IMPULSO/Jorge Camil
La victoria de Trump es un hecho irreversible, dos meses después de su investidura los estadounidenses comienzan a darse cuenta de la amenaza que pesa sobre la nación que se ostentó casi todo el siglo pasado como “líder del mundo libre”. (Una politóloga y funcionaria amiga de los Clinton llegó a referirse a EE.UU. como “nación indispensable”).
Es necesario reconocer que el exitoso asalto a la Casa Blanca orquestado por la ultraderecha, diseñado por Steve Bannon, constituyó un auténtico “golpe de Estado”, sin generales ni tanques de guerra, pero tan contundente como los que ocurren en el tercer mundo.
De la mano de Trump, el insólito gabinete de millonarios que gobierna EE.UU. se dio de inmediato a la tarea de corregir el curso de la nación; había que desandar lo andado y borrar a la brevedad posible cualquier vestigio del paso de Obama por la Casa Blanca.
Necesitaban dejar claro que con la salida del ex presidente se terminaba la era del multilateralismo y lo “políticamente correcto”. Hoy es necesario pensar en términos de “América primero”.
El muro divisorio, estrategia de un desequilibrado para ganar la presidencia, pretendía cerrarle la puerta a México, el vecino incómodo y “peligroso”, pero al mismo tiempo advertir al mundo que “América” es para los “americanos”; que no hay lugar para experimentos raciales, “ciudades y aún estados santuario”, “dreamers”, ni paciencia para continuar escuchando la retórica interminable del hombre que con el inverosímil nombre musulmán de Barack Hussein Obama dirigió ocho años los destinos de Estados Unidos, jugando baloncesto en la Casa Blanca.
El racismo de Trump está a flor de piel. Sólo hay que ver el desprecio con el que se refirió a México frente al primer ministro canadiense. Dejó claro que para él Norteamérica se reduce a EE.UU. y Canadá. ¿El sur de la frontera?, se preguntó musitando entre dientes con ademán de disgusto: “drogas, pandillas, violadores…”.
Trump fue uno de los más activos opositores de Obama durante sus dos períodos presidenciales. Primero intentó probar que no había nacido en EE.UU. y después pretendió impedir su llegada con argucias legales. Ahora se sale con la suya intentando eliminar en un par de meses el legado histórico de su antecesor.
Algunas propuestas populistas de Trump están fracasando en un Congreso de mayoría republicana. Como el intento de derogar el programa de salud universal conocido como Obamacare. Irónicamente, la derogación fue derrotada por diputados republicanos de una facción ¡aún más derechista que Trump! Y ya puestos a eliminar de raíz el legado de Obama, Trump se está preparando para anular los compromisos adoptados en París sobre el cambio climático.