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Por Patricia Fuentes Hurtado

¿Padeces nomofobia?

Incuestionable, los dispositivos portátiles y gadgets en general han resuelto nuestra vida en niveles inimaginables, ni la película más futurista pudo predecirlo con tal exactitud. El teléfono celular, en especial, se ha convertido en nuestro inseparable: es asistente, nos permite acceder al correo, redes sociales, sesiones zoom y a la fuente infinita de información que es internet, pero ¿Qué pasa cuando su uso rebasa el límite y no tener acceso al móvil nos genera intranquilidad? Al parecer, hemos caído en el infortunio de la nomofobia.

La adicción al celular o nomofobia es un mal de este siglo que se caracteriza por el miedo irracional a no tener móvil y sus variantes: batería baja, mala señal y crédito agotado. El término proviene del inglés nomobile phobia y se empleó por primera vez cuando el auge de los dispositivos alcanzó niveles insospechados en 2008.

Las aplicaciones, redes sociales, streaming y juegos, constituyen un evidente comportamiento adictivo, de ahí que haya investigaciones al respecto que describen la incesante compulsión y comportamientos poco asertivos derivado del uso excesivo. Además del pavor, ansiedad o irritabilidad provocados, es preocupante que también atrofie la capacidad de pensar y crear.

El ningufoneo (phubbing en inglés) es el acto de ignorar a una persona y al propio entorno por estar ensimismado en la tecnología móvil. El neologismo refiere implícitamente la adicción.

El uso del móvil en la cama con la luz apagada es un comportamiento que se conoce como vamping (de la contracción de vampire-texting) y constituye otro síntoma de dependencia. Los adolescentes se ubican como el sector que más incurre en la práctica, restándole horas al sueño y descanso.

De acuerdo conSituación Global Mobile 2020, hasta hace un año, el mundo tenía 5,190 millones de usuarios de dispositivos móviles, lo que equivale a una cobertura del 67% de la población.

Reconocer el uso excesivo puede darnos la primera alerta. Al sabernos inmersos en un comportamiento problemático, los especialistas podrán conminarnos a identificar entre consumos de utilidad, necesidad, gratificación y entretenimiento, luego priorizar y mesurarnos.

En 1997, Giovanni Sartori, en su emblemática obra Homo videns: la sociedad teledirigida, ya planteaba la influencia y riesgos de los medios de comunicación, en especial la televisión.

El sociólogo italiano denominó vídeo-niños a la generación que creció con la televisión como su primera escuela, observó cómo los alejó de la lectura e hizo responder exclusivamente a estímulos visuales.

Concluyó que la televisión sí generaba niveles de atrofia en la capacidad de abstracción y entendimiento. Me pregunto, ¿Qué diría ahora ante el bombardeo descomunal de contenidos e innegable apego a los dispositivos electrónicos?

Estamos en riesgo de convertirnos en homo videns exponenciados. Cambiar de una pantalla a otra para trabajar, estudiar o “relajarnos” no debiera normalizarse cuando vemos que las secuelas sociales y de salud mental ganan terreno vertiginosamente.