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A 50 años de la muerte del Che

IMPULSO/ Ulises Castellanos
Toluca

  • El comandante argentino-cubano fue asesinado en La Higuera; el poblado boliviano está lleno hoy de imágenes de “Ernestito”.

Cuando el Che tenía que escoger entre cargar una caja de balas o de medicinas, no lo dudaba, dejaba las medicinas y seguía por la sierra con las balas. Su vocación de guerrillero era casi suicida, superaba la de sus estudios de medicina o su perfil político. Esa tenacidad lo hizo dejar el escritorio del Ministerio de Industria en Cuba para viajar a Bolivia y abrir un nuevo frente revolucionario, a pesar de haber fracasado ya en el Congo.

Quizá el recuerdo de su triunfo en Cuba era lo que alimentaba su confianza en esa aventura boliviana que terminó en la Quebrada del Churo, donde fue capturado el ocho de octubre de 1967 y, al día siguiente, fue ejecutado en el poblado de La Higuera.

A 50 años de aquellos hechos, el recuerdo de Ernesto Guevara permanece en la sierra y en sus habitantes, de hecho, es posible documentar de primera mano los últimos momentos del Che en estas tierras.

Nuestra llegada a Bolivia se da en la ciudad de Santa Cruz, la capital de Estado del mismo nombre. Casi seis horas en auto separan a Santa Cruz del Municipio de Vallegrande. Son menos de 400 kilómetros, pero la carretera es de sólo dos carriles y está en muy mal estado.

En Vallegrande hace frío, el viento cala los huesos, está a unos dos mil 30 metros sobre el nivel del mar. Aquí lo primero es ir al Hospital del Señor de Malta para visitar la lavandería, el lugar donde fue colocado el cadáver del Che el 10 de octubre de1967; el sitio es escalofriante.

En esta localidad vive Susana Osinaga Robles, la enfermera del hospital a la que le ordenaron lavar el cuerpo. Ahora tiene más de 75 años y atiende una tiendita de abarrotes en el centro de la ciudad. Dice no haber sentido nada en especial cuando cumplió con su tarea, no tenía idea de quién era el hombre, pero recuerda su mirada y la herida del corazón. Hoy que ya sabe quién era él, se sorprende de su importancia.

En Vallegrande, la población dice sentir respeto por este personaje, pero también hay un aire incómodo por la manera como se dieron los hechos. Los taxis tienen calcomanías del Che, hay tienditas de ropa que venden playeras con su imagen, al igual que tazas y gorras. En estos días, el lugar está lleno de argentinos, cubanos, franceses e italianos que no alcanzan habitación en los hoteles. Son dos o tres mil visitantes en la semana previa al nueve de octubre. Hasta aquí llegarán el presidente de Bolivia, Evo Morales y los cuatro hijos del Che, entre otros personajes, para rendir homenaje a su memoria.

La Higuera

Para llegar a La Higuera, hay que recorrer 70 kilómetros de terracería que suben hasta los dos mil 900 metros y luego bajan a unos mil 600 metros. A esa altura está el poblado donde el comandante Guevara pasó sus últimas horas. Montañas con vegetación mínima es el paisaje de los alrededores.

¿Se equivocó el Che al venir aquí?, a la distancia, la respuesta puede parecer obvia, nunca reclutó a un solo campesino boliviano, jamás consolidó un apoyo urbano y menos el político, lo dejaron solo, se quedó sin medicina para el asma, pero no se rindió. Su diario relata con dignidad la crónica de su debacle. La última página la firma el siete de octubre. No contó con el silencio y la complicidad de los campesinos en Bolivia. La mayoría ni lo conocía y desconfiaban de él y su grupo. Hoy, hay en La Higuera 20 familias, no más de 50 habitantes con una docena de niños y tres perros, una tiendita y un hostal administrado por franceses.

Tres bustos del Che dan la bienvenida, hay una pequeña réplica de la escuelita donde lo asesinaron, ambientada con unos bancos y cientos de mensajes de todo el mundo para el guerrillero. Este pueblito vive de la historia de Guevara y se puede recorrer en 30 minutos, no hay nada más. Hace apenas unos días terminaron de ponerles electricidad y de aplanar la terracería para recibir a los cientos de visitantes que llegarán a recordar al hombre que les ha dado fama.

Irma Rosado tenía 21 cuando vio al Che el día que lo subieron al pueblo y lo encerraron en la “escuelita”. Le llevó de comer una sopa con agua que tenían. No sabía quién era ese hombre y lo recuerda con miedo: “Nunca habíamos visto un hombre así de barbudo por aquí”. Dice haber escuchado unos disparos y que vio cuando lo subieron muerto a un helicóptero.

La mayoría de la gente en esta ciudad muestra respeto por la historia del Che, aceptan que quizá era un “buen hombre” que “luchaba por los pobres” y que aquí terminó su vida, así en abstracto, sin culpas.

Quien lo mató fue el oficial Mario Terán Salazar, miembro del ejército boliviano, a quien —según los relatos— le temblaban las manos segundos antes de dispararle con una M-2 en las piernas, para después rematarlo con un tiro en el corazón, así murió el guerrillero y nació el mito.

En octubre de 1967, tras casi 11 meses de operaciones clandestinas en la sierra, el grupo que comandaba Ernesto Guevara (el Ejército de Liberación Nacional, también conocido como la guerrilla de Ñancahuazú) fue capturado en la Quebrada del Churo. Lo subieron herido caminando durante tres horas hasta La Higuera, al día siguiente fue ejecutado.

“En Bolivia hay quienes le rezan a Ernestito, los sitios en los que estuvo han adquirido un aire “sagrado”. El Che está de regreso, su diario lo conocen todos, su figura y sus hazañas están en un memorial, sobran los libros, biografías y películas sobre él”, Ulises Castellanos, Periodista.

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