Se reflexionó en torno a distintos padecimientos que se han registrado en el país
IMPULSO/ Redacción
Una larga historia en la que la humanidad ha sobrevivido a diversas enfermedades, es lo que también revela la actual pandemia de COVID-19. Las luchas por subsistir a estos padecimientos han dejado huellas de cómo se han enfrentado la vida y la muerte, así como del conocimiento de las prácticas y hábitos para salvar vidas, cambiado la manera en la que se entiende la higiene y la salud.
Para analizar y reflexionar en torno a estas perspectivas, la revista Con-temporánea, de la Dirección de Estudios Históricos (DEH), adscrita al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), realizó el conversatorio “Pandemias e historia”, el cual se transmitió por en la el canal de INAH TV en YouTube.
En la conferencia virtual, como parte de la campaña “Contigo en la Distancia”, de la Secretaría de Cultura, la historiadora Beatriz Cano Sánchez presentó la ponencia Testigos invisibles de una tragedia humana: la pandemia de 1918 en México, en la que mencionó que en los años setenta, en una investigación que realizó en Tlaxcala, supo de la presencia de la influenza, a inicios del siglo XX.
El virus AH1N1, de acuerdo con la investigadora de la DEH, se originó en Kansas, Estados Unidos, en Fort Riley, en uno de los campamentos militares más importantes, cercano a diversos criaderos de aves.
“Las pandemias, tanto la de 1918 como la de 2009, son de origen zoonótico; de la más reciente, su origen lo ubican en tres espacios: Canadá, Estados Unidos y en Perote, Veracruz, y se le atribuyó a México”, indicó.
Explicó que la presencia de la enfermedad no fue prolongada, “se podría decir que llegó, mató y se fue, apareció entre marzo y mayo, y de septiembre de 1918 a abril de 1919.
“En aquella época, en México había un estudio importante del doctor Manuel Mazari, quien calificaba a la pandemia de la influenza como una enfermedad epidémica y contagiosa. Por lo que las medidas sanitarias adoptadas en el espacio público, en ese momento, fue la desinfección con creolina, evitar manifestaciones y aglomeraciones en plazas públicas, cines, teatros e iglesias, entre otras”, mencionó.
Cano destacó que, en el país, la infraestructura hospitalaria y sanitaria estaba desarticulada y colapsada al momento de la pandemia, y no había recursos económicos para enfrentarla, pues estaba en marcha la reconstrucción social de las instituciones, con el restablecimiento del orden pacifico en la vida cotidiana y económica que buscaba el presidente Venustiano Carranza.
“Si algo determinó la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial fue la epidemia del AH1N1, ya que la mayor parte de su ejército estaba contagiado en el momento de la gran ofensiva de los aliados. Los germanos no lo difundían, tampoco Francia, pero España publicaba todos los hechos de la pandemia, y de ahí el nombre de influenza española”, resaltó.
Por su parte, el historiador Eliud Santiago Aparicio, de la Universidad Autónoma de México (UAM), Campus Iztapalapa, ofreció la ponencia El cólera de 1833, tomando como ejemplo la llegada de esta enfermedad a la ciudad de Puebla.
Sobre este padecimiento gastrointestinal, el cual llegó a México en el siglo XIX, se creía que se transmitía a través de los olores, los pantanos y la suciedad. “A los enfermos se les aplicaban sangrías, al igual que infusiones herbarias que contenían menta, además de usarse peyote y opio como remedios.
“En marzo, abril y mayo de 1833, el Ayuntamiento de Puebla, al enterarse de que el cólera había llegado a Tampico, le escribió al gobierno federal para solicitarle que todos los barcos que llegaran a ese puerto, provenientes de la ciudad de Nueva Orleans, Estados Unidos, donde la enfermedad estaba causando muchos estragos, mantuvieran a sus tripulantes e hicieran cuarentenas y no bajaran de los navíos”, relató.
