Meade, ni demócrata ni independiente
IMPULSO/ Octavio Rodríguez Araujo
Peña Nieto cree que hizo la gran jugada al designar a José Antonio Meade como su sucesor por parte del PRI. Creyó, sin duda, que, escogiendo a un no-priista, él y su partido (con muy bajas simpatías ambos) pasarían a segundo plano en el campo político electoral en curso, pero no es así y nadie con cinco dedos de frente lo piensa de verdad.
El PRI es el PRI y si retomó el poder presidencial en 2012 fue porque el PAN resultó peor que el Tricolor a pesar de que ambos son de derecha (neoliberales), igual de corruptos y autoritarios y, por si no fuera suficiente, incapaces de pensar en un México distinto al que han estado construyendo juntos desde que Salinas de Gortari los incorporó a sus políticas antipopulares y entreguistas. Dicho sea de paso, cuando los panistas aceptaron ser cómplices de Salinas de Gortari, perdieron para siempre su perfil opositor, lo estamos viendo ahora sobre todo con los calderonistas, que ya expresaron su inclinación por el “voto útil” para Meade. Tanto para ellos como para los tricolores, el partido es lo de menos, lo que les importa es el sistema del que han sido beneficiarios.
El futuro candidato priista no podrá demostrar su carácter independiente después de haber avalado y en parte ejecutado las más importantes políticas corruptas y antipopulares de los gobiernos a los que sirvió. Si fuera más inteligente o tuviera un mínimo de sentido autocrítico, debería de declarar que sirvió a gobiernos panistas y priistas porque sus políticas han sido las mismas y no, como quieren creer algunos desinformados, distintas. Fox fue continuador de las políticas de Zedillo y Calderón también lo hizo, razón por la que los priistas apoyaron la candidatura de Calderón y éste a Peña y sus políticas públicas, sobre todo la económica. Son lo mismo y ni siquiera los perredistas que quieren alianza con el PAN lo podrían negar.
Por más que lo intente, Meade no podrá desligarse de esas políticas con las que, además, él coincide por formación profesional y por convicción personal. Tampoco podrá deslindarse de las pequeñas y grandes corruptelas de los gobiernos y los partidos a los que sirvió, directa e indirectamente. En realidad, más que independiente, Meade Kuri Breña es un candidato absolutamente dependiente, en primer lugar, de quien lo lanzó al ruedo contra el sentir de muchos de sus correligionarios, en segundo término, del partido que ahora le tocará abanderar y, en tercer lugar, de los poderes fácticos que seguramente ya abrieron las botellas de champán para brindar por el esperado éxito (en sus cuentas alegres) de su candidato.
El futuro candidato priista tampoco podrá presumir ni demostrar que estará compitiendo como consecuencia de un acto democrático dentro de las filas del partido al que le ha pedido que lo acepten como uno de los suyos. Ningún candidato priista, desde López Portillo, ha sido tan obviamente designado por el presidente saliente como Meade. Peña no guardó ninguna forma ni buscó las apariencias de democracia, simplemente lo señaló y, a partir de entonces, la tarea de su sucesor ha consistido, en primer lugar, en buscar personalmente, como abonero de casa en casa, el apoyo de los dirigentes de los sectores y, en paralelo, el apoyo de quienes aspiraban al puesto que tiene ahora. ¿Qué les habrá dicho Meade a Osorio Chong, De la Madrid, Narro y a otros que aspiraban a gobernar México?, no lo sé, pero imagino que les dijo algo así como “oye, mano, ni modo, yo fui el elegido y, para que ganemos, todos debemos cerrar filas; ya habrá para todos, como sabes, y si gano, no olvidaré tu comprensión y el gesto de tomarte la foto con éste tu amigo”.
¿De qué democracia podrá presumir el ungido durante el proceso electoral?, de ninguna, por lo que tampoco se verá obligado a respetarla como fórmula para ganar votos y llegar, si puede, a la Presidencia. Mucho menos respetará la democracia al ejercer el cargo al que ahora, sin problemas de conciencia, aspira por obra y gracia de dedo de Peña. Éste, por su lado, espera que el designado le cuide las espaldas y que no saque a relucir la suciedad e impericia de su gobierno más allá de lo que ya es inocultable.