Julio 16, 2024
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IMPULSO/ Édgar Elías Azar
¿Qué sigue?

Hace unos días leía en un diario la frase: “La solidaridad no dura 15 días”, y es verdad, no puede, ni debe, los terremotos que sacudieron grandes partes de la República mexicana causaron enormes daños a nuestras ciudades, es cierto, pero también, estoy seguro, afectaron a las personas, a su tranquilidad, a su seguridad y a su economía. Afectaron no sólo estructuras, no sólo hay daños en las viviendas y en los edificios, sino que éstos se esparcen por muchas otras vías, personales e individuales, que debemos reconocer antes de comenzar a reestructurar.
Recuerdo que uno de los problemas más severos que sufrió la Ciudad de México después del temblor del 85 fue el trauma insertado en las mentes de todos. La falta de certeza, la inseguridad psicológica sufrida por todos. Donde quiera que nos encontráramos siempre estábamos alerta con la esperanza de que no volviera a suceder. La gente dejo de ir a lugares públicos, de comprar en plazas, comenzó a ver con sospecha toda estructura en la que se encontraba; el miedo no les permitía regresar a sus labores y a su vida cotidiana.
Tengamos claro que esta ocasión no es igual, no hay punto de comparación. Mientras que en 1985 se vinieron abajo alrededor de 800 edificios, resultaron dañados otros dos mil 800 y se estimó que alrededor de 30 mil viviendas quedaron inhabitables y 60 mil tuvieron que ser reparadas. Ahora, la historia, vista desde los números, es distinta, son 40 los edificios colapsados en la Ciudad de México y otros tantos en los estados de México, Oaxaca, Guerrero, y Puebla. Se están haciendo los recuentos, todavía pendientes, de cuántos de los afectados sólo requieren ser reparados y no demolidos.
Si los números no mienten, México está en condiciones de continuar con sus labores y de no permitir que se vengan abajo los mercados, la economía, la producción y el ánimo. Toda conducta generalizada también trae consecuencias, que pueden ser tan drásticas como un terremoto o tan benéficas como las de la abundancia productiva.
Por ello, la pregunta central que en estos momentos todo ciudadano se tiene que hacer es: ¿qué sigue? Cuál es el curso de acción que debemos tomar todos para salir lo mejor librados. Qué tenemos que hacer para reducir las afectaciones a nuestro país desde lo institucional, desde lo económico, desde lo social y desde lo emocional.
El gobierno federal, por su parte, está tomando cartas en el asunto. Analizando qué partes del gasto deben, pueden y tienen que ser recortadas para la reconstrucción de las ciudades, para reparar lo dañado y para restablecer la vida material de las personas. El Presidente, en su compromiso siempre latente, no permitirá que se detenga México. Existen vías federales, carreteras, industrias e instituciones, que requieren atención para funcionar plenamente. Lo mismo sucede con el jefe de Gobierno de una de las ciudades más afectadas, la Ciudad de México.

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