IMPULSO/ Emilio Lezama
Presidentes y mirreyes
¿Qué pasa cuando un sistema político-social está cimentado en la prepotencia, el nepotismo y el clasismo?, la respuesta es sencilla, la semana pasada, unos alumnos del Colegio Irlandés irrumpieron en la fiesta de graduación de sus correligionarios del Cumbres para golpearlos. Unos días después, una investigación del “New York Times” reveló que el Gobierno mexicano espía a activistas, periodistas y hasta a menores de edad. Los eventos parecerían estar disociados, pero ambos demuestran que las élites políticas y sociales de México comparten un entendimiento del mundo: el poder no tiene límites, yo hago lo que quiero, sin escrúpulos, ni reglas, simplemente porque puedo.
En algunos colegios privados donde se educan las élites, el aprendizaje, los valores y la culturización del alumno sólo ocurren, si acaso, por daño colateral. El rol de ese tipo de escuelas es construir seres que sean capaces de replicar el orden social sin cuestionarlo, estudiantes que entiendan de forma implícita que el poder en México no se obtiene por capacidad, sino por una combinación adecuada de estatus social, riqueza, apellido, forma de hablar y color de piel. Como esa información no viene en el arte, la ciencia o los libros, el currículo académico se vuelve secundario.
Los alumnos del Cumbres y del Irlandés se han vuelto el emblema de aquel mundo clasista, misógino y desculturizado que acaba por convertirse en una fábrica de “mirreyes”. Pero sería un error pretender que los colegios de los legionarios son los únicos así, como también sería un error creer que todos los colegios privados reproducen estos esquemas. Hay una gran cantidad de colegios que buscan ofrecer educación de calidad, pero también existen un sinfín de instituciones privadas ávidas de repetir este modelo. En todos lados del mundo, las escuelas de la élite buscan reproducir sus privilegios, pero, en países más meritocráticos, la mejor forma de hacerlo es a través de la educación de calidad. En México, el mal paso académico de un hijo se resuelve con la visita del padre influyente a la escuela. Por eso, la preocupación máxima de los colegios en México es que sus alumnos tengan el pelo corto y los zapatos boleados, se vale no saber nada, pero nunca no verse bien.
Al final, los mirreyes son, ante todo, víctimas inconscientes de un sistema socio-familiar que los acaba por marginar del mundo y la realidad. El mirrey habita un vacío de “a-culturalidad.” Nació en la casa con meseros, pero sin libros; su aprendizaje es empírico y el mundo que los rodea —real o aspiracional— parece demostrar las ventajas de la opulencia y la desigualdad. @emiliolezama