Entre las medidas sanitarias tomadas en esa época, estaba la limpieza en lugares públicos como parques, la creación de un camposanto fuera de la ciudad y el mejoramiento del alcantarillado, para evitar que las personas arrojaran las aguas sucias a la calle.
“Todas estas medidas generaron una psicosis colectiva antes de que la enfermedad llegara a la ciudad, el 23 de agosto, ocasionando que se culpara del padecimiento al envenenamiento de pozos que, según los lugareños, fue hecho por extranjeros”, manifestó.
El investigador destacó que, debido a la enfermedad, en la ciudad murieron cuatro mil personas, de una población estimada de 40 mil. Mientras que, a 100 kilómetros, en la Hacienda de Atencingo, cinco franceses fueron masacrados, acusados de haber envenenado los pozos.
En su oportunidad, el historiador Sergio Hernández Galindo, de la DEH, dictó la conferencia La participación de Estados Unidos y Japón para combatir la fiebre amarilla en México: El caso de doctor HideyoNoguchi, en 1920, describiendo a ese padecimiento como una enfermedad que puede ser febril leve y autolimitada, pero que puede avanzar hasta ser hemorrágica, hepática y mortal, causando ictericia en los contagiados, de ahí su nombre.
En México, dijo, la afección, como pandemia, se empezó a manifestar en distintos momentos y lugares, sobre todo en las zonas selváticas y en la península de Yucatán. Para ayudar a combatirla, el presidente Venustiano Carranza invitó a un importante doctor japonés, HideyoNoguchi, para que colaborara en la lucha contra esta enfermedad, gracias a su experiencia en diversos países del mundo, en especial en Estados Unidos.
Noguchi, emigrante japonés, llegó a Estados Unidos en 1900 y destacó por sus estudios sobre la sífilis y algunos venenos de serpientes, lo que le mereció ser considerado al Premio Nobel de Medicina en 1913, 1915 y 1920.
“En esos momentos, las relaciones del régimen de Carranza con Estados Unidos no eran buenas; cabe recordar el telegrama Zimmermann que causó un gran escándalo internacional. Japón, por su parte, sí reconoció, en términos diplomáticos, a su gobierno”, indicó.
Antes de llegar a Mérida, Yucatán, el científico nipón visitó Ecuador y otros países sudamericanos en los que logró aislar el virus de la fiebre amarilla. Ya en la península salvó a algunos enfermos con una especie de vacuna que había probado en otros lugares; posteriormente, se trasladó a la Ciudad de México para dar una serie de conferencias y dar al gobierno los medicamentos que había preparado.
Finalmente, el antropólogo Andrés Latapí Escalante cerró el conversatorio con la ponencia Aproximaciones antropológicas a la historia de las pandemias, la cual inició cuestionando cómo hacer para salir de esta pandemia que se está viviendo, a lo que respondió: “Hay que ver cómo salimos de otras cuando se dieron”.
El egresado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia refirió que, ante esta situación sanitaria, cambian los patrones de relaciones sociales y las respuestas culturales se convierten en hábitos.
“De la población en riesgo por el coronavirus, se calcula que 20% de la misma niega su existencia, socioculturalmente la podemos diagnosticar por la forma en que se reagrupan y realizan el intercambio social, algo que tiene que ver con el sistema de creencias”.
El antropólogo consideró que debe haber una transformación hacia estrategias adaptativas para salir de la pandemia, la cual involucra, obviamente, a los cambios socioculturales, analizar cómo se reagrupa la sociedad: “el subirse al metro, seguir andando en coche o continuar concentrándose en las ciudades, son temas de discusión muy viejos que se deben analizar.
“Nuestros instrumentos para esta transformación son la política, la tecnología, la educación y la capacitación. Tenemos que pensar en la salud, precisamente, ahorita nuestro riesgo está relacionado con la nutrición, con nuestro sistema inmunológico, con cómo queremos crecer y desarrollarnos, entre otros, esto es lo que aprendemos de la historia de las pandemias”, finalizó.