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De adicto a adicto

IMPULSO/ Ernesto Salayandía García
Después de un buen taco

El que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe

Fume por más de tres décadas, he narrado una y otra vez mi historial como fumador compulsivo y cada vez que vuelvo a escribir sobre el tema encuentro cosas nuevas. Una ocasión, en el Aeropuerto Internacional de Chihuahua, el licenciado Jorge De la Vega Domínguez -quien fue un distinguido político, gobernador de Chiapas y con una amplia carrera política- me observaba detalladamente y me preguntó: — ¿No te tiene miedo al cigarro? Me reí y le dije que no, soberbiamente le respondí: — Si de algo me voy a morir, tengo que saber de qué. Esto sucedió allá por 1985. Yo, definitivamente, no tenía idea de lo que decía, mi ignorancia respecto al asesino silencioso era nula y mi compulsión al cigarro era muy grande, por supuesto que en ese entonces no estaba tan reglamentada la prohibición de fumar en lugares encerrados o públicos.

Muchas personas fumábamos dentro de las oficinas, en lo personal, cada diez o quince minutos me chutaba un cigarro en la cabina durante mis transmisiones de mi programa de radio La Voz de Chihuahua, era cabina súper reducida y todo el tiempo estaba invadida por la nube de humo que yo echaba, ahora que no soporto el olor al tabaco, me imagino lo que han de haber sentido mis invitados, colaboradores y personal de la emisora que me acompañaba en cada emisión.

Hoy, los que fuman a mi lado, me dicen que soy un chocante de primera porque me asfixio, no puedo respirar y me pongo muy neurótico, más de la cuenta, no lo soporto.

Por qué fume y cómo fume cerca de tres cajetillas al día

En 16 años de mantenerme limpio, libre de sustancias toxicas, limpio de esa carga emocional que me atormentó de por vida, recupere mi vida, disfruto de mis primeros 23 años de relación con mi mujer y gozo a mi familia.

He podido trabajar intensamente en mi recuperación, deje mi adicción a la botella de vodka que me empinaba diariamente, como esos 10 ó 15 pases de cocaína, los jeringazos de morfina sintética, el cumulo de pastillas antidepresivas, erradiqué muchos patrones de conductas y defectos de carácter, características propias de mi enfermedad física, mental, emocional y espiritual.

Pero la adicción al cigarro me costó muchísimo trabajo, yo militaba en un grupo de Alcohólicos Anónimos de San Agustín, en Polanco, Ciudad de México, fui el cafetero de todos los grupos por un buen tiempo y, en ese entonces, se permitía que fumaras durante las juntas, yo me echaba  un cigarro cada diez minutos, iba a calentar la banca, seguía igual de neurótico, celoso, inseguro, andaba en borrachera seca, aparentando ser lo que no era, propiamente, farol de la calle y obscuridad de la casa, me daba el lujo de andar cargando a medio mundo, no tenía crecimiento ni fortaleza espiritual, sólo iba al grupo como jugando al vote pateado…Una, dos, tres por mí.

Y allí te vez, mis tribunas eran como el viejo roble, huecas, sin sentido, ni esencia, mi padrino andaba en otra frecuencia, en la de los engañifas, aunque en su momento me ayudó y me fue útil, comprendí después la magnitud de su enfermedad, me enferme de codependencia y el controlaba en cierta forma mi vida, no obstante, me picó la cresta, me decía “Quiérete tantito, si René pudo dejar de fumar, ¿por qué tú no puedes? ¿A poco tú no vas a poder y Rene sí pudo?

Le di vuelta a la hoja y deje de abrir esa puerta de la hipersensibilidad. En AA, todos dan, todos regalan, los buenos, los malos, los regulares, los que te dirigen la tribuna, los que te apadrinan sin que lo pidas y los hijos de la borrachera seca. Mi nivel de ansiedad era muy alto y mi adicción al cigarro tenía una fuete compulsión.

Los severos daños e irreversibles del asesino silencioso

Precisamente el lunes 27 de abril del 2015 terminaba mis tres cuartillas y media de mi artículo “De adicto a adicto”, titulado “Perdidas de un drogadicto”, narre y describe mis propias consecuencias, entre ellas, el fuerte dolor de piernas debido al cigarro. En la mañana, salí a un evento público y, como siempre, camino menos de cien metros y tengo que detenerme. [email protected]

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