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En las nubes

IMPULSO/ Carlos Ravelo Galindo
En primera persona
No hay duda de que la vida enseña. Pero pocos aprenden. Le llaman Día Internacional de la Mujer.
Nuestro ferviente, pero humilde homenaje diario a la mujer, a la que vive y muere para quien con amor,  da vida. Y la suya, por nosotros.
Sí. Pero, mejor honrarla siempre. Enaltecerla diario. Y respetarla todos los días. Se lo merecen todas ellas.
Y nada mejor para explicarlo, que lo expresado este día por una inteligente y bella estudiante del Tecnológico de Monterrey, campus Ciudad de México, María Fernando Guillermo Casas, en una mesa redonda.
Es cierto, todos caminan, pero pocos dejan huella. Nos platica sus vicisitudes, inherentes a toda mujer. Y, en primera persona, nos lo dijo. Aquí, con su anuencia, reproducimos integras sus palabras:
“Todos hablan de libertad pero, ven a alguien libre y se espantan. Mi nombre es María Fernanda Guillermo Casas, tengo 22 años de edad y actualmente me encuentro a un año de graduarme de la carrera de Comunicación y Medios Digitales aquí en el Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México.
Soy una de las 61 millones de mujeres que habitan este país, en busca de oportunidades que me lleven a alcanzar mis sueños y así poder llegar a ser una mujer independiente, exitosa y con poder.
Les diré la verdad, no había entendido si ser mujer era una cuestión de sentirse orgullosa o apenada, no había entendido si ser mujer implicaba una bendición o una maldición.
Desde que tengo uso de razón, en la sociedad donde vivo, a las mujeres se nos han otorgado tres tipos de finales comunes y “felices” que tienen como objetivo solucionarnos la vida, por aquello de que somos consideradas, aún en pleno Siglo XXI, como el sexo débil.
Nuestros destinos han sido escritos por tener senos y un aparato reproductor distinto al de ellos.
El primer final consta de estudiar y al término conseguir un gran candidato a esposo que solucione cualquier problema económico que atraviese en mi vida, parecido a un padre pero en términos de pareja.
El segundo final consta de no estudiar y aún así conseguir un gran candidato a esposo que solucione cualquier problema económico que atraviese en mi vida, parecido a un padre pero en términos de pareja.
Porque las mujeres no podemos ser madres solteras, porque las mujeres no podemos gozar de las parejas que deseemos (sentimental o sexualmente, hablo), porque las mujeres en esta sociedad, o tienen que contraer nupcias para ser respetadas o por el contrario, deberán permanecer solas.
Las mujeres, nosotras, debemos llegar castas y puras al altar con un vestido blanco.
Por tradición social, las mujeres no debemos explorar nuestro cuerpo, porque el placer es una palabra que no está dentro de nuestro vocabulario.
Y pobre de aquella mujer que se atreva a ir en contra de lo establecido porque la sociedad no se detiene y golpea duro, bastante duro; la misma mujer ataca a otra, el hombre afirma que aquella que se atreva a ser diferente, a ser libre: es una mujer fácil que carece de valor, que no tiene por qué hablar después de los atroces crímenes que ha cometido”. [email protected]

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