IMPULSO/Mario Melgar Adalid
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México ha tenido muchos presidentes, pero pocos hombres de Estado. Para mí, don Benito Juárez, Porfirio Díaz, Plutarco Elías Calles y el general Lázaro Cárdenas son los estadistas mexicanos. Lo anterior no significa que todos estos hombres de Estado hayan sido mexicanos ejemplares o modelos a seguir. Churchill fue hombre de Estado, pero también lo fueron Hitler y Mussolini. AMLO prometió, con cierto dejo de modestia, ser un buen presidente. México ha tenido presidentes buenos, regulares y malos. Algunos serios (De la Madrid), inteligentes (Salinas), amilanados (Ortiz Rubio), carismáticos (López Mateos), seguros de sí mismos (López Portillo), socarrones (Ruiz Cortines), carismáticos (Alemán), católicos (Ávila Camacho), iracundos (Calderón), preparados (Zedillo), y coléricos (Díaz Ordaz), pero México necesita más que un buen presidente, hace falta en Palacio Nacional, como dice la manida idea, la presencia de quien se ocupe de las próximas generaciones y no exclusivamente de las próximas elecciones. Hace falta un estadista. La pregunta es: ¿AMLO encarnará al hombre de Estado que necesita el país
Los hombres de Estado nacieron a partir de Maquiavelo. Algunos sátrapas decían seguir los consejos del escritor florentino y el maquiavelismo se volvió sinónimo de algo atroz. Hasta Shakespeare lo refiere en la tercera parte de “El Rey Enrique VI”, cuando Ricardo afirma que conseguirá la corona inglesa, aunque tenga que dar lecciones al propio Maquiavelo. No obstante, “El Príncipe” ha sido inspiración política. Maquiavelo sugiere enfrentar las desgracias de Florencia con un Gobierno central, fuerte y unitario, consideraciones aplicables al actual tiempo mexicano. Para Maquiavelo, “la primera tarea de un Gobierno es gobernar”.
En las condiciones de desorden social, de instituciones endebles, algunas fracturadas, con la legalidad comprometida, el orden social amenazado al imperar la corrupción, el incumplimiento de las leyes, la impunidad, la violencia, el descrédito del país por el mundo, la presencia del crimen organizado en las instituciones y vida social, la ausencia de Estado de Derecho, es claro que no habrá progreso si el Gobierno que recibe esta deleznable herencia no emplea el poder para subsistir, como sugirió Maquiavelo. En las condiciones actuales, el poder se ha convertido en el elemento más importante de la política. Sin política, será imposible la justicia social, sin poder, la política sería charlatanería. Sin poder de la autoridad, no es posible ni ley ni orden. En México existen estados y municipios en que no existe ley, ni paz, ni gobierno, lo que sostiene una sociedad organizada.
Hace falta que el nuevo Gobierno advierta la crispación y división nacional. AMLO debe aclarar rumores y contradicciones, amenazas que no se sabe si se cumplirán, desplantes ridículos de sus colaboradores.
El nombramiento de futuros funcionarios que sustituirán a los actuales es alentador. Los que se van, salvo excepciones, cuentan con el oprobio social y son considerados corruptos, prepotentes o ineficientes en el mejor de los supuestos. Los que llegan son, por lo pronto, mejores en el papel. La credencial de egresados de la UNAM de los propuestos alienta, en tanto el carácter público, social y nacional de esa institución respalda valores y principios que no comparte la administración de Peña Nieto. Las instituciones privadas de educación superior, creadas por grupos empresariales o confesionales, se fundaron para nutrir a sus empresas o a sus credos, no para gobernar y administrar al país, lo que requiere otras destrezas y valores como el nacionalismo, el amor a la patria, la honradez, el compromiso y la solidaridad sociales. Más importante que hacer gráficas o proyecciones algorítmicas, es entender el problema de la desigualdad.
Si la crítica que han recibido los propuestos por AMLO para distintas carteras y otros cargos es su edad avanzada o de plano su vejez, (en la terminología de la Ley de Seguro Social, 60 y 65 años respectivamente), habría que recordar los huehuetlahtoli de los antiguos mexicanos: “pláticas de los padres y madres a sus hijos y a sus hijas y los señores a sus vasallos, todas llenas de doctrina y sabiduría moral y política”. En algún momento de nuestra historia, fueron esos ancianos los que fijaron el debido rumbo del país. @DrMarioMelgarA