Alfonso Pérez Daza
El sociólogo y antropólogo francés Edgar Morin, estudioso del pensamiento complejo y la crisis interna del individuo, explica que “nuestra civilización, nacida en Occidente, creía dirigirse hacia un futuro de progreso infinito que estaba movido por los progresos conjuntos de la ciencia, la razón, la historia, la economía y la democracia. Ya hemos aprendido con Hiroshima que la ciencia es ambivalente; hemos visto a la razón retroceder…; hemos visto que el triunfo de la democracia definitivamente no estaba asegurado en ninguna parte del mundo; hemos visto que el desarrollo industrial podía causar estragos culturales y poluciones mortíferas; hemos visto que la civilización del bienestar podía producir al mismo tiempo malestar. Si la modernidad se define como fe incondicional en el progreso, en la técnica, en la ciencia, en el desarrollo económico, entonces esta modernidad está muerta”.
Lo que el filósofo destaca es que la ciencia ha fracasado en hacer crecer los sentimientos de solidaridad y fraternidad entre los pueblos. Recientemente entrevistado, a los 98 años de edad, Morin apunta que “la unificación técnico-económica del mundo que trajo el capitalismo agresivo en los años noventa ha generado una enorme paradoja que la emergencia del coronavirus ha hecho ahora visible para todos: esta interdependencia entre los países, en lugar de favorecer un real progreso en la conciencia y en la comprensión de los pueblos, ha desatado formas de egoísmo y de ultranacionalismo. El virus ha desenmascarado esta ausencia de una auténtica conciencia planetaria de la humanidad”.
En México, en plena crisis sanitaria, siguen aumentando los homicidios violentos. Es evidente que hemos perdido valores como el respeto a la vida, la libertad, la dignidad de las personas: arrojar ácido en el rostro de una mujer oaxaqueña saxofonista, agredir en el transporte público a enfermeras, asesinar a una niña de 8 años tras ser secuestrada y violada, matar a un motociclista que después de ser atropellado, estando herido e indefenso, fue golpeado por sus agresores con palos y machete, en plena luz del día, en presencia de varios testigos y en la capital del país.
Todos estos son casos recientes de una barbarie mayor que, desgraciadamente, ha dejado de sorprendernos. Es alarmante el grado de tolerancia que hemos desarrollado como sociedad. Lo inhumano se presenta en una sociedad gobernada por la libertad sin justicia.
El que exista una emergencia sanitaria en México no significa que haya desaparecido el Estado de derecho. Las autoridades encargadas de la seguridad están obligadas a garantizar la integridad de los trabajadores del sector salud y de todos los mexicanos.
Es momento de hacer una profunda reflexión de lo que está pasando en México. Es cierto que la persecución de los delitos es la respuesta punitiva del Estado ante las conductas antisociales, y que la cárcel no es el medio idóneo para recuperar los valores perdidos. Pero la aplicación de la ley en estos momentos, más que nunca, es irrenunciable. Ya lo dijo el genio Cervantes en Don Quijote de la Mancha: “las leyes que atemorizan y no se ejecutan, vienen a ser como la viga, rey de las ranas, que al principio las espantó, y con el tiempo la menospreciaron y se subieron sobre ella”.