente. Él lee a la gente y se identifica con ella, por muy grande que sea una muchedumbre, y esa capacidad —habrá de reconocerse— no la tienen sus adversarios pues son elitistas en todos los sentidos.