Noviembre 17, 2024
Clima
5°c Máxima
5°c Mínima

Artículo

IMPULSO/ Gabriel Guerra Castellanos
La muerte viaja a 200 kph
El pasado viernes, a las tres de la madrugada, un hombre decidió poner a prueba sus aptitudes y las de su automóvil y se lanzó a cerca de 200 km/h por la avenida más emblemática de la Ciudad de México. Alcoholizado, no reparó en que llevaba consigo a cuatro pasajeros, que esa vía está señalizada para circular a 50 km/h, que tiene curvas e irregularidades propias de una vialidad citadina y no de una pista de carreras.
El desenlace ya lo conocemos: cuatro personas fallecieron al instante, el conductor detenido, acusado de homicidio imprudencial con vehículo y a la gente hablando.
Hablando de lo que algunos se atreven a llamar un accidente cuando fue una tragedia ocasionada por un borracho, un acto homicida. El señor no tuvo un accidente, provocó la muerte de cuatro personas, y no fueron más sólo por la buena fortuna de que no hubiera algún transeúnte desvelado caminando por ahí a esas horas.
Dicho acontecimiento pone de manifiesto la irresponsabilidad de este y de tantos otros conductores que no tienen empacho en tomar el volante alcoholizados, sino que además presumen de sus “mañas” porque comparten la ubicación de los puntos de revisión del alcoholímetro, porque le ponen mica a sus placas para que no los pesque la fotomulta, porque emplacan en otra entidad aunque no vivan ahí y así se “ahorran” la tenencia, porque las verificaciones son más “fáciles”, porque así la multa no les afecta.
¿A cuántos así no conoce usted, querido lector? O a los abusados que se amparan para no cubrir su pena en El Torito, los que le avientan el coche al policía de crucero, los que se le pegan atrás a la ambulancia, los que pese a hacer todo eso se dan golpes de pecho y denuncian a todo pulmón la inseguridad, la corrupción y, agárrense, la impunidad que reina en nuestro país.
Están también los que se quejan de las fotomultas, unos porque les echa a perder la diversión de ir a exceso de velocidad, otros por sacar raja político-electorera, como si la fotomulta no fuera un mecanismo utilizado alrededor del mundo, en EE.UU, Canadá, Europa (y no sólo en México, como muchos alegan por ignorancia o mala fe). Como si ese y el de los puntos de revisión de consumo de alcohol no fueran, demostradamente, inhibidores de accidentes y de muertes, de la mano con límites más estrictos de velocidad.
Pero así son las cosas en este país en el que nadie quiere aceptar sus propias responsabilidades, nadie quiere cumplir con las leyes, porque piensan que están hechas para los demás. Es el mismo país en que un juez que dicta un amparo absurdo para proteger a un acusado de violación y abuso de menores encuentra defensores, apologistas. En el que un gobernador pescado con las manos en la masa habla de una “campaña” en su contra. En el que los activistas de uno y otro lado sufren de miopía y amnesia selectivas, pues solo recuerdan lo que a sus causas conviene, aunque la viga en el ojo de sus amigos sea igual de notoria que la que cargan sus enemigos o rivales.
Ese es nuestro país. No es así por culpa de un gobierno en particular, de un partido o de otro. Es así porque así de torcido le hemos permitido crecer, porque toleramos la trampa en nuestro entorno, porque le perdonamos faltas a los amigos, cuando es a quienes más deberíamos exigir.
¿Qué eso es propiciado por un sistema corrupto, una clase política sin escrúpulos, gobiernos débiles e ineficaces? Sí, claro. ¿Por la ausencia de un Estado de Derecho pleno y de mecanismos eficaces y transparentes de procuración de justicia? Sí, por supuesto: mil veces que sí.
Y mientras culpemos a la fotomulta y no al que conduce a exceso de velocidad, mientras que el malo sea el policía y no el ladrón, seguiremos siendo un país en el que la muerte podrá circular a la velocidad que quiera, a la hora que quiera, en la avenida que quiera, no vaya a ser que la quieran multar con fines “recaudatorios”.
Twitter: @gabrielguerrac Facebook: Gabriel Guerra Castellanos
: Pero también, queridos lectores, porque siempre nos cobijamos en el pretexto cómodo de que hay “otros” que hacen cosas peores.