IMPULSO/ José Antonio Crespo
No es algo anecdótico que hayan aparecido dos Planes Nacionales de Desarrollo; uno de la Presidencia y otro de Hacienda, que es el que cumple con los requisitos de ley. Refleja la descoordinación en el gobierno, así como una fuerte tensión entre utopía y realidad.
Al parecer, el Plan elaborado por Hacienda no fue del gusto de López Obrador quizá por contener todo aquello que detesta: tecnicismos, cifras, prospectiva; en otras palabras, lenguaje tecnocrático que para AMLO es sinónimo de neoliberal (y de conservador). Y es que no ve a la economía como una ciencia, sino como un oficio (lo que evoca aquello de que “la economía se manejará no en Hacienda, sino desde Los Pinos”, de Echeverría). La economía para él se dilucida con sentido común, no con estudios, conocimientos especializados, teorías generales, historia económica, información dura y experimentación empírica.
Algo que recuerda cuando en la Facultad de Economía de la UNAM, en los años setentas, se determinó que las matemáticas eran “burguesas”, por lo que se eliminaron del programa durante un buen número de años. Así, López Obrador decidió lanzar su propio Plan de Desarrollo, que es un resumen de las propuestas presentadas durante su larga campaña con algunos agregados nuevos.
Pero a diferencia del PND de Hacienda, no se plantean ahí los medios adecuados para alcanzar los fines propuestos, es decir, la estricta racionalidad económica, social, administrativa, o de seguridad. O bien son fantasiosos.
Las ofertas de campaña de AMLO constituyen esencialmente una utopía, que si fuera alcanzable nos pondría muy cerca de los países escandinavos (como el propio López Obrador lo ha dicho en varias ocasiones). Pero eso es algo que se podría lograr, si acaso, en mucho tiempo. Y eso sólo si siguiéramos las políticas sociales y económicas practicadas en esos países. En cambio, se invita al responsable de la economía bajo los Kirchner para que nos recomiende cómo enterrar al neoliberalismo por la exitosa vía argentina.
AMLO exalta y defiende su utopía, creyéndola alcanzable (y hace creer lo mismo a millones). Y es consciente de su utopismo, pero lo rodea de un áurea de romanticismo y heroísmo digna de exaltación: “Siempre existirán los señalados como idealistas, locos, soñadores, mesiánicos o simplemente humanistas que buscarán el triunfo de la justicia sobre la codicia y el poder” (El poder en el trópico; 2015).
El utopismo impide reconocer una realidad adversa, atender puntos de vista alternativos o corregir errores a tiempo. Lo que para el resto del mundo es terquedad y obcecación, para el utopista es tenacidad y firmeza. Ejemplo reciente; Dos Bocas.
Así, el problema con el utopismo es que, partiendo de premisas no ancladas en la realidad, elige medios que serán, no sólo fútiles, sino contraproducentes a las metas buscadas. Sobran ejemplos históricos de ello.
Las proyecciones en varios temas del Plan de AMLO se contravienen en alguna medida con los planteados por el de Hacienda, cuyo titular es una persona más anclada en la realidad que AMLO, conocedora de la economía y con un mínimo suficiente de sensatez. Por ello su postulación para esa cartera antes de la elección generaba cierta tranquilidad y confianza. Muchos ciudadanos que votaron por AMLO decían sentir cierta desconfianza por AMLO, pero se tranquilizaban pensando en que le haría caso a sus asesores y secretarios, como el propio Carlos Urzúa, por lo que no había de qué preocuparse. Pero he aquí que a esos colaboradores sensatos AMLO no parece hacerles mayor caso (salvo a Jesús Seade, según él), y soportan humillaciones sin visos de dignidad. Él tiene sus propios datos, distintos incluso a los que su propio gobierno genera.
Lo cual no contribuye a generar mucha confianza para la inversión, sin la cual no habrá el crecimiento prometido de 4% en promedio, como punto de arranque para un desarrollo sostenido del tipo “milagro mexicano” de los 50 y 60. Veremos hasta dónde llega el utopismo vigente.
Twitter: @JACrespo1