IMPULSO/Octavio Rodríguez Araujo
Varios amigos han escrito que López Obrador no es una opción para México porque no es anticapitalista. Ciertamente no lo es, pero nunca lo ha pretendido. Hace alrededor de 20 años declaró que había que quitarle las aristas filosas al neoliberalismo, y no era candidato a la Presidencia.
Cuando usó el eslogan “primero los pobres”, como candidato presidencial por primera vez, dijo y sigue diciendo que incluso al capital le conviene que los millones de pobres tengan capacidad de consumo ya que ésta reactivará la economía.
Esta manera de pensar, debe recordarse, es sólo antineoliberal, no anticapitalista, puesto que para el neoliberalismo global y hegemónico los no consumidores son prescindibles, así sea en regiones de un país o en países completos. Los economistas le llaman el “principio de prescindibilidad de la globalización neoliberal” que se ha aplicado en varias naciones africanas y en regiones de países latinoamericanos y asiáticos en los que se ha abandonado a los pobres a su suerte… y a su desgracia.
Las expresiones anticapitalistas se han convertido con los años, lamentablemente, en recursos oratorios más que en luchas verdaderas. Incluso en Cuba, para no mencionar a China o a Vietnam, se ha aceptado la inversión privada extranjera para modernizar su economía con base en recursos monetarios que no han podido acrecentar con base en su inversión pública y la capacidad de consumo de su población.
Aunque Konstantin Katsarov demostrara desde 1964 (The theory of nationalisation) que la estatización de la economía no era socialismo, hay todavía quienes piensan que sí y defienden el sistema económico soviético como socialismo, aunque no lo haya sido. Quienes insisten en la vigencia del anticapitalismo/socialismo saben, o debieran saber, que no se ha logrado en ningún país del mundo, que cada vez son menos y que sus luchas, a veces admirables, son más discursivas que un impulso real para la organización de los trabajadores (poco interesados en el socialismo como alternativa aunque en teoría les convendría).
El debate sobre el tema se ha circunscrito a ciertos medios académicos cada vez más reducidos o a algunas publicaciones periódicas con muy pocos lectores. Para colmo, ahí están los ejemplos de Venezuela y Nicaragua, atravesados por la corrupción en las altas esferas militares y de gobierno cuando no por la impericia de quienes toman las decisiones.
La pugna entre “el socialismo en un solo país” de Stalin y la revolución permanente y mundial de Trotski, sigue vigente como discusión teórica, pero ni uno ni la otra parecen haber logrado carta cabal de identidad en la realidad que hemos vivido en los últimos 100 años.
La terca realidad nos ha demostrado que no es solución cortarle las patas en ningún lecho de Procustes, para que quepa. Mucho falta en teorizaciones para encontrar una verdadera alternativa al inmisericorde capitalismo que, como se ha podido demostrar, le “da oportunidades a todos” (en lo formal) pero sólo a unos cuantos beneficia (en lo real).
A la crítica anticapitalista se añade la del corrimiento hacia el centro de los partidos considerados por algunos como de izquierda. Morena es criticado por esto y López Obrador también. Pero quienes todavía se quieren presentar como anticapitalistas parecen olvidar que el Partido Comunista Mexicano (y los de muchos otros países) se corrieron hacia el centro político e ideológico para competir en elecciones y hasta se cambiaron de nombre por otro que no fuera comunista.
El Partido Revolucionario de los Trabajadores (trotskista) entró al juego electoral con una magnífica candidata (Rosario Ibarra), sí, pero que no venía de la tradición marxista ni socialista de la época. Ambos partidos, que concedieron en principios y estrategia para competir electoralmente de acuerdo con la Constitución Política del país, cumplieron su ciclo y desaparecieron como tales al poco tiempo. El mismo EZLN, cuyos principales dirigentes han dicho ser anticapitalistas, intentó expandirse e influir más allá de su zona original tanto en 2006 como en 2018, y terminó como un referente testimonial (no más).
El corrimiento hacia el centro de los partidos electorales no ha sido un mero capricho de sus bases y dirigentes, así como tampoco su militancia plural y no de clase (partidos incluyentes). Ha sido más bien una necesidad pragmática para lograr más votos y tener la posibilidad de triunfar por la vía legal e institucional.
La mayoría de los ciudadanos rechaza los extremos, más los de izquierda que los de derecha (la extrema derecha ha avanzado más electoralmente en Europa y Estados Unidos que las corrientes ultraizquierdistas e incluso que las socialdemócratas).
En resumen, todo parece indicar que el anticapitalismo ha perdido vigencia en la actualidad y, desde luego, habrá que investigar por qué, aunque sólo sea para rebatir a Francis Fukuyama.