IMPULSO/ Jorge Nuño Jiménez
El Ejército y la Marina, la gran fuerza de México
Después de los trágicos terremotos del pasado siete y 19 de septiembre, en medio del caos, el estupor y la desgracia, entre gritos y escombros, surge un México orgulloso y unido con verdaderos héroes anónimos, solidarios con sus hermanos: ¡la juventud!, colocándolo en el centro del escenario. Sin recurrir a la exageración o hipérbole, afirmo que son dignos de encomio porque no buscan ningún reconocimiento ni aplausos, ni menos protagonismo mediático, lo único que quieren es solidarizarse ante la tragedia, calladamente se convirtieron otra vez en el héroe lanzando su ejemplo a la nación y al mundo entero, un ejemplo de unidad, dignidad. Juventud que no se dobla, ni se quiebra, mucho menos se arrodilla ante nadie.
A lado de esta juventud surgen otros actores, los soldados del Ejército Mexicano y la Marina, que son la gran fuerza de México, guardianes de la soberanía, las instituciones, el orden constitucional y también la protección solidaria del pueblo del cual provienen, en casos de calamidades.
Nuestras Fuerzas Armadas son el baluarte más confiable para proteger al pueblo. Ese pueblo que le aplaudió y admiró su gallardía y disciplina en el desfile del 16 de septiembre. Hoy, ese ejército está levantado a la población, aplicando con abnegación y cariño el plan DN-III-E. Han formado un solo cuerpo entre la multitud de voluntarios de todos los estratos sociales y el ejército de “juanes” que dejaron el fusil en su cuartel, cambiándolo por pala y pico, agua, alimentos y medicinas. ¡Cierran filas!, “¡jalan parejo!”, a través de vendavales entre lluvias y huracanes se mueven a todas horas, en el día, en la noche, en el frio, en medio de los escombros, ofrecen su brazo generoso, se parten el pecho para ayudar a niños, mujeres, ancianos para salvarles lo más preciado; la vida misma a cambio de nada. Así de simple, así de sencillo.
Somos testigos de estrujantes escenas de dolor, ante esta calamidad que ha azotado a zonas urbanas y rurales, en poblaciones de Oaxaca, Chiapas, Morelos, Edo. de México, Guerrero y la Ciudad de México, que ha recibido un latigazo cruel y lastimoso dejándonos dolor y muerte, pero en medio de este ambiente, surgen sentimientos que escriben una historia, en estos momentos, el pueblo levanta al pueblo.
Digamos la verdad con la verdad ante instantes de peligro, vimos una muy acertada decisión del presidente de la República, Enrique Peña Nieto, quien después de izar la bandera mexicana en el Zócalo a las 7 de la mañana el día 19 de septiembre, enfiló su acción hacia el hangar presidencial. En pleno vuelo acompañado por el secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos Zepeda, y el secretario de Marina Francisco Soberón Sanz y otros miembros de su gabinete, antes de aterrizar con destino a Juchitán, recibe el oportuno reporte del Jefe de su Estado Mayor Presidencial, el general Roberto F. Miranda Moreno quien le informa del terremoto ocurrido a las 13:14 hrs. El jefe del Ejecutivo federal no titubeó ni un instante, ordenó que no aterrizara el transporte presidencial y se regresara a la Ciudad de México para encabezar solidariamente las tareas de rescate.
El rostro del Presidente mostraba una profunda y sincera preocupación. Con especial serenidad dio órdenes desde el aire a los titulares de la Defensa y Marina, de activar el Plan DN-III-E, donde cada minuto es crucial, que ha conmovido al mundo y se ha hecho sentir el apoyo solidario de muchos países hermanos, ante esta tragedia.
Las palabras de hoy son solidaridad, hermandad y unidad.