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IMPULSO/ Mario Melgar Adalid
Tan cerca de Trump, tan lejos de Lincoln

Mañana será la coronación de Trump, en los sistemas políticos, lo más cercano a una monarquía es el sistema presidencial. De hecho, el origen del presidencialismo moderno fue el diseño de los constituyentes estadounidenses, que siendo súbditos insurrectos del rey Jorge III, imaginaron un arreglo para que se eligiera una especie de monarca, pero en una república y con restricciones. Sería electo por el pueblo, tendría un encargo limitado en tiempo y habría pesos y contrapesos (checks and balances) para evitar los excesos del poder. El sistema estructuró al país más poderoso del mundo y ha sido imitado/copiado y seguido, por decenas de países, incluyendo a México, que creó un monarquía temporal.

Las facultades que le otorgaron fue actuar como comandante supremo de las fuerzas armadas, declarar la guerra, nombrar embajadores y jueces asociados de la Suprema Corte con la aprobación del Senado, ejercer el veto a las leyes del Congreso, ser jefe de Estado y de gobierno.

Los presidentes son tan importantes para ese país, que si se escribiera una historia con su biografía, el texto sería un atinado recuento de Estados Unidos. En esa historia hay héroes y villanos. Tres son los íconos del sistema presidencial estadounidense: George Washington, Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt, cada uno en el siglo que le tocó vivir: Washington no solamente el primero que ocupó la presidencia, sino el inventor de la misma. Abraham Lincoln, el número uno entre los historiadores, junto con Obama, el mejor orador de los presidentes que han existido, salvó al país de la secesión y a los esclavos negros de sus cadenas. (Los mexicanos nunca agradeceremos suficientemente a Lincoln haber sido el artífice de la restauración de la República que encabezó don Benito Juárez). En el siglo XX, Franklin D. Roosevelt ocupa el lugar de honor. Roosevelt tuvo para terminar su gestión una aceptación de 72 por ciento, la más alta hasta Obama, que alcanzó 82 por ciento. Roosevelt, campeón de la voluntad, venció
no solamente la enfermedad que lo incapacitó, sino a la Gran Depresión y al fascismo mundial.

Entre los malos, que también existen, sobresalen por su torpeza los casi desconocidos Franklin Pierce, James Buchanan (nada que ver con James Buchanan, el fundador del whiskey “Bucana” que le gusta al Chapo Guzmán), y Andrew Johnson. Para quien crea que en EE.UU. no hay presidentes corruptos, el mejor ejemplo es Warren Harding. El apestado Harding prometió, exacta y asombrosamente, lo mismo que Trump: reducir los impuestos a los ricos y a las grandes empresas, elevar las tarifas arancelarias para proteger a las corporaciones estadounidenses y limitar la inmigración. Harding exigía sobornos a las empresas petroleras para poder explotar yacimientos en Wyoming. Twitter: @DrMarioMelgarA

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