IMPULSO/Jesús Zambrano Grijalva
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Parecería que el título de esta colaboración es inapropiado porque AMLO aún no asume la Presidencia de la República, pero en los hechos ya lo es desde el primero de julio en la noche, en virtud de que Peña Nieto ha desaparecido de la escena y le ha dejado todos los reflectores del espacio público y AMLO actúa como Presidente de facto, tomando o anunciando decisiones, y revelando la realidad de lo que será su administración.
Así, su discurso de campaña en contra del Pacto por México (el “Pacto contra México”, decía), contra “la mafia del poder” y contra la reforma energética está quedando ahora en el vacío, como promesas de campaña que no va a cumplir.
Igual está sucediendo con la reforma educativa, así como el “regresar al Ejército a los cuarteles” para que ya no efectúen labores de policía, y ahora anuncia que las Fuerzas Armadas seguirán en las calles.
El protagonismo mediático de Andrés Manuel, antes de portar la banda presidencial, ha ido dejando claro que no va a echar atrás los gasolinazos, sino que solo habrá “ajuste de precios” conforme a la inflación, siendo que podría bajar los precios de los combustibles, a partir de disminuir el enorme impuesto especial aplicado por el actual Gobierno de Peña Nieto.
Morena, el partido de AMLO, tiene mayoría para modificar, por sí solo, la ley. Y con los votos del PRD y otros partidos puede echar para atrás la reforma energética privatizadora de Peña Nieto, que tanto descalificó y con lo que ganó enormes cantidades de votos del electorado. Pero ya dijo, a raíz del tratado comercial con Estados Unidos, que no habrá reformas a la Constitución al respecto. Y Bartlett había declarado que la reforma era positiva.
Ello, a pesar de que el PRD —que votó en contra de dicha reforma— ha dicho que aportará su voto para revertir esas decisiones.
La otra gran reforma controvertida es la educativa. Con su premisa de “derogar la reforma” se echó a la bolsa a Elba Esther Gordillo (y la ayudó a su liberación) y a los acérrimos enemigos de la maestra, los de la CNTE, pero ahora les está diciendo que sólo habrá algunos ajustes a la Ley del Servicio Profesional Docente, aunque seguramente los tranquilizará repartiéndoles pedazos del poder sindical para mantenerlos tranquilos. Por eso sería bueno que AMLO dejara claro cuáles de las reformas del Pacto por México va a echar para atrás.
En materia de seguridad, AMLO habla de perdón ante las víctimas, quienes exigen justicia y no quieren perdonar a quienes masacraron a sus familias.
Habla de proteger derechos de los trabajadores y amenaza con despedir a decenas de miles bajo el argumento de la austeridad.
Recurre a “la consulta popular” dizque para decidir el futuro del Nuevo Aeropuerto de la CDMX, pero sólo como una farsa, porque será un ejercicio que él controlará, aún sin facultades legales para decidir. Y dice que “el pueblo sabio decidirá”. ¿Y entonces para qué se lo eligió? ¿Acaso no para que tomara decisiones y no para volver a preguntar a la gente qué es lo que quiere?
El discurso de acabar con el mal de todos los males, la corrupción, según él, se diluye ante la decisión de AMLO de ser él quien proponga al futuro fiscal general y al fiscal anticorrupción, y no que surja a propuesta de la sociedad civil, como lo han exigido más de 300 organizaciones independientes.
No pareciera haber duda de que muchas de las cosas que prometió en campaña fueron sólo demagogia y que no va a cumplir.
Sostengo que con AMLO no tendremos un gobierno de izquierda, sino la restauración del viejo régimen. Un cambio de régimen que sustituya al actual —autoritario y presidencialista— sería una verdadera revolución política, pero AMLO representa la restauración priista.
La “mafia del poder” a la que tanto denostó regresa con ropajes de una falsa izquierda, como “una farsa”, diría Marx en su famoso 18 Brumario tras el golpe de Estado de Luis Bonaparte en Francia: La historia ocurre dos veces: la primera, como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa.